Raúl Llobeta

La Zaga de la Almona: Edu, Fa, Ele y Kui

 

 

Preámbulo

Este cuento, como muchos, trata de acercarse desde la ficción a una sola cosa: el amor, nosotros y la vida.

Fue escrito durante el período del taller con cuatro de mis nietos del corazón como protagonistas que fueron, son y serán niños: Fa –Fabricio–, Edu –Eduardo–, Ele –Elena– y Kui –Kuichi o Máxima –.

Tiene situaciones que hemos vivido en La Almona y el Río Chico. Especialmente las travesuras. Está también un duende que creamos juntos –Ramandan–, que solo ven los niños con imaginación y un auto plateado que le gustaba bailar y el agua: el Silver. Territorio liberado para ellos y para mí.

Juega con la antigua idea de que al nacer nos separamos del misterio como una gota que se separa del mar transitando individualmente la vida hasta volver a religarse, a ser nuevamente parte del todo.

El desenlace de la travesura está inspirado en el mito de que la vida –nuestro paso por estos cuerpos y personalidades– es una gesta heroica en la cual somos llamados a la aventura, atravesamos un calvario y al miedo logramos superarlo a conciencia y regresamos a nosotros mismos transformados.

Los niños son atraídos conjuntamente a una aventura, traveseando pierden la cordura cayendo al pozo de La Almona.

Salen atravesando las oscuridades y los fantasmas gracias al amor compartido y vuelven a sus cuerpos con la alegría expresada en la música.

Son ayudados por Ramandan y El Silver para volver transformados a la vida.

“Tat tvam asi” es una frase en sánscrito que significa tú eres eso o esa esencia eres tú, o bien todos somos una parte de la esencia.

Es un pequeño tributo de amor para ellos.

La Zaga de la Almona: Edu, Fa, Ele y Kui

La aventura

Dicen que el pozo de agua de La Almona está ahí desde antes de antes.

Los viejos recuerdan a los viejos diciendo que al pozo lo hicieron con la creación del primer recuerdo y que después le hicieron un aljibe para esconderlo.

Algunos conocedores afirman que no tiene fondo pues cuando uno mira para adentro solo se ve toda la oscuridad, incluida la del que mira.

También juran que llega al centro de la tierra o que lleva a otros mundos o que es como mirar para adentro de uno y de ahí para atrás hasta el inicio del tiempo.

Tiene una cosa extraña que atrae tanto como asusta. De lejos no parece peligroso, pero cuando uno se acerca, llama, por eso advierten que hay que acercarse con cuidado o muy preparados.

Fa, Ele, Edu y Kui decidieron salir una mañana a experimentar por los ondulados hombros verdes de La Almona.

Solo querían divertirse mientras buscaban lo que cada uno quería encontrar pero que aún no lo sabían.

Edu –que de entendimiento y memorias es un maestro– y Fabri –que no resiste la curiosidad– les contaron a sus queridos que habían escuchado desde su escondite secreto cómo unos paisanos secreteaban sobre el pozo secreto.

Escucharon casi nada, pero sí sintieron con su talento la música de esas palabras. Era una melodía de misterio.

Fa, travieso irredento, buscando siempre sin motivo conocido ir más allá de donde está permitido, entusiasmó a todos para emprender la aventura.

Kuichi –que de emprender sabe más que nadie– impuso prudencia bañada de inteligencia para iniciar la aventura. Sugirió que cada uno llevase atada una cuerda alrededor de su cintura. Nunca se sabe cuándo se necesitará una cuerda.

Ele, liviana, deliciosa y silenciosa, dejó que su cuerpo los guiase hacia el pozo aun sin saber muy bien el camino.

Con sus nombres recién puestos, como preciosas cuatro gotas de agua aun en formación, emprendieron camino entre las tuscas y pocotes que siempre adornan La Almona.

El paseo fue como siempre debería ser todo caminar: plagado de alegrías, bromas, peleas leves, subidas, bajadas, algún lastimado necesario, pero siempre puro presente sin que preocupe tanto el destino.

Tantas maravillas tienen los hombros verdes de esas lomas, que los niños se entretuvieron salvando del sol víboras ciegas, espantando tijeretas y blancanieves, casi tocando rupachicos, correteando invisibles zorrito, siguiendo con el dedo largas avenidas de hormigas, decorándose las piernas con seitilla, hurgando los horneros y todos los misterios hecho vida que encantados salieron a su encuentro.

