En la última misa dominical de 1764, monseñor Gabriel Florent de Choiseul Baupré, obispo de Mende (Francia), se dirigió a sus fieles con estas palabras:
â¿Hasta cuándo, Señor, vuestra cólera, como si ésta tuviese que ser eterna? Apenas comenzábamos a disfrutar los gozos de la paz, cuando ésta se ha visto perturbada por nuevas desgracias: la mortalidad de los animales, la alteración de las estaciones, el granizo y las tormentas han llevado la desolación y la esterilidad a nuestros campos. [...] Vuestras desgracias sólo pueden provenir de vuestros pecados. No dudéis que se debe a que habéis ofendido a Dios que ahora veis cumplirse en vosotros textualmente las amenazas que Dios puso antaño en boca de Moisés: ´Si no ejecutáis todos mis mandamientos, pronto os castigaré con la indigencia. [...] La tierra ya no producirá más granos, ni los árboles frutos´â, del libro LicantropÃa, de Jorge Fondebrider.
Hace 250 años, antes que la máquina de vapor, antes que el petróleo y la explosión demográfica, este obispo francés utilizaba los cambios climáticos de su época para apuntalar su argumento de que los humanos tenemos la culpa de todo lo que pasa. En realidad, el sermón del obispo ocurrÃa en el contexto de la aparición de una bestia lobezna que en aquellos años produjo decenas de muertes en esa región de Francia (âla bestia de Gévaudanâ), y gracias a la trascendencia de aquellos sucesos es que ha quedado registrado el sermón.
La trampa racional que utilizó aquel obispo sigue intacta: se señala un elemento natural (el cambio del clima) como justificación de la ideologÃa del pensador (en este caso, que el humano es un pecador ya que produce cambios en el clima).
Este artÃculo tiene apenas la intención de dejar al descubierto que el clima de la Tierra ha estado siempre cambiando tanto o más que en estos siglos XX y XXI. Y también tiene la segunda intención de proponer al lector una pregunta: ¿De qué nos quieren convencer usando esta vieja trampa?
¿Cómo reaccionarÃa usted si alguien le dijera, alarmado: â¡el agua está mojada!â? La expresión âcambio climáticoâ es redundante, como âagua mojadaâ, pues el clima cambia siempre. Al menos en este planeta. La diferencia es que la mojadura del agua puede verificarse en el instante, mientras que el hecho de que el clima siempre ha cambiado sólo puede verificarse recorriendo décadas o siglos hacia atrás. Eso haremos aquÃ.
¡El clima de la Tierra siempre ha estado cambiando! Esto es notorio si retrocedemos centenares de millones de años, hasta épocas en las que la Tierra era una gran bola blanca de hielo, u otras épocas en las que se parecÃa a una dominguera parrilla humeante. Pero este argumento podrÃa ser también tramposo: lo que nos importa a los humanos es lo que pueda ocurrir en las próximas décadas o siglos, no en los próximos millones de años. Hablemos del clima en el pasado reciente de la Tierra, entonces.
Durante el último millón de años, el clima de la Tierra ha manifestado una cadencia clarÃsima: ocho perÃodos glaciares de cien mil años cada uno (la mayor parte del planeta inhabitable por estar cubierta de hielo), seguidos por breves periodos de âcalentamientoâ, de diez mil años. Cien mil años de frÃo y luego diez mil años de calorcito, como ahora. Luego otros cien mil años de frÃo. Y luego diez mil de calor. Ocho veces. Ahora estamos ya excediendo los diez mil años de calor por lo que, si el ritmo terrestre continuara, estarÃamos ya ingresando en un perÃodo de cien mil años de un frÃo extremo.
Las primeras culturas humanas comenzaron a germinar, precisamente, hace diez mil años, cuando terminó la última glaciación. Ya para entonces se habÃan extinguido el 99% de las especies que habitaron la Tierra. Y nosotros recién estábamos empezandoâ¦
Hace diez mil años, España tenÃa el clima de Siberia y el resto de Europa era inhabitable. El Sahara era fértil. El nivel de los mares era alrededor de 20 metros más bajo que ahora, antes que comenzaran a derretirse los hielos glaciares. Estos datos los sugieren los geólogos y los arqueólogos modernos. Cuarenta culturas humanas testimoniaron la ocurrencia de un gran diluvio y la inundación de grandes territorios, hace más de ocho mil años.
Los hielos se derritieron, pasaron los cataclismos, la Tierra se tranquilizó. Luego de dos o tres mil años de calorcito, se nos ocurrió inventar la agricultura. Desde entonces, el clima de la Tierra es asombrosamente estable, si estable quiere decir que la temperatura promedio del planeta ha ido oscilando entre dos grados más y dos grados menos que la actual.
