No como una cebolla (sacando capas), no; sino como una mamushka (matrioska) –más concomitante, por cierto–, sucede Neva, (del chileno Guillermo Calderón) en el espacio escénico de la Universidad Nacional de Jujuy, en este intenso 2018 (también concomitante a nuestro drama). Hace frío, no tanto como en San Petersburgo –luego Petrogrado, o Leningrado y luego nuevamente San Petersburgo–, como frente al río Neva, no; sino frío frente al río Grande de Jujuy, que viene desde Humahuaca, y que pasa silencioso, pero quiere decirnos algo.

Espacio abierto, frío abierto (nos dan unas colchas a los que llegamos primero). Y aparecemos los actores… sí, nosotros, los que actuamos de público-testigo de lo que está sucediendo, más que en el espacio teatral en la extra-escena: afuera, en San Petersburgo (o Petrogrado, o Leningrado). Aquí lo importante son las exterioridades: lo que está sucediendo en Jujuy (o en Argentina), hoy mismo. No podría haber sido otra la distribución de los actores-público que la circular: mirándonos/interpelándonos: una cuarta pared (con incorporación de la quinta pared) inclusiva,

comprometedora/comprometida. Interpelación implícita al teatro de una época (¿Rusia, 1905 o Jujuy-Argentina, 2018?). ¿Deconstrulmos el arte escénico en instancias cruciales como en 1905 o como en 2018? Pretextos, pretextos para canalizar las pasiones. Entonces: con el público incluido, los directores en escena, los actores doblemente actores, se produce, se completa el hecho estético, como lo sugiere la escuela de Constanza (la de Frankfurt). Analogías libres, analogías diversas de un público que está condenado a ser parte.
Propuesta excelente de les directores (Renata Kulemeyer/Juan Castro Olivera): Stanislavsky a full (recuerdo a Ruly Serrano y su “método de las acciones físicas”) y, evidentemente, Sanchis Sinisterra (tanto del autor como de les directores). Por suerte, es decir, por estudio, investigación, por prepotencia de trabajo, por militancia, por concepto comprometido con el teatro de Jujuy (¡oh, gran desafío!). Le hacen bien este tipo de propuestas al teatro local, y, sobre todo, al público (a quien todavía hay que seguir educando). Teatro de texto, de poesía, no de urgencia por cobrar los subsidios. Teatro transformador de la realidad: juramento hipocrático de las escenidades de un cuerpo estético enfermo.
“Tengo vergüenza de ser feliz”, dice Aleko, y reparte ese texto, ya no sólo entre los presentes sino en toda la sociedad jujeña. Los actores que hacen de actores (mamushkas) para actores que hacen de público que harán de ciudadanos-actores.
La dramaturgia actoral de la puesta tiene su idiolecto claro, lo que permite que se expanda la sensación de “domingo sangriento” (no un martes, un domingo, con toda la carga de angustia y desazón). Los actores-actores (Gabriela Bertolone-Guillermo Rocha-Silvina Montecinos) se empoderan, generan su propia dramaturgia (virtud de la dirección) y todos quedamos afectados por la poesía del texto y por la acción de abrir las ventanas, convocar a la exterioridad y quedar conmovidos por el monólogo final de Masha –es decir de Silvina Montecinos– donde podremos canalizar las pasiones y salir “otros”, modificados por el hecho artístico de una propuesta seria. Gracias, muchas gracias. Alejandro Carrizo.
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