Se les pasó el tiempo brincando a pura risa de un momento a otro. Así, olvidados de los relojes, se movieron por senderos de vaca o de algún otro animal pequeño o de algún duende travieso que por esos lados gustan de pasear.

Edu recordaba haber sentido que el pozo estaba en un pequeño valle que desde lejos parecía la parte de un libro gigante abierto con un arroyo seco por el medio. Kuichi organizadora intentaba recordar los senderos para poder volver al lugar de origen. Ele y Fa solo invitaban a la intensidad tirándose cosas mientras desplazaban sus cuerpos por las entrepiernas de las lomas verdes ya en ese punto llena de secretos.

Los cuatros se dieron cuenta de que estaban en un lugar re conocido en el que nunca antes estuvieron.

Pero como pasa siempre cuando el amor sincero se hace compañía no importa adónde se va ni si hay un destino cierto.

De golpe y sin porrazos al dar vuelta por la frente de un cerro dormido vieron el valle de libro abierto que Edu había contado. Fa bajó corriendo, Ele volando, Edu pensando y Kuichi cuidando. A lo lejos –pero tan cerca que no podían creerlo– vieron un aljibe de piedra con un travesaño de troncos viejos para sacar agua que seguramente escondía el pozo secreto.

Así estas cuatro hermosas criaturas sostenidas de pie por sus huesos pequeños llevaron su destino hacia la curiosidad buscada.

La pared del aljibe era alta, no llegaban a ver por su agujero ni aun agarrándose de los viejos maderos que en el palo horizontal aún tenía colgando un pedazo de roldana para bajar baldes y cuencos.

Las melodías de lo desconocido entraron por sus cuerpos hasta inundarles los sentidos.

Los traviesos Fa y Ele hicieron una escalera de piedra y treparon sin miedo.

Edu y Kuichi pensaban los riesgos mientras subían cada peldaño medio suelto.

Cuando llegaron hasta el borde sintieron una humedad fresca subiendo desde muy lejos.

Tenía olor a agua fresca, a barro vivo de creciente del rio chico, a lluvia de verano, a piel suave de mojarra y sabia de seiba joven.

Ele experta en olores les dijo que el pozo tenía todos los olores de La Almona juntados en un solo suspiro.

Edu creyó ver una luz de ojo en el fondo sin fondo del pozo negro.

Kuichi sugirió una cuarta idea.

–¿Si tiramos una piedra a ver si tiene fondo?

Encontrar el fondo de todos los sucesos siempre bien vale una travesura. Jugando a explorar lo inexplorado bajaron del pozo hasta el arroyo seco. Entre los cuatro alzaron una piedra rosada enorme que con mucho esfuerzo fue trepada hasta el borde del ojo negro.

Tiraron la piedra hacia la oscuridad esperando el sonido que avisara de la llegada al fondo de este cuento.

La caída y la pérdida

El tiempo pasaba, ellos estaban inmóviles. La piedra seguramente seguía cayendo pues ningún sonido llegaba.

Edu miró a Kui tratando de encontrar sentido. Sus cerebros no podían concebir algo sin fin o sin fondo. ¿Tal vez cayó en algo tan blando que absorbió el sonido? Se dijeron.

Ele propuso colgarse del borde del aljibe apoyados en sus panzas y agarrarse de las manos armando una red para poder no solo acercar sus ocho orejas al centro del ojo sino también poder mirar al fondo y olerlo.

Hicieron el esfuerzo, pero no pudieron.

Kui pensó en entrelazar las cuerdas para hacer una sola cordura atada del travesaño viejo y de ahí sostenerse.

Fa rápidamente actuó la travesura y el resto lo siguió. En un movimiento sincronizado construyeron una conjunta cuerda dura. Fa la enlazó con las habilidades de su padre justo encima del pozo. Los cuatros apoyaron su panza en el borde y con sus manos atraparon la cordura quedando como una red concéntrica de brazos y medios cuerpos.

Ele sintió algún ruido. Algo está subiendo advirtió. Los cuatro también sintieron esos ruidos.

De golpe una bandada de tal vez golondrinas, tal vez mariposas o tal vez murciélagos o vaya uno saber qué, salieron de lo profundo hacia la luz.

Algunos golpearon la cara de los niños. Fa intentó agarrar uno de ellos.

En el esfuerzo desbalanceó su cuerpo y perdió la cordura cayéndose para dentro.

Ele lo quiso agarrar, pero fue arrastrada por el peso.

Edu, solidario como siempre, atrapó los pies de Ele para sostenerlos, pero la atracción era tan fuerte que también cayó.

