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Darío Melano Jazmín

Mariposas blancas

Cuento de Darío Melano Jazmín*

En el décimo piso del Palacio de Justicia, de pie junto a la ventana de su despacho, la figura del fiscal se perfila contra los cristales que dejan pasar la luz de una mañana tibiamente soleada. Desde ese cotidiano miradero contempla el sereno abismo despeñado ante sus ojos, esas caprichosas maravillas del valle, ese río estrecho que baja de la montaña bordeando la ciudad para perderse a lo lejos, en su inacabable búsqueda de otros ríos.

En eso estaba el polémico doctor Benito Mármol, fiscal en lo criminal, cuando golpearon a la puerta y el picaporte comenzó a girar y la puerta se entreabrió. Desde el umbral una tímida voz de mujer se atrevió por fin a balbucear: ¿Me mandó llamar, doctor?


La condición humana. 1935.
René Magritte.

Malena Zerpa era su nombre. Por primera vez, en seis meses de trabajo, habría de cruzar palabras con el señor fiscal. Pensó: ¿la habría llamado, acaso, para felicitarla por su eficaz celeridad en el caso Ordoñez? Era algo de lo que ella, en su interior, quizás nunca se enorgullecería. Había trabajado arduamente, en un día inhábil, tal como se lo habían exigido, el expediente de prisión para Tomás Ordoñez, el joven que había robado un camión con cargamento de frutas en el mercado. Para repartirlas entre los vecinos del barrio El Chingo, decían. Y también se decía, en los infatigables pasillos tribunalicios, que basado en quién sabe qué precedentes o cálculos personales, Mármol aguardaba con cierta expectativa (tal vez alimentada por calladas certezas), una repercusión favorable en relación a su carrera, teniendo en cuenta el tiempo récord que empleó en hacer capturar y encarcelar al tal Ordoñez. Por ese tema pensó que él la llamaba. O por algún otro asunto vinculado con su trabajo: redactar resoluciones y dictámenes que luego un secretario revisaba para la firma del jefe. Ciertamente consideraba monótona y a veces exhaustiva su tarea de relatora aunque, después de todo, ella amortiguaba esos sinsabores con una más que satisfactoria remuneración para estos crueles lugares; además de gozar de oficina propia con algo de valle y de río desde la ventana, y un poco de tiempo libre para pensar y dedicarse a lo suyo, a su secreta pasión. (Hoy había anotado en su libreta, en un rato de ocio en la oficina, dos versos de inspiración matutina que no le habían desagradado: Cabalgo en la noche/ sin espadas).

Mármol, sin darse vuelta ni saludarla, levantó el brazo indicándole algo desde la ventana, y ella sin entender nada en absoluto creyó que mejor sería aproximarse hasta él, a ese hombre adusto y lejano, y lentamente lo hizo como midiendo en sus pasitos el tamaño del desconcierto.

–¿Puede ver aquellos insectos que vuelan siguiendo la corriente del río? –preguntó el señor fiscal, rompiendo su propio silencio contemplativo.

Ella terminó de acercarse a la ventana, se paró junto a él (la ventana era estrecha) y por un instante no pudo sustraerse a la tentación de ensayar un fugaz escrutinio de la extraña cabellera de Mármol, teñida de color mostaza, pero abandonó el intento ante la acuciante rigidez de ese índice pegado al vidrio del ventanal. Y entonces miró hacia el fondo del abismo señalado. Ahí estaba el río, extendiendo sus parsimoniosas sinuosidades hasta extraviarse en un recodo, y vio a lo lejos aquellos que parecían papelitos blancos lanzados al aire, sobrevolando la mezquina corriente de agua.

–Sí doctor, los veo.

–¿Sabe usted qué son?

–Mariposas, doctor.

–No, señorita Zerpa. No son mariposas.

–Yo veo mariposas blancas. ¿Qué son si no, doctor?

–Bonitas, ¿verdad? Como mariposas. Pero no. Son plagas migrantes, huyen de las tormentas, de norte a sur, de sur a este, buscando campos de cultivo donde aposentarse… Pese a ser insectos delicados, son muy laboriosos y metódicos, señorita Zerpa. Y por eso sobreviven algún tiempo. Dígame, ¿nunca los ha visto invadir un campo trabajado por el hombre?

–Nunca, doctor –respondió ella, moviendo lentamente los labios, como si les costara ir formando las palabras.

–Pues debería verlos. –dijo él, sin desviar su mirada de aquella miríada de insectos blancos.- Busque en internet. Sabe usted que ahora con la tecnología uno puede acceder a cosas antes insospechadas, como tener imágenes de sucesos que físicamente están fuera del alcance de nuestra vista, señorita Zerpa. Pero dígame, hablando de cosas laboriosas y metódicas, ¿a usted le gusta su trabajo?

–¿Perdón?

–Es una muy simple pregunta, ¿verdad? Pregunto si a usted le satisface desempeñar su tarea ante la Ley.

–Sí… sí, doctor. No sé por qué lo pregunta.

–Porque hace unos días el Departamento de Personal me ha remitido los informes de estadísticas sobre productividad en el trabajo. Y lamento decirle que a usted la encuentro en rojo, señorita, por debajo de los índices exigidos para el trámite de expedientes judiciales.

