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Hablemos de política

Este es mi cuento, y no lo cambio

Laura Barberis
Cosa rara la Argentina. Si miramos nomás los años de esta democracia sentimos que nosotros, los ciudadanos comunes, con nuestra dirigencia a la cabeza, somos como un barrilete, una cometa zarandeada en vuelo bajo y rasante por brisas, vientos y ventarrones. De remontar a alguna altura, ni hablemos. De la nada partimos raudamente al conflicto. Nos apasionamos con fervor para defender una idea, como si fuera la única y la última posible.
No creo que las intenciones en general sean malas, pero la mayoría de las veces son tan estúpidas. No es por ofender, pero si cualquiera se toma el trabajo de ver los programas de “debate político” que proliferan en la televisión nacional (en Jujuy hemos llegado a un más insalubre punto aún, la TV no se permite ningún debate y las tonterías inefables las dicen dos o tres comunicadores -por suerte ningún periodista- de cara a la cámara, sin ningún problema, con ese único desparpajo que produce el no tener vergüenza o sea de ser sin vergüenza) una semana y si lo hace con cierto desapego coincidirá conmigo que la dirigencia circula de a pares opuestos de un canal a otro y a veces, han llegado al colmo, de un decorado a otro, diciendo las mismas cosas, afinando un poco los argumentos a medida que circulan y que sus asesores, en algunos casos serán su jefes, los instruyen en como mejorar sus dichos. A pesar del costo del segundo, las palabras tienen una gratuidad penosa. ¿Vio que no le ponen nada a las palabras? Son como flatos hechos de la misma esencia de las nubes en las que viven.

TIEMPO DE
MUJERES
Y así, desde hace años y años vemos expresar sus ideas a Patricia Bulrich, a quien nadie le va a negar coeficiente, pero qué plomo, por Dios. Se ve que estar aquí o allí, arriba o abajo, en el centro o en cualquiera de los dos costados, es lo mismo, la cuestión parece que es estar.
Alguien a quien tampoco se le puede negar coeficiente es a Elisa Carrió, pero sus anuncios, más bien predicciones, sugieren todo el tiempo que antes de definir el presente y el futuro que nos tocan, consulta el Tarot, lo cual es tan respetable como cualquier otro artilugio de la política criolla. Pero desconcierta.
Una radical como Margarita Stolbizer, tan prometedora y piola, se ve que llegó a la instancia de integrar ese himeneo triangular, porque los correligionarios la descalificaron tanto por la idea, ¡fijese! de que la UCR el año pasado debía ir a las elecciones con un candidato propio, o sea un candidato radical. De todas maneras es raro que se haya ido y adonde se fue. Parece que perdió más ¿no?
Hay otras mujeres dando vueltas. Pero hablemos de la más importante, la presidenta. Cristina Fernández da la impresión que se incluye a sí misma en la política desde un relato antiguo, de otro siglo, otro país, otro mundo (lo que no le pasaba cuando era diputada). Para muestra quiero decir que, aunque no la conozco, no me da la impresión de que todo lo de las pilchas y las joyas tenga que ver con la banalidad, con el arquetipo de Susana Jiménez, creo que más bien hace al impacto que Evita tenía en el pueblo con sus pieles y alhajas, pero primero, era Evita; y un primer lugar es de uno solo, le toca al que fue primero. No hay caso. Aparte, la TV por aquellas épocas, era una pantalla chiquita con muchos tonos grises que en 1952 -me acuerdo bien, tenía seis años- pasaba unos dibujitos de Los Tres Chanchitos y un noticiero muy hablado y casi nada más. Si no hubiera ¡tanta! inflación probablemente el discurrir desfasado de la historia al que me refiero a nadie le importaría, pero tal como están las cosas, las broncas canalizadas por la melange del campo ameritan más bien mirar un poco, aunque sea domésticamente, desde aspectos de la sicología social.

Hasta ahora sólo hablamos de mujeres. Qué importa. ¿Por qué no? Pero, digo, ¿dónde está el enemigo, el adversario político? Porque oposición, no hay. Quizás ahí esté el problema. Cuesta “localizarlo” porque no está en ninguna parte. Y eso coadyuva a la loca confusión, típicamente argentina por otra parte, que viven los dirigentes, más que los dirigidos.
¿Y EL CAMPO?
Sólo un breve comentario, para qué más. A fines de marzo, cuando el tema ya había entrado en ebullición, empecé a preguntarme en la Radio, qué pasaba con los ingresos de los trabajadores rurales: los tabacaleros, cañeros, los vitivinícolas, los tantísimos del sector frutihortícola, los algodoneros, los sojeros; los que levantan el trigo, esquilan ovejas, crían y faenan chanchos; los de los de los tambos y mataderos vacunos, los que trabajan en las empresas pesqueras; en fin, todos aquellos que laburan en la rica y compleja producción alimentaria del país. Me acordaba que cuando Perón se tiró contra el campo, lo hizo con aquél famoso Estatuto del Peón en la mano.
Bien, si falta modestia digo, que recién la semana pasada escuché a un economista de algún partido de izquierda reclamar por los asalariados del campo. Lo comenté y un locutor amigo me dijo algo que hace a este comentario; “pero a esos les ganó Alzogaray ¡después de la Dictadura!”.
Tanta gente cortó las rutas y tanta gente fue al acto del pasado miércoles 18 de junio. Y todo el tiempo se vio llorar a la Biblia junto al calefón.
Y bueno, en el mejor de los casos, los argentinos la estamos pensando (y pasando), como podemos. No por nada somos los mareados.


Debo el título de esta nota, y se lo agradezco, al escribano Pizarro (padre) hombre que al igual que muchos radicales no siempre entiende a sus correligionarios (a tantos argentinos les pasa lo mismo) pero sí se las sabe todas cuando de tangos se trata.






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