Kui, conscientemente aferrada a la cuerda, jamás habría dejado a sus amados solos, así que intentó sostenerlos a todos aun sabiendo que caería con ellos.

Empezó una caída al principio veloz por la oscuridad aun sin fondo del pozo primigenio.

Los cuatro gritaban el llanto del más profundo de los miedos.  Pero la caída tampoco terminaba. Entonces sintieron algo muy agradable y conocido que les venía de los más profundo de las memorias del cuerpo.

Ele abandonó el miedo y empezó a disfrutar esa especie de resbaladero húmedo que le recordaba al mejor de los parques acuáticos del universo.

La caída se convirtió entonces en un juego acompañados de sus gritos traviesos.

De repente el espacio se ensanchó haciéndose mucho más amplio que la boca del pozo y la velocidad se fue aumentando al compás del juego.

Fa y Ele desafiaban al resto para aumentar el riesgo disfrutando el movimiento.

La velocidad aumentaba tanto como desaparecía el miedo.

Se olvidaron de la caída, del fondo y también del tiempo.

¡Repentinamente el tamaño del pozo se achicó!

Se estrechó tanto que solo pasaba uno por vez. Siguió estrechándose de forma tal que o se trancaban con sus cuerpos o se convertían definitivamente en agua para poder atravesar por el pequeño agujero.

Así lo hicieron y de golpe la caída se detuvo. Habían llegado al fondo líquido del pozo.

Kui preguntó si estaban todos bien. Al hacerlo notó que, si bien ella era la misma, algo había cambiado definitivamente, vio con su ojo a su boca a lo lejos moviéndose.

El resto contestó que estaban bien, muy bien, sin ver todo su cuerpo. También sintieron el cambio.

–¡Tenemos que ver cómo trepar! –dijo Edu, disfrutando no tener miedo, pero preocupado por estar en el fondo del pozo.

Fa empezó a nadar buscando agarrarse de las paredes. Notó que no necesitaba hacer esfuerzo para flotar. Nadaba fluidamente sin hacer nada. La sensación era rara pero no nueva.

Ele se dio cuenta inmediatamente. Su cuerpo estaba desparramado en el agua, se mezclaban sus partes con el resto de las partes de los cuerpos de los niños.

Sabía que era ella, pero se percibía hecha líquido. Ya no eran cuatro gotas sostenidas por huesos separadas de las otras gotas. El contacto entre ellos no tenía limites, se mezclaban sus partes entre sí. Desapareció todo tipo de soledad. La sensación era maravillosa.

Estuvieron los cuatro jugando hechos agua en el medio del agua muy divertidos.

–¿Y si no podemos salir nunca más de aquí? –preguntó Kui.

Los cuatro empezaron a darse cuenta de todo lo que no habían hecho aún de su vida. Si bien estaban en una felicidad suprema y la vida diaria en el mundo que les había tocado no parecía tan divertida entendieron que les faltaba todavía tanto para ser persona.

–¿Cómo hacemos para salir de aquí? –se preguntó racionalmente Edu.

Intentaron trepar, pero les fue imposible. Las manos estaban, pero sueltas y jugando por ahí. Les daban órdenes a sus brazos, pero seguían desparramados por todos lados sin saber cuál era de quién.

–Gritemos –dijo Ele.

Los cuatro empezaron a gritar al máximo de su capacidad pidiendo ayuda. Tenían la esperanza de que algún gaucho pase por ahí o que algún pariente los busque. Nadie respondió. Siguieron intentando hasta que divisaron una forma rara que en vez de estar quieta se movía como sobrevolando sobre la boca lejana del pozo.

–Parece que alguien está ahí –dijo Fa.

Aumentaron los gritos de pedido de ayuda y una especie de algo verde empezó a bajar hacia ellos. Era Ramandán, el duende de La Almona, amante de los niños con imaginación que escuchó los gritos mientras comía deliciosos pocotes.

Ramandán

Ramandán miró el pozo misterioso y sintió como propio los gritos de los niños hechos agua en el fondo.

“¡Tat twan asi!” gritó entusiasmado. Le robó las alas a unos distraídos taparacos y se mandó volando hacia lo oscuro.

Mientras que descendía girando pensó que esos niños traviesos se habrían caído, pero en vez de enojarse recordó las palabras de su padre: Cuando tropiezas y caes, entonces descubres oro.

Y encontró a los niños desarmados en el fondo del pozo.

–¿Qué es eso? –pregunto Edu.