–Pero doctor, qué informe, qué estadísticas, si yo estoy aquí todo el tiempo que corresponde, no tengo siquiera inasistencias…

–Eso es pura retórica, señorita Zerpa. La Ley es algo muy sensible, necesita de respuestas eficaces y concretas de modo ininterrumpido. Necesita de trabajadores apasionados, con verdadera vocación.

–Pero doctor… -ella vaciló, él continuaba quieto y severo mirando por la ventana, ella no hubiera querido hacerlo pero la cuestión le surgió casi mecánicamente.- Doctor, ¿y el caso Ordoñez? Me pidieron trabajar un sábado y lo hice…

Él la miró, esbozó casi una sonrisa incomprensible. Malena comenzó a ensayar algunas explicaciones sobre cómo encara su trabajo, pero de pronto él la interrumpió con algo inesperado para ella.

–He oído que a usted le gusta la poesía, señorita. Que escribe mucho, que ya está próxima, muy próxima, a terminar su primer librito de poemas.

Malena Zerpa quedó paralizada. Estaba dispuesta a defenderse contra toda la mar de reconvenciones que el fiscal pudiera hacerle en relación a su trabajo, que ella consideraba muy por encima de otros compañeros, pero de ningún modo imaginó ese brusco cambio de dirección tomado por Mármol. La poesía sencillamente era un refugio solitario y placentero en donde ella solía de tanto en tanto buscar abrigo. ¿Había oído él que a ella le gustaba la poesía? ¿Oído de quién? Eso era imposible. Nadie aquí lo sabía.

–Escribe poesía, señorita Zerpa, en sus tiempos libres, ¿no es cierto?

– Sí doctor, pero…

–¿Sólo en los tiempos libres? –enfatizó Mármol, mirándola ahora de frente- ¿O es que acaso ocupa usted otros tiempos para sus veleidades de poeta?

Los impenetrables ojos de Mármol se clavaron en la temblorosa mirada de Malena Zerpa. Y entonces ella comprendió que ya era inútil decir nada. Él ya sabía, de algún modo, su secreto. Bajó la cabeza, miró el piso de cerámica marrón, vio los quietos zapatos del fiscal, negros, brillosos, que parecían reflejar su rostro compungido, sintió una lágrima suya derramarse, y creyó verla caer como una carga incontenible entre sus propios zapatitos de gamuza.

Mármol abrió la ventana, un remolino de aire fresco entró y desparramó papeles por el piso. Levantó de nuevo el índice señalando el horizonte, allá donde el río dibujaba una curva y se perdía entre los pastizales:

–Mire. Ya no están sus mariposas blancas. Han migrado en busca de mejores destinos. Así es la vida, señorita Zerpa. Puede retirarse.

Malena comprendió la decisión irrevocable que el fiscal había tomado. Se dispuso a salir, entristecida, pero él la detuvo cuando estaba en el umbral.

–No olvide llevarse los tres libros de poemas que esconde en el segundo cajón del escritorio. Y los expedientes que tiene asignado páseselos a Juan Calizaya. Y no llore, por favor, encontrará mejor destino en la poesía. Ya sabe usted lo que dicen por ahí: La Justicia no ha enjugado nunca una lágrima.

Ella salió, con la sonrisa de Mármol sellada en su retina.

 

 

Sintiendo que había consumado la tarea de mantener su Fiscalía despojada de licencias poéticas, Mármol se reconcentró en su trabajo indagando en las áridas páginas del Código Penal y de compendios de jurisprudencia. Ensimismado en las infatigables precisiones e imprecisiones de la Ley, se vio de pronto distraído por algo parecido a una serpentina blanca que entró por la ventana al despacho. Y al instante otra. Y otra. Y otra. Se dio vuelta en su sillón giratorio para cerrar la hoja de la ventana abierta, y vio volar en el pedazo de cielo enmarcado frente a su oficina pedacitos de papel que danzaban en círculos, siguiendo las espirales del viento.

Movido por la curiosidad se levantó y sacó la cabeza por la ventana y pudo ver unas manos que de golpe se ocultaban desde una de las oficinas vecinas. Saltó rápidamente hacia la silla, pulsó el teclado de su computadora y activó las flamantes cámaras de vigilancia que instantáneamente proyectaron la oficina dieciocho. Y entonces a Mármol se le dilataron las pupilas y le brotó un súbito temblor en la piel del pómulo derecho.

Metódica, laboriosamente, máquina trituradora en mano, Malena Zerpa convertía el Expediente Ordoñez en maravillosas tiras de papel. Luego tomaba un puñado y se arrimaba a la ventana y sacudía las manos, mágicamente, como echando al vuelo mariposas blancas.

 

 

"Mariposas blancas" forma parte del libro "El cuaderno de Esteban Dedalus" (Fondo Editorial de la Secretaría de Cultura de Jujuy, 2018), obra que recibió el Primer Premio en la categoría cuentos del Certamen Literario Provincial 2018, organizado por la mencionada institución. 

 

*eldairo74@hotmail.com






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