Cuando me dispongo a escribir sobre la política, me planteo a priori algunas cuestiones. En principio quiero evitar ser arrastrada por una variante bastante lamentable que tiene que ver con saltar el cerco de las ideologías para caer en el barro de lo políticamente correcto. Sería ingenuo pretender abordar la política despojada de una posición respecto de los problemas cruciales que la interpelan y cuya ocurrencia se haya ligada a su vez a posiciones políticas. También me propongo no ceder a la tentación de la crítica desenfrenada. Por último, esta publicación no será una brújula para señalar las deficiencias de las políticas partidarias. El propósito que persigo radica en aportar algunos conceptos tomados de una gran teórica de la política como lo es Hannah Arendt, con el fin de invitar a pensar si aún es posible hoy la política.
Es innegable afirmar que nos hallamos, como lo señala una aguda crítica, en una época que presencia la degradación de la política (1). No es necesario echar mano a la estadística para afirmar acerca del desencanto que ella produce o advertir el rechazo que suscitan los sujetos que administran las políticas públicas y a quienes se los llama políticos. Pero ocurre que la profunda crisis que la nubla deviene en una crisis de confianza que nos aleja de la posibilidad de buscar soluciones a los problemas que hoy enfrenta nuestra sociedad. La circularidad del problema es obvia.
Al mismo tiempo, la política es una necesidad ineludible para la vida humana, porque sin ella toda convivencia sería impensable y dado que el hombre no es un ser autárquico, sino que depende en su existencia de otros, el cuidado de ésta debe concernir a todos. Si aceptamos que la misión y fin de la política es asegurar la vida en el sentido más amplio, parece razonable que surja nuevamente la necesidad de ocuparnos de ella (2).
En primer lugar, considero que la política queda presa de encrucijadas donde se anudan lo social, lo económico, lo real, lo simbólico, lo histórico, lo filosófico y lo cultural. Si la mezcla se amalgama con principios dogmáticos y ortodoxos, nos enfrentamos a una complejidad evidente. La política detenta una especificidad y si bien sus consecuencias son expansionistas hacia otras esferas, no toda actividad es política. Porque cuando la política lo invade todo, lo más probable es que se diluya. Lo que quiero resaltar es que la complejidad de las consecuencias que ella desenvuelve puede provocar el olvido de lo político.
Por otro lado, la política suele confundirse con sus instituciones, con los sujetos que la agencian y con las anécdotas que de ella se desprenden. De este modo, termina por convertirse en enunciados huérfanos que son adoptados para justificar la inacción política: la política queda atrapada por la futilidad propia de los asuntos humanos. Pero despejar a la política de la anécdota, del chisme o de las falacias ad hominem no es el camino para la politización de la sociedad pues no es posible pensar que la política sea un ámbito preservado del ruido que acompaña inexorablemente a las acciones que llevan a cabo los sujetos. Sería un problema suponer que la política es sólo eso.
Como veremos enseguida, Hannah Arendt provoca un deslizamiento en la conceptualización de la política al invitarnos a aceptar lo que la fragilidad de los asuntos humanos le aporta. Aceptar sus rasgos imprevisibles es parte de su propuesta pues le asigna a la política un carácter inesperado. La política está lejos de ser una acción que pueda ser totalmente controlada y que responde puramente a la lógica de los medios y fines.
A esta altura preguntarnos qué es la política y cuáles son los elementos que la conforman puede convertirse en una vasta empresa que excede ampliamente estas páginas. Sin embargo, es posible señalar algunos rasgos que sirven para volver a la pregunta por la posibilidad de la política en el contexto de las problemáticas actuales.
La teoría de Hannah Arendt nos aporta dos rasgos fundamentales que nos permiten pensar lo político. El primer rasgo es su afirmación acerca de que el hombre es a-político. Ella se aparta de la tradición aristotélica para afirmar que no hay en el hombre ninguna sustancia propiamente política. La política nace fuera del hombre y se da en el vínculo que establecen los hombres, es decir, se da entre-los-hombres. (3) Como vemos, Arendt recupera la presencia del otro para ponerlo en juego en relación a lo político.
El segundo rasgo tiene que ver con la idea de comienzo. Al ser concebida como la actividad mediante la cual algo nuevo se pone en marcha, queda ligada a la idea de iniciativa. La acción política se distingue así de las otras actividades de la vida humana, pues sólo a partir de ella es posible introducir nuevas perspectivas y nuevos procesos en el horizonte general del mundo.