–Es un duende –dijo Ele sin ninguna duda.

Todos saben que los duendes de La Almona solo se les aparecen a quienes tienen imaginación para verlos.

Afortunadamente al estar con sus cuerpos desarmados la imaginación los llenaba. Todos lo vieron y empezaron a charlar con él.

–Me llamo Ramandán –les dijo el duende.

Los niños se presentaron.

–Queremos que nos ayudes a salir de aquí, por favor –pidió Kui.

–Aquí está buenísimo, nos sentimos unidos entre nosotros, muy en paz y felices. Dijo Fa.

–¿Entonces por qué quieren salir? Allá arriba todos están buscando otras cosas, pero al fondo quieren lo que ustedes están sintiendo.

–Porque hay muchas cosas que todavía no hemos hecho –dijo razonablemente Kui y casi todos la apoyaron.

El duende entendió que para estar de vuelta hay que ir primero. Él lo sabía. Reflexionó sobre la situación un rato largo mientras los niños jugaban desparramados, aunque preocupados en esas aguas amorosas.

–Subir no se puede, así desarmados como están –dijo Ramandán–. La única que queda es salir por el agua del pozo por entre las venas de la tierra hasta llegar al río Xibi Xibi.

Los niños escuchaban sin entender.

–Eso significa que tendrán que meterse solitos por el medio de la oscuridad de la tierra. Correrán el peligro de quedarse ahí estancados para siempre. Tendrán que ser muy valientes. Además, aun cuando salgan al río tendrán el problema de volver a unirse con sus otras partes.

Los niños estaban desorientados.

–¿Pero ustedes de verdad quieren volver arriba y rearmar sus cuerpos? –hizo la pregunta fundamental Ramandán–. Además, como entraron juntos solo pueden salir de aquí juntos –remachó.

–Cada momento me estoy olvidando de ser Ele –dijo Ele siempre conectada con su cuerpo.

–Si seguimos así ya no vamos a reconocer nuestras partes. Yo quiero ayudar a la gente y así no se puede –sentenció Edu.

–¡Pero qué importa eso! Esto está buenísimo –expresó Fa sintiendo que ese sentimiento era lo que siempre buscaba en sus aventuras.

–Tenemos un montón de cosas que hacer todavía. Yo tengo muchos proyectos –se quejó Kui.

Se miraron con sus ojos esparcidos y en movimiento.

Decidieron juntos volver a la superficie.

–Meta –dijo Ramandán–. Pero para eso vamos a necesitar dos cosas. Por un lado, me van a tener que prometer, sintiéndolo profundamente, que nunca pero nunca, sin importar lo que le pase a cada uno cuando sus cuerpos estén rearmados, se olvidarán del bienestar que sienten ahora y de sentir esa conexión con las otras personas que también estén desarmadas ya sea por alegría o por tristeza en la vida real.

Los niños aceptaron el primer requisito.

–Por otro lado, vamos a necesitar de la ayuda de otro amigo, que es medio raro, raro para los normales, y ese amigo solo ayudará si ustedes hacen lo que a él le gusta.

–¿Qué le gusta? –preguntó Fa.

–La música y bailar. He pensado que esto puede funcionar porque él tiene debilidad por los niños felices y el agua.

–¿Entonces? –apuró Kui.

–Van a tener que cantar y bailar sin sus cuerpos armados, pero fundamentalmente ser felices mientras lo hacen.

–Eso sí podemos hacer –aclaró Edu.

Los niños aceptaron el segundo requisito.

Lo tercero que tienen que prometer es que nunca pero nunca le podrán contar a persona alguna esto que está pasando. A menos que esa persona haya dejado de ser persona alguna vez.

–¿Pero no eran dos requisitos nomás? –casi lo retó Kui.

–Sí. Exactamente no es así. Es que no hay dos sin tres –lanzó Ramandán mientras se reía de oreja a oreja.

Los niños no entendían la broma, pero se rieron a la par.

–Está, por supuesto, la cuarta situación.

–¡La cuarta ¡Al final eran dos después tres y ahora cuatro! –reclamó Kui.

–Sí. Exactamente no es así. Es que el cuatro es un número precioso. Y ustedes son cuatro –y volvió a reír de oreja a oreja mostrando sus dientes color alga.

–¿Y cuál es esa cuarta situación? –preguntó Fa.

–Se van a tener que meter por el fondo del pozo y de ahí buscar una vena de la tierra para seguirla hasta salir a alguna vertiente que dé al río Chico.

–¿Y cómo hacemos eso? –preguntó Kui.

