Queridos amigos: les escribo estas lÃneas en medio del dolor y de la conmoción que me causa la grave situación que atravesamos en Jujuy, resultándome imposible adaptarme a la sórdida resignación que, como tónica general, se instaló entre nosotros, como si todo lo que ocurriera fuese parte de un camino unidireccional, sin alternativas.
En estos dÃas, he oÃdo relatos y he visto escenas que me hicieron regresar, sin escalas, a la historia de la primera mitad del siglo XIX, cuando el estado argentino aún no se hallaba constituido en su significación moderna, tiempo de permanentes enfrentamientos y de justicia por mano propia. Hace poco más de una semana, en los predios ocupados de Libertador General San MartÃn, la pérdida de cuatro vidas humanas corrió, trágicamente, un nuevo y fatal lÃmite en la escalada de violencia que comenzó a instalarse como proceso en nuestra sociedad hace bastante tiempo.
Luego, como por efecto cascada, han sido repetidas las situaciones derivadas e imparables, que constituyen una acelerada realidad que me resulta muy difÃcil de procesar interiormente. He visto o escuchado historias de vecinos subdividiendo espacios de uso público, o instalando sus carpas en terrenos privados. Unos realizando la ocupación a cara descubierta, otros con los rostros irreconocibles. Unos con las manos vacÃas, otros portando armas diversas. He oÃdo acerca de vecinos que también, con las manos vacÃas, o provistos de armas, estaban dispuestos a evitar, de cualquier modo, asentamientos en sus propiedades. Supe de personas cansadas de esperar el turno burocrático que nunca llega para recibir sus viviendas. Supe de personas que no quieren vivir más hacinadas con sus familias en un solo ambiente multiuso, y de quienes llegaban a las tomas en autos de alta gama, especulando con la posibilidad de engrosar su patrimonio. Supe de personas que habrÃan obedecido órdenes, o incluso habrÃan cobrado algún dinero para llevar a cabo la ocupación. Supe también de personas que obedecÃan solamente a sà mismos. He oÃdo historias de gente sola, y de padres con muchos hijos. He oÃdo historias de ancianos con frÃo, instalados en casas a medio construir, cuyas cuotas venÃan pagando, dispuestos a evitar que otras personas las ocuparan; he oÃdo historias de jóvenes en vigilia, que junto a un fogón, se solidarizaban en la protección común de su lugar en el mundo. También he oÃdo historias de personas en situación de pobreza que decidieron no tomar ningún terreno.
Por momentos siento que estoy en medio de un sueño grotesco, porque esto no puede estar pasando realmente, me repito. Por momentos recupero la esperanza de que todas las voces se hagan oÃr, y por momentos siento que me ahogan la sordidez, la anomia, la resignación y la actitud acomodaticia en la que vivimos, siempre midiendo al milÃmetro si conviene o no expresar o hacer tal o cual cosa por temor, o para evitar el riesgo de perder algún beneficio o posicionamiento. Mientras tanto, el Jujuy construido por hombres y mujeres soñadores y valientes de otras épocas, hoy se desangra. Por momentos, siento que hasta hemos perdido la capacidad de ser piadosos con él, mientras nos dirige su última mirada antes de desaparecer.
Hoy, el amor que aprendà de mis padres y antepasados por Jujuy, es tan intenso como el dolor que siento. Estamos en el mes del Ãxodo y de la Pachamama, madre de la cual todos venimos, y a la cual todos volveremos, siendo, vaya paradoja, enfrentamientos por su posesión los que nos alejan entre nosotros, cada vez más.
Los abrazo, con la esperanza de que en el fondo de nuestros corazones podamos encontrar las respuestas para salir adelante.
José D. RodrÃguez Bárcena.
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