¿Por qué no me avisaron que lejos pasaban las grullas sobre el pueblo chico?
Mis zapatitos aplastaban pequeños pastos crecidos entre las grietas de las lajas.
La tierra del fondo era ocre.
Juguemos a la ronda mientras el olor del limonero duerme a las amapolas.
“Buenas días, su señoría,
mantantiru – lirulá.
Dame la mano y ahora a bailar.
“¿Qué desea su señoría?
mantantiru – lirulá…”
No quieras irte porque me gusta tu mano.
“Yo quisiera a una de sus hijas.
¿A cuál de ellas?”
Soltame, dejame, se cortó el elástico de mis calzones.
—Entonces, señora, debo tomar la línea 6 y bajar en la esquina de Obispo Trejo
y San Jerónimo.
—Sí, usted reconocerá el lugar porque a mano derecha está el colegio Monserrat.
—Y desde allí media cuadra por la vereda izquierda.
—Sí, es un edificio viejo con manchas de alquitrán sobre las paredes.
—Gracias, será imposible equivocarme.
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Este debe ser el colegio Monserrat. Hay una vereda con sol y otra con sombra.
El paredón de mi universidad se perdía en la vereda sin sol. Y yo me pasé una mano
por el pelo, peinándome, hasta cinco veces hacia un lado y otro. Frente a la enorme
puerta de madera oscura, hay que agarrar la manija y empujar. El vidrio era opaco y
no podía ver a través de él; tal vez si hubiera visto no hubiera entrado; pero no vi nada,
tuve un poco de curiosidad.
“Yo quisiera a María
mantantiru – litulá.”
No me dejes ir, no me dejes ir. Hice un nudo en el elástico, puedo bailar.
“¿Y qué oficio le pondremos?
La pondremos de arquitecta
mantantiru – litulá...”
Malos; prefiero no ir, aunque pierda el juego, aunque me insulten. No iré.
Él vive en la calle Junín uno dos tres cuatro.
Yo aprendía a hacer el abece-dario. Empecé a hacer la a, luego la be. Trazar
líneas suaves y borrarlas mil veces. Intenté no aprenderlas jamás. Olvidar limpiar las
plumillas y manchar el esquicio y dejar que Juan arregle las pumillas y ensucie mi
repasador y garabatee sobre el papel de mi tablero.
Hoy hacemos la ce. Que nunca termine el abecedario porque cuando termine
me iré.
A, be, ce. Ese oficio sí le agrada.
Viaje tranquila, señorita Pragda.
—Anda tranquila, María, es seguro que aprobaste el examen.
La voz sin sexo que desciende el espiral de la escalera y suena en mis oídos.
—¿Es seguro?
—Sí, sí, pero es extraoficial así que no lo comentés con las otras chicas.
—Bueno, gracias, chau.
—María Pragda, a todos gustó tu examen escrito. ¿Es cierto que escribís con
sentido del humor? ¿Sos la hermana de Teresa Pragda, la que publicó varios libros?
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Tu dibujo del natural también los dejó encantados, tenés trazos firmes. Tu prueba fue
la mejor.
—Pero no. Todos hicieron trabajos de calidad.
Ser culpable de un triunfo, eclipsar.
Fuente: Picchetti, L. (2007) Los pájaros del bosque.
La palabra mágica: dos novelas cortas.
Jujuy: Apóstrofe Ediciones.