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Martín Güemes

La Batalla de Tucumán
fue una decisión popular

      Cuando revisamos nuestra historia, nuestra tradición nacional, siempre llegamos a una conclusión: somos un país, porque no pudimos ser una Nación. Las Provincias Unidas de Suramérica que soñaron nuestros Libertadores: San Martín, Belgrano, Pueyrredón, Güemes, entre otros. Factores exógenos en connivencia con elementos internos, determinaron que fuéramos lo que somos, una Patria Grande dividida. En suma: un proyecto inconcluso. Este diagnostico de situación crónica que señalamos desde la perspectiva geográfica, histórica, se repite en cada país, con una tendencia marcada por la posición geopolítica: la prevalencia de los centros portuarios, sobre el interior; y una configuración geocultural: la visión cosmopolita de la cultura, de la historia, de la educación, de la política,  de lo económico.
      En el caso de las dos argentinas (Buenos Aires y el Interior), el fenómeno se traslada a las regiones, que fueron antes que las provincias. En cada provincia (consecuencia de la disgregación regional) se renueva el fenómeno separatista, en relación a sus vecinas y a su propio interior. Esta cruda realidad supone comprender las excepciones, que en forma de sudestadas, promueven movimientos telúricos nacionales, que por pendulares, no logran solucionar este mal sistémico. Una actitud espasmódica de construcción nacional, no forja situaciones estables. Se necesita un proyecto nacional centrado en nuestro interior, en nuestras regiones, para superar esta recurrente actitud cultural, devenida en subordinación estructural, y denigración popular. Esta previsión superadora de antinomias provinciales, nos llevaría al equilibrio: Bs. As. - interior, al desarrollo regional, y la consecuente proyección continental.
      Se preguntaran, seguramente: ¿Qué tiene que ver lo expuesto, con la batalla de Tucumán? Estamos convencidos que enmarcar regionalmente las batallas por la Libertad e Independencia, en el tiempo fundacional de la Patria, nos ayuda a comprender las causalidades del presente, el debe y haber de nuestras cuentas públicas. A superar esta larvada y desigual competencia entre nuestro norte y el puerto. La historia, como decía Benedetto Croce, es siempre contemporánea.
      En este tiempo bicentenario, venimos reflexionado sobre lo que significa la línea histórica de los dos 25 de Mayo (1809/1810) proyectada al 9 de Julio (1816), que por cierto no es la línea “Mayo – Caseros” esgrimida por la historia oficial.
      Tan evidente, esta última línea histórica, al reflexionar sobre los nombres de las calles que rodean nuestra Plaza 9 de Julio, en la ciudad de Salta. ¿Es casualidad, que se llamen: España, Buenos Aires, Mitre y Caseros, las calles que rodean la Plaza central de nuestra Salta? ¿Es casualidad que Arenales este allí, en el centro de la Plaza? Más allá de su fervor patriótico, de su valentía legendaria, y de su capacidad militar probada en las luchas por la Independencia; en la lucha civil posterior a la misma, Arenales apoyó a Rivadavia, y fue gestor de la llegada de capitales británicos, destinados a la extracción minera. Además, estaba emparentado Dámaso Uriburu, testaferro del Capital inglés en el Alto Perú. Desde la gobernación de la Intendencia de Salta (1824 – 1827), fue el máximo representante salteño, del dejar pasar, dejar hacer… de allí su triste y solitaria muerte en Moraya, en Bolivia. Otra pregunta, esta sí relacionada con la gesta Belgraniana ¿Porqué en los calendarios escolares de nuestra provincias del norte, no festejamos juntos el éxodo jujeño, el combate de Las Piedras (3.09.1812), la batalla de Tucumán (24.09.1812), el juramento a la Asamblea del Año XIII (13.02.1812), y la batalla de Salta (20.02.1812)? La razón es simple, educativa. Las historias provincianas, construidas por las oligarquías lugareñas, buscaron elevar el orgullo localista, en procura de cimentar que las provincias fueron antes que la “nación” con eje en el Río de la Plata. De esta forma, corraleaban la conciencia histórica, forjando una miopía educativa de consecuencias separatistas, económicas. Ellos recibían de este modo, las migajas del festín portuario.
      Evocar el primer 25 de Mayo en Sucre, en Bolivia, en el año 2009, el primer gobierno patrio en Buenos Aires, en el año 2010, la batalla de Suipacha, en Tupiza, el mismo año, el combate de Las Piedras, en Uruguay, en el 2011, fue caminar juntos hacia el bicentenario federal y continental del año 2016, verdadero bicentenario de la Patria Grande. Vamos corrigiendo con este andar, en estos encuentros, la mirada distorsionada por la historiografía del Río de la Plata. Vamos rastreando huellas perdidas.