Las afirmaciones anteriores nos permiten comprender que la política contiene la cualidad fundamental de la pluralidad pues consiste en la acción que llevan a cabo los hombres cuando se encuentran juntos. Es decir, se configura en el ámbito de los hechos y sólo puede existir allí donde los hombres se reúnen. La política adquiere así una dimensión colectiva, pues trata del estar juntos, los diversos; nunca puede darse en el aislamiento o en el ámbito privado. Entendida de este modo, la acción política puede partir de una iniciativa individual pero debe manifestarse en la esfera pública donde los hombres interactúan para continuar esa iniciativa en un ámbito de visibilización de las acciones conjuntas.
En resumen, la política tal como la concibe Hannah Arendt, surge allí donde los hombres, en un marco de estabilidad conformado a partir de promesas mutuas, abordan conjuntamente el tratamiento de los asuntos humanos a través de la acción y el discurso. Mientras que el discurso posibilita que los hombres revelen su identidad, la acción manifiesta su capacidad para introducir novedad en el mundo, es decir, para configurar nuevos comienzos, y ambas constituyen el sentido mismo de la actividad política (4)
Entonces, la política sólo puede existir si los sujetos aparecen en la escena pública ejerciéndola, pues la política es inherente a la acción. La existencia de ese ámbito público es lo que le confiere la posibilidad a la política. Entonces, la respuesta a la pregunta referida a si todavía es posible la política puede resultar implacable y significar que una parte de la incomodidad del peso de la realidad que intentamos desplazar recae sobre nuestras espaldas. Si una sociedad politizada necesita de la acción conjunta, la política desplazada del ámbito de la mera administración y la burocracia hacia la acción y al discurso que se manifiesta en el espacio público, supone una actividad que la llevarán a cabo los ciudadanos que devienen en políticos al tener el valor de ejercerla. En este contexto, podemos retomar algunas interpelaciones dirigidas a la política y preguntarnos ¿qué significaría desconfiar de la política?, o ¿qué queremos decir cuando decimos que los políticos son todos corruptos?, porque en esta adjetivación nos excluimos, no sólo como corruptos sino como sujetos políticos.
Pensar la política en los tiempos actuales, puede ser una tarea compleja. En primer lugar porque no es posible hacerlo sin recurrir a los acontecimientos que definieron su derrotero y en segundo lugar porque no se puede dejar de tener en cuenta las condiciones de existencia de los sujetos-agentes. Sin embargo, la reflexión sobre ella es un elemento tan importante como la acción. Porque las iniciativas que pueda alojar la acción conjunta pueden dar lugar a una nueva realidad. Antes de sucumbir al desencanto, tal vez podríamos pensarnos en relación a lo político, pues en esa operación podríamos encontrar la respuesta a la pregunta por la posibilidad de la política. Arendt nos interpela para evitar que la política desaparezca, porque ese espacio de participación institucionalizado reclama ser ocupado. Pero esto ocurrirá solo si tenemos el valor de considerarnos sujetos políticos y dejamos de pensar a la política como actividad ajena a nuestra cotidianeidad. El aislamiento del sujeto, la reclusión a la esfera privada o el ensimismamiento son síntomas de una esfera pública ausente. En este contexto, el futuro de nuestra sociedad depende de la posibilidad de volvernos actores en el teatro que se desenvuelve cuando aparece en escena la acción política.
∗ En la presente publicación, “hombre” no es tomado como sinónimo de “varón” sino como equivalente al “Ser Humano” en su totalidad, entendiendo que “hombre” como “ser humano” incluye a todos los “humanos” (sean varones, mujeres o trans). Al igual que otras denominaciones como “los sujetos” no tienen sesgo sexista.
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Arendt, H., La condición humana, trad. de Ramón Gil Novales, Barcelona, Paidós, 2001
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Arendt, H., ¿Qué es la política?, trad. de Rosa Sala Carbó, Barcelona, Paidós, 1997
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Arendt, H., ¿Qué es la política?, trad. de Rosa Sala Carbó, Barcelona, Paidós, 1997
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Di Pego, A. Poder, violencia y revolución en los escritos de Hannah Arendt. Algunas notas para repensar la política, Argumentos, UAM-X, México.
cristina_galarza@hotmail.com
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