–Nadando hacia al fondo y desde ahí buscar el lugar más oscuro, encontrar una vena abierta de la tierra para meterse por ella hasta que los saque hasta el río.

–¿O sea que primero tenemos que meternos adentro del cerro para salir al río y después pedirle ayuda a Silver, tu amigo mágico? –ordenó la realidad Kui.

–Sí. Exactamente así. Pero les voy a dar dos consejos mágicos que los ayudarán en esta gesta. El primer consejo es que cuando se metan en las estrechas venas de la tierra y sientan mucho, pero mucho miedo, usen el amor que sienten entre ustedes y hacia sus seres queridos para seguir avanzando. Aunque el futuro parezca cada vez más oscuro, aunque la salida sea cada vez más dura, el amor les permitirá siempre seguir adelante.

–¿Y qué es el amor para un duende? –preguntó Fa con inteligencia.

–Eso que sienten por algunas personas, que no depende de cosas externas ni materiales ni nombres ni fama ni dinero ni nada ni siquiera de su propio bienestar y que hagan lo que hagan, pase lo que pase, lo sienten igual –contestó Ramandán malhumorado por la pregunta obvia–. El segundo consejo es para después que hayan salido al río. Yo los estaré esperando afuera y los llevaré hasta el Silver. Pero ustedes tendrán que lograr llamar la atención para que él los ayude a juntar sus cuerpos de nuevo porque al pasar por el medio de la tierra se tendrán que desarmar aún más.

–¿Y qué es el tal Silver? –preguntó Edu.

–Silver es la reencarnación de un dios bueno y cuidador de los que vivían en La Almona hace muchos años. Cuando llegaron los de afuera inventaron que era un demonio para que le tengan miedo y ya no pueda ayudar a la gente. Entonces Silver eligió esconderse en cosas de todos los días. Ahora se escondió en un auto. Solo pueden verlo los niños felices con imaginación y los duendes, el resto solo ve cosas… Cuando salgan al río, además de llevarlos a donde está el Silver, les voy a dar el segundo consejo mágico para que puedan verlo y los ayude a juntar su cuerpo de nuevo.

 

El inicio y el fin del viaje

Los niños se miraron con sus ojos sueltos por todo el pozo. Acordaron meterse hasta el fondo del pozo juntos, aunque estuvieran todos unidos, pero con sus partes separadas.

Ele y Fa iniciaron la inmersión.

Se metieron por las aguas heladas del pozo buscando la parte más oscura. Siguiendo las indicaciones del duende encontraron la oscuridad no solo por el color sino por el miedo que les producía. Más oscuro se ponía más y miedo tenían, más miedo tenían y más oscuridad se producía.

–Esto está muy oscuro y tengo mucho miedo –se oyeron decir todos al mismo tiempo.

Al decirlos juntos se dieron cuenta de que estaban sintiendo lo mismo. El miedo los había unido. Y fue desde esa unión que sintieron una pequeña luz blanca.

–Miren, hay una luz en la oscuridad del miedo –dijeron de nuevo todos al unísono.

–Nos dijo Ramandán que el amor entre nosotros nos daría fuerzas para seguir –recordaron todos juntos.

Empezaron a sentir cuánto se amaban entre ellos. Recordaron la cantidad de risas y alegrías compartidas. Recordaron el amor que sentían por sus familias, amigos, animales y por Jujuy.

Más lo sentían y la luz crecía. Esa luz iluminaba el fondo, pero si les daban atención a la oscuridad del miedo la luz desaparecía.

Se mantuvieron prestando atención a la luz en el medio de la oscuridad. En esa atención permanente lograron entrar en una vena roja de la tierra por donde percibieron que salía el agua. Avanzaron por la estrecha vena hacia las profundidades de la madre tierra. La vena se hizo más finita y el miedo se hizo más grueso. Haciendo esfuerzos de solo sentir el amor entre ellos y por los demás seres vivos siguieron el camino.

Sentir el amor mantenía la luz.

Años después recordarían cómo en ese paso vieron monstruos horribles asechándolos por todos lados. Animales horribles con formas nunca vistas trataban de distraerlos para que presten atención a la oscuridad. Eran dragones que se alimentan de la oscuridad. Los niños sabían que esos dragones expresaban los desafíos internos y externos que aún no habían enfrentado.

Los niños se mantuvieron aferrados a la luz que a veces se hacía más intensa pero a veces disminuía. Cuando a alguno de ellos le ganaba el miedo, la intensidad del brillo se atenuaba, pero afortunadamente nunca les sucedió a los cuatro a la vez por lo cual la luz nunca se perdió.

