El sol corría ligerito para esconderse en dirección del cerro de la vuelta al mundo, en el cenit del cementerio, dirección al poniente, en la calle principal o en casi todas las esquinas del pueblo, sonaba en los parlantes de la propaladora El Atipac (El vencedor en aymara) del Cochabambino excelente charanguero y sastre de oficio Gerónimo Espinoza; sonaba, decía; el repertorio más bailado del Cuarteto Imperial, “subiré a la montaña, bajaré por el rio…” la cumbia bendita y los últimos éxitos de los Wawanco, de los Iracundos, del club del Clan de Sandro “Y un muchacho como yo·de Palito, toda esa música acompasaba brillante las tardes de los primeros días de verano en Maimará; en las chacras para el lado de Hornillos o en la emocionante plantación de flores de San Pedrito y el Cerro de las Rosas mostraba orgulloso el brillo de las siempre vivas y de los apreciados claveles maimareños. Entonces … era el verano que llegaba
“Vayan a tocar la llamada” mandaba con voz firme mi tía Rosa al Camacho que, con una "guastana" hecha con rama de sauce y un recorte de pullover de lana, repiqueteaba ágil sobre la vieja Huancara que conocía los picantes de recios carnavales y litúrgicas navideñas, instrumento traído desde Puno o Yunguyo, a la vera del Titicaca, el Lago sagrado para mis abuelos
Ñato me ordenaba “da manija a esa vitrola” una antigua caja de Pandora que encerraba melodiosos gnomos y duendes musiqueros, que dormía plácida en un rincón del Oratorio del Niño, y quién sabe, llegó a Maimará seguro en el tren del Norte desde las minas de Catavi o Siglo o Llallagua, dónde trabajaron mi abuelo y mi papá en el duro oficio de minero, en esos profundos socavones que explotaban empresas norteamericanas saqueando el subsuelo y las riquezas de nuestra tierra. Yo, con un trapito con agua limpiaba cuidadosamente los discos de pasta que encerraban la melodías más bellas de adoraciones para el Niño Manuelito, como le decía mi abuela Nieves a esa figura diminuta y frágil de Jesús recién nacido que en las alturas de los Andes tallara quién sabe qué imaginero, qué santero, a pedido de la familia Gordillo-Choque, mineros Quechua-Aymaras de las tierras altas, a la vera del Lago sagrado Titikaka, vibraban los acompasados huainos, chutunquis, la Pajarilla, el Huachi Torito, el Borrachito y los Hauqui Auqui cadenciosos; para la danza de las cintas colocábamos un largo palo, a manera de mástil en el centro del patio y con un manojo de coloridas cintas tejíamos hermosas figuras y canastillas de whipalas armoniosas.
El Pesebre de los Gordillos en Maimara era el más concurrido, no sólo por los changuitos sino, por todo el pueblo. Allí corrían ríos de "chinchibila" y chocolate bien acompañado por los deliciosos buñuelos regados con arrope de chañar o miel de moro-moro que mi tía encargaba a familiares que vivían en Maquinista Berón o en las Yungas jujeñas, buñuelos que finamente amasaba mi prima Celestina con un par de vecinas, como doña Florencia Chambi Bejarano, que lo hacía con los secretos sabores de Santiago de Cotagaita; su yerno, el Chosco, ayudaba hachando leña para avivar el fuego de la pequeña cocinilla económica de hierro forjado.
Al Pesebre, que se colgaba en toda la pared de la Capillita, no le faltaba nada; podíamos encontrar las Nieves del Illimani, recreación de mi familia, pues estuve en Belen y Nazaret alguna Navidad y la verdad no vi nieve pero si sentí un inmenso calor que a bocanadas inaguantable, llegaba del desierto del Sahara, tampoco faltaba el mar donde patos, flamencos y algunos cocodrilos de plástico revoloteaban felices en ese paisaje quebradeño, hasta aviones y aeroplanos surcaban el cielo del Pesebre de los Gordillos en Maimara. Pequeñas historias que marcaron profundamente y que diagramaron la identidad de muchos paisanos de la Quebrada de Humahuaca y, como decía Rodolfo Kush, desde este pedazo de tierra argentina, que es la más boliviana de estas altas piedras.