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Alejandra Rivas

De eso no se habla

Alejandra Rivas

      Todos los sondeos de opinión que se conocen ponen de manifiesto una verdad indubitable, la mayoría de los argentinos rechaza de plano los métodos de la nueva forma de “protesta social” generalizada como “piqueteros”. Los argentinos en general consideran que son menos confiables aún que los dirigentes gremiales y que los políticos y sólo un 10% de la población está total y absolutamente convencida de que sus reclamos son justos.

      Analizando todos estos datos vemos que esta situación refleja una verdad incuestionable: la población, aún aquella a la que estos dicen representar y la que teóricamente es beneficiaria de sus reclamos no confía en estos “representantes” para solucionar sus problemas más urgentes. Pero no es una novedad, en esta generosa tierra de contrastes estamos acostumbrados a que quienes dicen representar y luchar por las reivindicaciones sociales y tener el monopolio de tal cuestión tampoco reconozcan que tanto sus métodos, como su prédica y discurso no concitan ni despiertan el menor interés de los representados. Como si actuaran en una realidad paralela en la que el pueblo, obreros, desocupados y marginados fueran una suerte de entelequia lejana y desdibujada a la que ni siquiera están ligados por ningún lazo genuino, porque la realidad sobre la cual teorizan y a la cual mencionan en sus discursos, no existe.
      Tal es el caso del sindicalismo, que haciendo honor a la ley de Hierro de la Oligarquía de Mitchels, está anquilosado en el poder y atornillado a la estructura sindical por una maraña de intereses personales y políticos, que se evidencia en el rechazo y baja confiabilidad que tienen entre sus propios representados. Este esquema que ya ha perdido vigencia, todavía conserva alguna capacidad de movilización, hay que reconocerlo. Merced a un gran esfuerzo y al reparto de un sinnúmero de mercancías, abarrotes y especies de toda índole, todavía logran aportar en los escasos actos políticos que actualmente presenciamos.
      Sin embargo, una vez acabados estos gordos señores que no hicieron la plata trabajando (como decía uno de ellos), los argentinos, cual vírgenes necias, volvimos a creer que las disfunciones del pasado habían desaparecido. Luego de la emblemática consigna del “que se vayan todos”, con un trasfondo innegable de pobreza y marginación, donde se censuraban con rabia los estilos clientelistas y donde después de haber tocado fondo, todos recuperamos la esperanza en que esta sociedad, cual Ave Fénix, renacería del pasado, construyendo de los errores un futuro mas plausible. Hoy nos damos cuenta que realmente vivimos en el país de Alicia, aquel de las maravillas, donde el pasado retorna una y otra vez. Terminada la historieta sindical, aparece una suerte de dirigencia substituta, que inicialmente despertó la simpatía de la clase media y el apoyo masivo de los excluidos, que predicaba con la izquierda, y era promisoria, hasta que empezó a aplicar con la derecha.
      El clientelismo del pasado sin embargo, tenía un código: un voto por una promesa. A pesar de todo, los mismos políticos y dirigentes no habían llegado al límite inmoral de exigir un porcentaje del sueldo al “cliente” o “protegido” o de tomar rigurosa asistencia en un corte de ruta o en un acto, al pobre atrapado en su mísera condición, so pena de ser echado del cupo de Jefe y Jefa de Hogar.
Porque todos sabemos que esas son las prácticas vigentes para los rehenes de estas nuevas mafias. Pero de eso no se habla. Nadie habla, por ejemplo del sujeto que un buen día decidió atacar un casino, y apropiarse cual Robin Hood de un botín más que jugoso, para según él “repartirlo entre los pobres”. Sin embargo monopoliza el micrófono con su prédica de preso político, para hacernos olvidar que simplemente es un delincuente común.
      También nos confunden desde el poder, cuando en los actos, cuya figura central es el Presidente, que entrega viviendas construidas por “cooperativas”, (cuando todos sabemos que las mismas en su mayoría fueron levantadas por obreros desocupados de la UOCRA, tercerizados. Las sorpresas no terminan ahí: porque los representantes de los humildes, de manera autoritaria impiden sus representados, que se acerquen y empañen el brillo del acto que tan pulcramente han organizado y dirigen desde el escenario principal.
      Estos métodos autoritarios y verticalistas sson las herramientas de la nueva mafia, que comercia con la miseria, atrapando a miles de rehenes que no tienen otra salida que concurrir al piquete o al acto y aportar para la causa de la izquierda, con métodos de la derecha. Un párrafo aparte merecen los ideólogos que sustentan el andamiaje discursivo de la “nueva dirigencia” que, como fantasmas decadentes, se valen de la ignorancia y la miseria, manejando entre bambalinas algunos latiguillos de izquierda, que seguramente hacen que se revuelva en su tumba al mismo Che Guevara. A nivel nacional se pone un manto de protección a las prácticas de peaje de estos regentes, que como vampiros insaciables extraen 10 o 20 pesos mensuales a cada una de las víctimas incluidas en los cupos de sus organizaciones. Tristemente debemos decir que hemos vuelto al sueño malo e irreal del pasado y nos encontramos con esta claudicación de los valores más elementales que sustentan a la estructura social, degradando los puntales de todo sistema político: el orden, la libertad y también el poder, entendido este último como elemento fundamental que nos permite transformar la realidad. Pero de eso no e habla.






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