Escribimos esta crónica desde donde Argentina comienza a ser sinónimo de América. Densa muchedumbre de montañas preparan para la violenta ascensión a las mineralizadas mesetas centrales del continente. Desde aquÃ, por el Pilcomayo y el Bermejo, rumbo al Paraná profundo y lejano, se extiende la selva y el trópico.
Tierra y hombres de idéntico color se reconocen a sà mismos desde el comienzo de los tiempos.
El desafÃo vegetal del bosque sufre la civilizada derrota del ingenio azucarero. Altas chimeneas destacan su arrogancia vencedora en el dilatado esmeralda de la caña.
Mas allá, junto a las últimas fronteras, el cedro, la tipa y los lapachos defienden las profundidades húmedas donde cuentan que duerme su sueño el Dios de la madera. La cinta paralela de las vÃas, junto a caminos cada vez más estrechos, señalan el rumbo de los conquistadores.
Lo que fue antes: Durante muchos, muchos años después de la Independencia Nacional, estas regiones siguieron viviendo como cuando la encomienda, lamita y el yanacona coloniales. Hombres pletóricos de derechos y gente famélica de justicia, opulencia natural y necesidad humana, ricos muy ricos y la inmensa pobreza multiplicada y multiplicándose en ranchos y taperas hacia los cuatro puntos cardinales.
Alguna que otra ciudad en la que el comercio y las oficinas administrativas creaban la sensación de la época moderna. Desesperación, vicios, gobernadores, diputados, senadores, intendentes, todos de uno u otro modo vinculados a los ricos.
Un administrador de ingenio era necesariamente un candidato a diputado nacional, un gobernador debÃa ser por lo menos apoderado de una firma azucarera.
Largos y melancólicos ingleses de grandes pies y rudos zapatones claveteados moraban en algunas zonas, siempre las mas ricas y las de mayor pobreza. Aislados en sus casas y en su idioma, repetÃan en éstas latitudes la actitud nostálgica y despreciativa de los administradores británicos de la India.
Después vino el 17 de Octubre de 1945. Después vinieron los sindicatos y los indios y los obreros comenzaron a tener derechos.
Ledesma, Sugar Company debió tratar con los gremios y no con el cacique envilecido a alcohol y a coima.
Debió pagar en moneda nacional, olvidándose del salario en escopetas viejas y en caballos inservibles al fin de cada cosecha.
Debió franquear a todo el mundo las calles que antes se abrÃan solo para los señores dueños del ingenio y sus sirvientes de alto copete.
El mataco se estremeció con la risa amplia del hombre recuperado.
El cuchillo pelador de caña fue también razón y derechos desde entonces.
Un administrador hubo de recorrer los lugares de sus tropelÃas con una cornamenta de ciervo a manera de sombrero.
Los chaguancos tuvieron zapatos y aprendieron a hablar en castellano.
Por primera vez en la historia nacional tuvieron voto y se inscribieron en los padrones y registros civiles. Dejaron de llamarse Benito Mussolini, Jorge Washington o Al Capone, nombres con los que los sirvientes menores de la oligarquÃa azucarera los bautizaban en las contabilidades, para divertir sus ocios de imbéciles sin remedio.
Se llaman ya con sus nombres extraños, resonancia lejana del grito de sus pájaros o del rumor profundo de sus bosques y sus rÃos.
AllÃ, alrededor de la mesa del sindicato, los coyas de la puna, los matacos de los grandes rÃos, los chauancos de los bosque los trabajadores blancos o morenos de todas las latitudes se reconocieron hermanos, se reconocieron también, como en una revelación, argentinos.
Alrededor de esa misma mesa se encontraron también con los aimaras, los quechuas bolivianos y se reconocieron hermanos y aprendieron que América Latina es un realidad que les pertenece por historia y por destino.
Faltaban muchas cosas, es cierto. Sobraban penas. La lucha seguÃa siendo un largo camino a recorrer, pero habÃa esperanzas.
En esto, llegó la llamada .revolución libertadora al extremo norte. Fue por la radio. Se anunció que el gobierno que habÃan elegido, que habÃa elegido el pueblo de la república no existÃa más.
Ahora, se dijo, habÃa un gobierno provisional.
Armados de sus cuchillos y su fe se resistieron a aceptar lo impuesto por lejanos locutores.
Durante dÃas, casi semanas después de la instalación del nuevo gobierno, velaron sus armas en una dolorosa impotencia.
-Ya les avisaremos cuando habrá que jugarse, dijo alguien, pero nunca nadie les comunicó que la hora habÃa llegado.