Nota: la estimación en grados de temperatura promedio la expreso estimativamente a fines sólo didácticos, ya que en la mayorÃa de las épocas que aquà relato no existÃan los termómetros, inventados en el siglo XVI y con precisión confiable en estaciones meteorológicas recién desde hace un cuarto de siglo.
Pero estos cuatro o cinco grados de oscilación pueden ocasionar grandes problemas y grandes beneficios a las actividades humanas. El resto de las especies parecen no sufrir tanto esta oscilación: pocas han desaparecido desde entonces, y algunas han hecho su aparición. Estos son milenios de bonanza para la vida, querido lector. Aprovéchelos.
Hace unos cinco mil años inventamos la escritura. Y esta es la peor pesadilla de los que defienden el concepto de âcambio climáticoâ del siglo XX y XXI. Porque, desde entonces, el âcambio climáticoâ ha quedado registrado en infinidad de testimonios de muchas culturas que no conocÃan ni la estufa a kerosene. Muchas han dejado por escrito los mismos titulares que desgarran los corazones de los periodistas poco informados de nuestros dÃas: â¡Terribles tormentas! ¡SequÃas! ¡Cambios en la estacionalidad de las lluvias! ¡Plagas! ¡Mortandad de peces! ¡Y todo por culpa del humano!â ¿Sabrán que lo mismo dice la primera parte de la Biblia, escrita hace 2.500 años?
Sin embargo, podrÃa ser que usted no creyera en la Biblia. Pero ¿se ha puesto a pensar por qué algunas calles de Londres se llaman âBodega Fulanoâ, âBodega Menganoâ, si Londres tiene un clima mucho más frÃo que el que soporta la vid? ¡No me diga que tampoco cree en las calles de Londres!
Son calles muy viejas, de hace mil años. En esas épocas la Tierra estaba quizás dos grados más caliente que en nuestros dÃas. El âÃptimo Climático Medievalâ, asà le dicen. ¿Mala época tanto calentamiento? ¡No! Aquel era un clima fantástico. De hecho, fue una época próspera en toda Europa. HabÃa vides en Londres. Los hielos del Norte se derritieron casi por completo. No se preocupe: los osos polares sobrevivieron flotando 200 años en pequeños témpanos. Gracias a este calorcito, los vikingos llegaron a América, 500 años antes que Colón. La vida explotó. En aquellas noches cálidas de Europa nacieron los trovadores y el amor romántico. La población aumentó. La Tierra se puso tan linda que algunos comenzaron a pensar que quizás no habÃa que esperar a la Otra Vida para ser feliz. La primera semilla del humanismo europeo fue el calentamiento global de hace mil años.
Pero el clima cambia siempre. Aun dentro de aquellos calores medievales, habÃa oscilaciones en la temperatura promedio quizás de medio grado que eran suficientes para ocasionar daños en las cosechas, plagas y, en general, desajustes (mejor: reajustes) en el equilibrio ecológico de las zonas que ocupaban los humanos que ya sabÃan escribir. FÃjese qué curioso: ellos no sabÃan que esos cambios son naturales, ignoraban que asà como los habÃa en esa época, los hay ahora. Entonces los creÃan el resultado de las acciones humanas (castigo divino, usualmente), como aquel obispo que le conté.
Pero a veces el clima cambia mucho. No como ahora: ¡mucho en serio! Aunque no habÃa termómetros, se estima que en algunas décadas la temperatura promedio de la Tierra bajó quizás unos tres o cuatro grados, hasta llegar a dos grados menos que la actual. Si antes Londres tenÃa un clima como para cultivar vides, ahora su clima se enfrió tanto que el caudaloso rÃo Támesis se congelaba durante algunos dÃas de invierno. El dato ha quedado registrado en relatos y también en pinturas, donde se muestran las âFerias de heladaâ que hacÃan los londinenses sobre el hielo del Támesis. Lo mismo ocurrÃa en los canales de Ãmsterdam, en el Bósforo Turco, en el rÃo Ebro y hasta en Nueva York. Los osos polares, felices: se bajaron de los pequeños témpanos y volvieron a alimentarse.
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El rÃo Támesis congelado hace 400 años, durante la Pequeña Edad de Hielo (1350-1850). El calentamiento global ocurrido antes de la Era Industrial impidió que se volviera a congelar. |
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Támesis helado (1633), óleo atribuido a Jan Wyck. |
¿Fue una buena época? Bueno⦠le dirÃa que fue bastante incómoda, aunque de las incomodidades suelen nacer buenas ideas. Alrededor del siglo XIV el clima habÃa cambiado tanto que los europeos tuvieron que ponerse las pilas y comenzaron a inventar algunas cosas para palear el frÃo. Este sacudón del clima fue una de las causas del nacimiento de la ciencia moderna. Otros prefirieron ir a la iglesia a rezar para que el Dios devolviera el buen clima, tarea que coronaron con éxito pero después de 500 años de oraciones e impuestos al clero católico. En la mitad del camino, algunos se hartaron y partieron en dos al cristianismo.