Atravesaron venas cada vez más finitas viendo dragones de piedra asechando por todos lados. Cuando sintieron que ya estaban tan oprimidos por la tierra y tan rodeados de monstruos que no podrían seguir avanzando, el destello del sol los encandiló.

Surgieron en un pequeño ojo de agua en la parte alta del río Xibi Xibi.

Ya no estaban desparramados como en el pozo ni fragmentados ni aplastados como en las venas de la tierra, estaban hechos muchas gotas de agua que contenían las distintas partes de sus cuerpos.

Les entró la desesperación.

–¿Y ahora qué vamos a hacer? –gritó burbujeando Kui.

–No sé –expresó Edu que casi siempre sabía.

–Sigamos buscando –opinó Fa.

Y antes de que se pudieran dar cuenta las gotas de agua del cuerpo de Ele, empezaron a fluir río abajo abandonando su timidez. El resto de los niños la siguió en medio de renacuajos, viejas del agua, yuscas y mojarritas.

Antes de llegar al vado de Juan Galán apareció Ramandán sobrevolando el río.

–Hola amigos –los saludó muy contento de verlos del otro lado.

–Los felicito. Han vencido los miedos y los dragones. Allá está el Silver –indicó hacia la ruta.

Bien asentado en sus cuatro gomas, pisoteado su techo por los niños, descuidado y sucio, con su corazón de dios bueno y castigado, descansaba sobre una loma.

–Canten ahora para que el Silver baile sobre el agua. La música es su salvación. Si no se une su cuerpo terminarán siguiendo el río hasta llegar al mar. De ahí ya solo se vuelve hecho lluvia.

Los niños empezaron a intentar cantar, pero se les hacía muy difícil. Pero la música los habitaba y les salía del corazón. Empezaron con una zamba amorosa, luego una chacarera, luego amulecafé y pasaron a una divertidísima cumbia. La música cantada por niños salió del agua y llegó al Silver. Las tres cosas que más le gustaban lo llamaban desde el río.

No pudo resistirse. A toda velocidad se lanzó al vado de Juan Galán y empezó a bailar apasionadamente mientras cruzaba el río de un lado al otro. Su danza enloquecida metió tanta tierra en el río Xibi Xibi que por un momento en vez de agua había solo barro.

Justo en el momento que el agua se convirtió casi en tierra llegaron al vado las gotas de niños y empezaron a unirse pegadas por el barro.

Los niños empezaron a mirar cómo se rearmaban sus cuerpos por completo y eso aumentó la potencia de su canto. Más hecho cuerpo estaban, más fuerte cantaban.

Al llegar al final del vado ya casi completados, cayeron por la pequeña cascada de nuevo al río.

Se miraron felices los cuatro renacidos bajo el agua mientras seguían cantando.

Cuando salieron a la superficie se encontraron con un gaucho que habían llegado hasta el fondo del pozo de La Almona.

–Menos mal que cantaban a los gritos –gritó el gaucho colgando de su lazo que estaba atado al travesaño del aljibe–. Gracias al canto los he podido escuchar y bajar a buscarlos –dijo el gaucho mientras ayudaba a los niños uno por uno a trepar por su lazo para salir del pozo de La Almona.

Dicen que ese pozo de agua está ahí desde antes de antes.

Los viejos recuerdan a los viejos diciendo que al pozo lo hicieron con la creación del primer recuerdo y que después le hicieron un aljibe para esconderlo.

Algunos conocedores afirman que no tiene fondo pues cuando uno mira para adentro solo se ve toda la oscuridad, incluida la del que mira. También juran que llega al centro de la tierra o que lleva a otros mundos, o que es como mirar para adentro de uno y de ahí para atrás hasta el inicio del tiempo.

Tiene una cosa extraña que atrae tanto como asusta. De lejos no parece peligroso, pero cuando uno se acerca mucho las sombras de adentro llaman, por eso advierten que hay que acercarse con cuidado o muy preparados.

Fa, Ele, Edu y Kui salieron del pozo esa mañana trepando por el lazo del gaucho. Eran los mismos pero los cuatro sabían que habían cambiado totalmente. Lo vivido los había transformado por dentro.

Se miraron recordando la promesa hecha a Ramandán para poder salvarse. No contarían jamás lo que les había sucedido.

Desde lejos Ramandán los miró sonriendo mientras decía ¡Tat twan asi!