Las banderas y las escarapelas lucieron por las calles céntricas de algunas ciudades, en ningún lugar más.
Los cañaverales, los obrajes, los dilatados campos del tabaco no lucieron los colores nacionales. Una profunda tristeza sucedió al estupor de una derrota que no habÃa sido el resultado de ninguna batalla.
Ahora, la tarea aumenta, ahora crecen las voces de los capataces, en los ingenios, en los obrajes, en las minas. Se despide a los dirigentes sindicales y se hace retroceder en 20 años la legislación social vigente, so pretexto de adulteración en los padrones electorales.
Se habla abiertamente de quitar el derecho a voto a millones de indios, tal vez quiera borrárselos también de los registros civiles o hacerlos regresar de nuevo sin nombre, ni patria, a lo profundo de la selva.
Los dueños de ingenios y de minas, los latifundistas han regresado a las funciones de gobierno, ahora mandan por sà o por intermedio de sus mandatarios, tienen en sus manos la suerte de la región, alguien moderno Sigfrido azucarero ha elaborado una frase que gana cada dÃa mayor predicamento: -El paÃs necesita un baño de sangre.
Con ese espÃritu se actúa. En los ojos de esta oligarquÃa brilla el ansia de la revancha, pero también, más al fondo, brilla el miedo.
Todos los partidos tradicionales apoyan a la llamada -revolución libertadora. La inmensa mayorÃa de la población los enfrenta. No hay desertores. Tal vez no se sepa con claridad lo que se desea pero se sabe claramente lo que no se quiere.
Durante la última huelga, los trabajadores ocuparon Ledesma por tres dÃas. Un riguroso cerco de soldados y gendarmes se anudó alrededor del ingenio. Ráfagas de ametralladoras disparadas al aire establecieron un verdadero sitio contra los ocupantes, asà hasta que se levantó la huelga y comenzaron las represalias. Se ha abierto en la región la noche de los cuchillos largos.
La inmensa mayorÃa contra la inmensa minorÃa. La pasión vela, arden en ingenios, minas y fincas. No se acepta la vuelta al pasado. Se resiste. Nadie se pregunta cuando se reconquistará lo perdido, pero nadie duda que todo lo perdido será recuperado y que se irá mucho más adelante en lo económico y social.
Esto es lo que dice el silencio agresivo de este pedazo de América Latina que ha cobrado y conciencia de su propio destino.
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(*) En los últimos meses de 1955, después del golpe militar de septiembre, apareció integrando la resistencia el periódico Lucha Obrera, dirigido por Esteban Rey.
Formado en las lecturas del troskismo, Rey habÃa sido antiperonista y en tal carácter habÃa intentado arengar a un grupo de obreros tucumanos allá por 1949, produciendo una airada reacción de éstos que estuvieron a punto de agredirlo. Tiempo después, cuando intentaba explicar al peronismo desde un perspectiva de izquierda nacional, alguien le recordó el episodio y Rey contestó inmediatamente - ¿Sabes lo que pasa? ¡Ellos tenÃan razón!.
El 18 de enero de 1956, poco tiempo antes de su clausura, Lucha Obrera publicó un editorial redactado por Rey constituye esta brillante página polÃtica, que merecÃa ser rescatada del olvido.
La revolución fusiladora
El golpe de Estado contra el gobierno peronista, el 16 de septiembre de 1955
El golpe y la resistencia peronista
Por: Elena Luz González Bazán (especial para ARGENPRESS.info)
"Con las armas lo echaron, con las armas lo traeremos"
Porfirio Cena
Miembro de la Resistencia Peronista de Córdoba
El 16 de septiembre de 1955 se produce el golpe de Estado y cae el gobierno peronista, el proceso se venÃa incubando y a diferencia de muchos que opinan sobre el inicio de la Resistencia Peronista nada mejor que hablar con los resistentes peronistas.
Juan Carlos Cena y su padre Porfirio Cena fueron miembros activos de la Resistencia en la provincia de Córdoba, luego de la muerte de Eva Perón, el propio Porfirio le dice a su hijo que se vienen momentos duros.
Luego de las bombas sobre Plaza de Mayo, Porfirio Cena y otros resistentes se empiezan a organizar, la resistencia ferroviaria y la resistencia en todos los lugares, son los trabajadores que quisieron formar las milicias, son quienes aplaudieron las armas compradas por Evita, la única forma de resistir el golpe era organizándose y llevando adelante la lucha para no permitir la caÃda del gobierno peronista. Estos resistentes le reprocharon a Perón porque no castigó a los responsables de aquella masacre que fue el bombardeo sobre Plaza de Mayo, asà lo sostiene Juan Carlos Cena.
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