Pero también dentro de esta época de frÃo ocurrieron infinidad de âcambios climáticosâ que han quedado registrados, ahora sÃ, con pelos y señales, pues en esta época vivieron señores como Charles Darwin, que escribÃa con detalle y rigurosidad todo lo que veÃa. También de esta época helada son los terribles cambios climáticos con los que justificaba su ideologÃa aquel obispo francés.
En su paso por la pampa húmeda argentina, escribió Darwin: âLlámase la gran seca el perÃodo comprendido entre los años 1827 y 1832. Durante ese tiempo cayó tan poca lluvia, que desapareció la vegetación y los mismos cardos dejaron de brotar. Secáronse los arroyos y el paÃs entero tomó el aspecto de un camino polvoriento. Gran número de aves, de animales salvajes, de ganado vacuno y caballar murieron de hambre y de sed. EstÃmanse por lo menos en un millón de cabezas de ganado las pérdidas sufridas sólo en la provincia de Buenos Airesâ (del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo). Recientemente, en la misma zona argentina, una sequÃa que no superó los dos años fue considerada consecuencia del âcambio climáticoâ ocasionado por el humano.
Pocas décadas antes de la visita de Darwin a Argentina, grandes anomalÃas climáticas (calores extremos seguidos de granizos inusuales) afectaron las cosechas de 1788 en Francia, produciendo la hambruna que aceleró la Revolución Francesa. Pocos discuten la influencia de los cambios climáticos en la caÃda del imperio romano de Occidente, 1.300 años antes.
Esta época de frÃo se llamó Pequeña Edad de Hielo, y lo de âpequeñaâ es muy atinado, pues atiende a la historia completa de la Tierra. Duró cinco siglos, hasta mediados del siglo XIX, ahorita nomás, hace 150 años. En 1850 el Támesis ya no se congelaba más, pero no volvió a hacer tanto calor como para poner una bodega. La temperatura se estabilizó en los niveles actuales: ni tanto calor como en el Ãptimo Climático Medieval, ni tanto frÃo como en la Pequeña Edad de Hielo. FÃjese: en pocas décadas la temperatura en Europa subió alrededor de dos grados. ¿Emisiones de dióxido de carbono? ¿Deforestación del Amazonas? ¡Noooo! ¡Espere! Que todavÃa estamos sin electricidad ni autos ni soja. ¡Ni una radio a pilas! ¡Ni siquiera tenemos antibióticos ni vacunas! No sobra gente que contamine: ¡falta gente! Pero la Tierra igual se calentó.
En 1750 comienza la actividad industrial en Europa, impulsada por la máquina de vapor. En 1804 aparece la primera locomotora. Pero el gran desarrollo industrial se producirÃa alrededor del año 1900, con la incorporación de la electricidad y el motor a combustión interna, que comienzan a utilizar carbón y petróleo en cantidades crecientes. La crisis de 1930 y la Segunda Guerra Mundial demoraron algo más el desarrollo industrial a gran escala, el que ocurrió finalmente alrededor de 1950. Simultáneamente, a partir de 1800, se inicia un acelerado avance de la ciencia médica, con el desarrollo paulatino de vacunas (1796, viruela; 1974, varicela, por citar los extremos más significativos) y antibióticos (penicilina, 1943). Estos avances produjeron que la expectativa de vida casi se duplicara en estos 200 años, lo cual -junto a otros factores- aumentó a niveles crÃticos la población mundial y la consecuente contaminación ambiental de origen humano.
Entonces vuelve la trampita de aquel obispo francés, pero ya no con objetivos religiosos: â⦠la alteración de las estaciones, el granizo y las tormentasâ¦â (sic). ¿Quién es el culpable ahora de lo que, en realidad, ha ocurrido siempre? El desarrollo industrial, el exceso de población, las nuevas tierras de cultivo que incorpora la hermana república de Brasil.
Pero ¿los cambios climáticos de las últimas décadas son resultado del accionar humano? La respuesta es compleja e intentaré presentarla en otro artÃculo. Aquà me limito a algo más sencillo: ¿hay más cambios climáticos ahora que hace 500 o 1.000 años? La respuesta está a la vista, si usted ha leÃdo con atención hasta aquÃ.