      En este año 2012, estamos rememorando, recorriendo los fastos de la Gesta Belgraniana. Epopeya popular que se realizó en el territorio de la Intendencia de Salta del Tucumán. Resistencia patriótica, consecuencia de la derrota de Huaqui (20.02.1811), de la demora “criminalisima” de las tropas del Ejercito Auxiliar del Alto Perú, al firmar el pacto de Laja, concertado por Balcarce y Castelli con las fuerzas realistas. Tema tabú de la historiografía Mitrista y sus epígonos.  
      La epopeya Belgraniana comenzó a orillas del río Paraná, un 27 de Febrero de 1812, en Rosario de Santa Fé, ciudad sin fundador español. Belgrano, el gran político de Mayo, al enarbolar la Bandera Nacional, custodiada por las baterías Libertad e Independencia, provocó de este modo simbólico, el nacimiento del mito patriota, aglutinante, convocante. Símbolo patrio que fue repudiado por los Rivadavianos porteños, interpretes cabales del despotismo ilustrado borbónico, europeo.
      Manuel del Corazón de Jesús Belgrano volvió a enarbolar la bandera, esta vez en Jujuy, un 25 de Mayo de 1812. Fue bendecida por el canónigo Dr. Juan Ignacio Gorriti, en la Iglesia Mayor,  y jurada ante el pueblo jujeño. Austera y profunda declaración de independencia nacional. Luego vendría el sacrificio popular, no voluntario, ordenado por bando revolucionario. El llamado éxodo jujeño, que fue una metodología de guerra, a la cual podemos sintetizar: tierra arrasada al invasor. Situación que se repetiría en Tarija, Tupiza, Jujuy y Salta, voluntariamente, durante cinco largos años, en la Epopeya de la Guerra Gaucha (1816/1821). Entradas y salidas, victorias y derrotas, realistas y patriotas disputando cada palmo del territorio norteño. Salvo la Banda Oriental, el actual Uruguay, y el Alto Perú, actual Bolivia, estos hechos sería irrepetibles en otras partes del llamado: Virreinato del Río de la Plata. El sacrificio popular condujo a  la pobreza regional. Allá, en el puerto, las balanzas comerciales, las rentas de aduana, corregían políticas, aperturas suramericanas. Desechando por ende, inmolaciones gauchas, criollas. Comenzaba así, el crecimiento parasitario de la oligarquía porteña. La única y verdadera oligarquía, aliada al Imperio Británico. Las demás, las provincianas, siguieron la causa de la principal. Construyeron de este modo mercantil, los porteños cosmopolitas, los norteños aldeanos, la historia oficial. Historia incolora, insípida e indolora, que divulga la comunidad científicamente reconocida por las academias rioplatenses. Volvamos al pasado, a los decididos de la Patria. En territorio tucumano, el pueblo se transformó en pumas, estaban dispuestos a todo. No obedecerían las ordenes emanadas del puerto, del poder central ¿Retroceder a Córdoba? ¿No presentar batalla? ¿Dejar la tierra que los viera nacer? ¿Seguir con sus familias a otros lugares llanos, sin sus montañas? ¡Eso nunca! Belgrano tendría que escuchar el clamor popular. No habría ya más bandos revolucionarios. Los zambos, mulatos, negros, aborígenes, gauchos, criollos, venderían cara su vida. La muerte sería un espejo carnal, para mirar hacia atrás. A sus lugares natales, al terruño, a la querencia. ¡Hasta aquí llegamos! ¡No pasarán! Las caballerías gauchas levantaron el polvo del olvido ancestral, galoparon al ritmo del secreto latido de la tierra.
      El parte de batalla, enviado por Belgrano al Triunvirato, es contundente. Expresa: “Excelentísimo señor: la patria puede gloriarse de la completa victoria que han obtenido sus armas el día 24 del corriente, día de Nuestra Señora de las Mercedes, bajo cuya protección nos pusimos: siete cañones, tres banderas y un estandarte, cincuenta oficiales, cuatro capellanes, dos curas, seiscientos prisioneros, cuatrocientos muertos, las municiones de cañón y de fusil, todos los bagajes y aun la mayor parte de sus equipajes, son el resultado de ella. Desde el último individuo del ejército hasta el de mayor graduación se han comportado con el mayor honor y valor. Al enemigo le he mandado perseguir, pues con sus restos va en precipitada fuga; daré a vuestra excelencia un parte por menor luego que las circunstancias me lo permitan
Dios guarde a vuestra excelencia muchos años. Tucumán, 26 de Septiembre de 1812” (Documentos para la historia del General Manuel Belgrano, tomo IV, Instituto Nacional Belgraniano, Buenos Aires, 2003)
      Eso fue Tucumán, un 24 de Septiembre 1812, eso fue Salta, el 20 de Febrero 1813. El pueblo de  Jujuy recibiría de manos del Gral. Belgrano, en nombre de sus hermanas, por su sacrificio,  la bandera de la libertad civil ganada con estas victorias.
      La historia se escribió con sangre, en nuestro norte. Por ello, olvidar nuestra historia, como hacen muchos historiadores de vanas glorias, también es tener memoria. Necesitamos los norteños reflexionar profundamente sobre nuestra historia común, dejando de lado lo que nos separa, y trayendo del pasado heroico, lo que nos une. ¡Viva Tucumán, cuna de la Independencia Nacional Suramericana!






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