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Laura Barberis

Hablemos de Política

Laura Barberis

Déjame que te cuente limeña,
déjame que te diga la gloria,
del ensueño que evoca la memoria
del viejo puente, del río y la alameda.

      Tardo en recordar todos los días que la historia tiene sus propios tiempos, no los míos, pero en uno de esos olvidos cotidianos, pensaba que nuestra democracia funciona hoy como un aguantadero, tal como leí, promediados los ‘90 en una revista Humor. ¿Pero qué es un aguantadero? Primero, un espacio (físico, moral o inmoral) destinado, obviamente, a aguantar. Segundo, un lugar (físico, virtual, individual o compartido) donde se traman y ejecutan acciones de distinta índole que terminan teniendo efecto en otros lugares y que no tienen que ver con los fines que en esos otros lugares debería o sería deseable que hubiera. 
      Y está difícil de aguantar esta democracia aguantadero.
      Sumidos en este tiempo preelectoral, los jujeños miramos, unos con sorpresa, otros con desprecio, los más con indiferencia (dentro de éstos también están los que ni siquiera miran) cómo el desgaste de la democracia ha ido transformando las gestiones en empresas, las campañas en trabajo para los publicistas, la voluntad en necesidad y un interminable etc., que nos hace plantearnos, una vez más, cuánto se puede alejar un sistema de su idea originaria.
      Después de todo ¿no se trataba de que un grupo numeroso elige, por razones más que nada prácticas, a un grupo más reducido para que lo represente en la administración de las cosas comunes? ¿Alguien puede creer que eso estamos haciendo ahora? ¿Acaso tenemos algún convencimiento de que elegimos a unos representantes, a gente  que nos va a representar? Y no me diga que soy amarga; mire los afiches, publicidades, entrevistas, las noticias,  lea los diarios, y va a ver que esto está muy loco y muy distante de aquella fuerza principista a partir de la cual queríamos y creíamos que todos podían vivir bien en una Argentina llena de oportunidades, de recursos naturales, de trabajo, de trigo, de autos; la mejor educación de América, la mejor carne y la mejor lana, etc. Ahora los recursos naturales son de los canadienses, de los franceses, de los italianos y de los brasileros, entre otras nacionalidades; eso sí, seamos justos, algunos funcionarios argentinos amasaron grandes fortunas con el ponderado y diverso patrimonio natural de la Nación. Parece que pronto vamos a importar trigo y de lo que pasó con la educación mejor no hablemos.
      Pero bueno, yendo a cuestiones más concretas, es decir a las que verdaderamente se desarrollan y que poco tienen que ver hoy con esa extravagante idea llamada democracia.
      Tenemos Frentes y Acuerdos (nunca más Alianzas, no vaya a ser). Tenemos un montón de candidatos. ¿Fueron elegidos desde sus partidos para que nos representen? De ninguna manera. En un Frente, cinco fueron los electores de todos los representantes. Horrible. Pero hay cosas peores. En otro Frente, fue uno solo el elector. En un Acuerdo fue uno solo. En otro Frente, fue una sola. Y los demás lo mismo. Ya se, ya se. Me van a decir se reunió la mesa chica y cada uno ya había hablado con los afiliados de los barrios y/o del interior; todos estaban de acuerdo; no había tiempo de hacer otra cosa. ¿Y la democracia qué? ¿Dónde quedó? Ah, esto no la afecta ya que hay candidatos a legisladores de todos los niveles de todos los partidos.
      Bastante malas son las elecciones internas tal como vienen en los últimos años, a pura plata. Pero esto de ahora, ya es verdaderamente insoportable. La democracia fue tratada como la peor del barrio, como la costurerita que dio el mal paso, como una pobre perra infeliz a la que ni le tiran un hueso. Todavía algún pícaro candidato anticipaba que las listas se hacen con barro, palitos y estiércol, aunque él dijo bosta.
      Y el doble discurso. El inefable doble discurso argentino. Lo que está bien hacer en las llanuras bonaerenses es pecado en las cuchillas correntinas; lo que es legal en las sierras cordobesas es delito en los cerros jujeños. O sea que todos pueden todo mientras nos dicen lo que está bien y lo que está mal todo el tiempo. ¿Y qué vamos a hacer? No se que podemos hacer.
      Recuerdo la lejanísima campaña electoral -que la ví de lejos- del ’73. También la del ’83. ¡Qué alegría votar! ¡Cuánto iban a mejorar las cosas! Ya sabíamos cómo había que hacer para no boicotear la voluntad popular. Todo iba a andar mucho mejor. Menos pobres. Más educación. Viva la cultura. Una pinturita.
      Que alguien me explique que pasó. Hasta hace muy poquito todavía me entusiasmaba ir a votar, a pesar de la escasa opción. En este mayo, pensando que el mes que viene tengo que hacerlo voy amontonando un montón de argumentos contradictorios para convencerme a mi misma que el voto sirve para algo. Hay un candidato aquí y otro allá y otro más allá que me gustan, pero están en listas diferentes. ¿Cómo se hace?
      Pero en definitiva, como se dice en la nota de la página 26 de esta edición. no es el capitalismo, estúpida; no es la economía; no es el sistema. Son las personas, o mejor todavía, somos nosotros. La historia, los cambios sociales, tienen sus propios lentos tiempos. Hay que esperar.






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