Todos los cientÃficos coinciden en que en los últimos 150 años la temperatura promedio de la Tierra ha subido alrededor de 0,55 grado. El dato tal vez serÃa alarmante si no supiéramos que hace 1.000 años, sin actividad industrial, la temperatura fue mucho mayor. HabÃa vides en Inglaterra; hoy no puede haberlas: hace mucho frÃo. Luego la temperatura descendió hasta el punto de congelar el Támesis. Sin petróleo ni superpoblación. ¿Por qué ahora un cambio mucho más sutil serÃa, tan sencillamente, consecuencia del accionar humano?
FÃjese: entre los años 1700 y 1850 ocurrió un calentamiento tal que produjo que el Támesis ya no se congelara, digamos, por dar una imagen sencilla. La comparación de las variaciones de temperatura es demoledora para los que creen que hoy hay más cambios climáticos que antes. A saber: 1700 a 1850 (sin industria), aproximadamente +2 grados; 1850 a 2000 (con industria), +0,55 grado. Con estos datos, y si consideráramos que la actividad industrial influye en el clima, la conclusión serÃa que la industria ha reducido bruscamente el aumento de temperatura y ha moderado el clima. Los últimos 150 años han sido, en realidad, de una estabilidad climática inusual en este planeta.
El modo alarmista que prefieren los medios de comunicación modernos, el hecho de que ya no haya zonas deshabitadas en la Tierra y el permanente monitoreo que hacen miles de estaciones meteorológicas y satélites espaciales, producen la sensación de que hoy hay más cambios climáticos que antes. Si pudiéramos disponer de la misma cantidad de información acerca del clima de la época de aquel obispo francés (o cualquier otra época), verificarÃamos graves anomalÃas en los hielos polares, en el régimen de lluvias, en las variaciones de temperatura, desplazamiento de especies, etcétera. La escasa precisión de los termómetros de aquella época no hubiera podido siquiera advertir los Ãnfimos cambios actuales. Los aludes en Perú o las inundaciones en Australia simplemente no trascendÃan al resto del mundo hace 1.000 años ni hace 100. Sólo se enteraban los lugareños. En ningún canal de TV salieron las consecuencias de la erupción del volcán Toba (en Sumatra, 72000 a. de C.), que cambió brutalmente el clima de la Tierra durante décadas. El Diluvio Universal tampoco fue noticia ni alarmó a ningún fan ecologista. Pero, hoy, medio centÃmetro de crecimiento de los mares es comunicado con música de catástrofe, pues corren riesgo algunas islas de OceanÃa. ¿Sabrán que Jacques Cousteau descubrió construcciones fenicias -de hace sólo tres mil años- 15 metros abajo del agua?
Que quede claro: nos oponemos activamente desde hace más de dos décadas a la contaminación del planeta. Mucho más: nos indigna el maltrato a la Madre Tierra. Asà que no nos busque del lado de los que esquilman a la naturaleza y a sus especies, incluida la nuestra. Pero creemos que el engaño también es un maltrato.
Si le parece, otro dÃa hablamos de la historia polÃtica de este invento del âcambio climáticoâ, sus autores, sus beneficiarios, sus cómplices por ignorancia, sus fuentes de financiación. También de las hipótesis de las investigaciones serias acerca de cuáles serÃan los factores que modifican el clima, dado que los cambios climáticos aparentemente no se correlacionan con las emisiones antropogénicas, como vimos.
A usted, por las dudas, no se le ocurra repetir en voz alta lo que ha leÃdo aquÃ. Pues se lo acusará de hereje de esta nueva religión que cobija bajo el mismo Credo a los extremos del arco polÃtico.
Si viniera un extraterrestre a la Tierra, se sorprenderÃa al advertir que la que ha prosperado aquà es una especie que combate contra sà misma, la explotación de un pequeño sector de esa especie sobre el resto, el hambre junto a la opulencia; la disposición de 15.000 armas nucleares apuntadas sobre sà mismas, las guerras; el gobierno de los sordos, las intolerancias ilustradas; la degradación del aire que luego se respira, la del agua que luego se bebe. Y luego abrirÃa grandes los ojos al enterarse de que el discurso predominante de la buena gente es: â¡nuestro problema es que el clima está cambiando!â, en uno de los perÃodos climáticos más estables que se han conocido aquÃ.
El âcambio climáticoâ continuará, como siempre. Y, mientras dure nuestra ingenuidad, seguirá siendo usado para distraernos de nuestros problemas más acuciantes, que sà están en nuestras manos.
*Autor del libro Las trampas de Occidente y conduce el programa La Bruja de las Palabras, en La U, Radio Universidad Nacional de Jujuy
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