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Martín Gronda

No es la economía, estúpido

      â€œÂ¡La economía, estúpido!” Esta famosa frase fue acuñada por James Carville, el principal estratega de la campaña electoral de Bill Clinton del año 1992 y que, según muchos, ayudó a que este pudiera llegar a la Casa Blanca derrotando a su oponente, el entonces muy popular (y casi imbatible) presidente George H. Bush.
      Posteriormente la frase se popularizó como “¡Es la economía, estúpido!” y sirve como ejemplo cuando se quiere destacar lo esencial o lo más importante en determinado contexto (también se puede decir, por ejemplo, “es el medio ambiente, estúpido” o “es la sociedad, estúpido”, siempre con la intención de remarcar cual es el tópico más importante).
      Ahora bien, creo que ha llegado el momento de emplear la frase en sentido contrario y decir: ¡No es la economia, estúpido! ¡Son las personas! E incluso podemos intentar ser más gráficos y decir: ¡No es el sistema, estúpido! ¡Son las personas!.
      Ante la inmensa crisis financiera internacional -transformada ya en una crisis de la economía real- que poco a poco se va expandiendo haciendo sentir su impacto en millones de seres que nada entienden de hipotecas sub prime, burbuja inmobiliaria, liquidez internacional, alto riesgo, bonos titularizados, Lehman brothers y no sé que más, no es raro que (re) surjan o (re) aparezcan con mucha fuerza las teorías cuasi deterministas que postulan las maldades intrínsecas y los horrores de lo que es capaz el todo poderoso y omnipresente Sistema Capitalista. Para estas teorías El Sistema está en todos lados como un moderno “Gran Hermano” Orwelliano, vigilando, acechando, controlando, manipulando. No se puede escapar de sus garras, estamos sujetos a sus leyes universales y no hay nada a nuestro alcance para poder detenerlo.
      No hace mucho me llegó un texto escrito en 1986 por la gran analista británica de política económica Susan Strange. Es un texto que, a pesar de haber sido escrito hace más de veinte años, sorprende por su actualidad. En él, la autora compara al sistema financiero con un enorme casino en donde en vez de póker, ruleta o blackjack, se juega con fondos de depósitos, acciones, obligaciones del tesoro o muchos otros tipos de juego en donde todo se encuentra librado al azar. Lo más peligroso de este casino es que uno no puede decidir jugar o no, las apuestas nos conciernen a todos involuntariamente: una baja en la bolsa de Tokio (como consecuencia de una mala apuesta) puede impactar en un pequeño exportador sudafricano, o en un granjero australiano, o incluso, en un quiosquero de algún pequeño y recóndito pueblo latinoamericano. Sin rechazar de forma terminante este análisis, muchas de cuyas afirmaciones son totalmente verídicas y validas, e incluso se podría decir que muchas son incuestionables, percibo un peligro muy grande si son aceptadas de forma absoluta y acrítica, interpretándolas de forma dogmática rayando el fundamentalismo.
      En este punto quisiera detenerme y explicar el porqué de esta percepción de “peligro” que me lleva a rechazarlas incluso intuitivamente. Primero debo decir que considero la libertad como un valor fundamental. Pero no, y en esto quiero ser muy claro, porque crea que podemos hacer cuánto nos venga en gana sin preocuparnos más que por nuestros caprichos, gustos o inclinaciones. Creo en el valor libertad en cuanto nos hace responsables de nuestras acciones; en cuanto nos obliga a responder por las consecuencias últimas de nuestro accionar. Partiendo de esta premisa, no puedo aceptar que esta inmensa crisis que nos golpea a nivel global sea provocada por un omnipresente Sistema sin rostro, cuya voluntad de poder nos rodea relegándonos al papel de simples peones en un inmenso juego de ajedrez cuyas reglas no podemos comprender, y cuyo resultado no podemos controlar. 
      Me niego a aceptar esto porque, por un lado, no puedo aceptar que las “víctimas”: el granjero, el quiosquero, el pequeño exportador, el almacenero de la esquina o el vecino de al lado o cualquier otro desdichado ser cuyo trabajo pende de un hilo; o cuyo salario disminuye día a día; o peor aún. ya no tiene trabajo, sean tratados como objetos arrastrados por la tempestuosa corriente de un embravecido mar económico-financiero del que nada conocen sin poder oponer resistencia.  Por otro lado, si abrazara estas teorías, concluiría que los “victimarios” no serían tal cosa. Los directivos de los grandes bancos y financieras que especularon con los ahorros de miles de personas no serían responsables de la crisis, ellos también están sujetos a unas irremediables leyes y son piezas de ese gigantesco ajedrez. Es como si dijeran: “No nos culpen a nosotros: ¡Es el sistema!” Ante esto yo no puedo decir otra cosa que: ¡Basta!
      Sin pretender caer en un inocente voluntarismo exacerbado que cree que la sola voluntad humana todo lo puede y, reconociendo la existencia de  restricciones externas que nos condicionan (pero que nunca nos determinan), creo que es hora de hacernos responsables de nuestras acciones, es hora de hacernos cargo de las consecuencias de nuestros actos pasados y presentes (y con esto no me refiero solo a la crisis actual). No fue el sistema el que jugó y especuló con los créditos de alto riesgo, fueron hombres de carne y hueso, directivos de  Lehman brothers, Freddie Mac, Fannie Mae y tantas otras organizaciones crediticias, hipotecarias o bancos comerciales quines decidieron hacer esas transacciones; no fue el sistema el que nos impuso coactivamente una serie de políticas surgidas del llamado Consenso de Washington, fueron nuestros propios políticos, llevados al poder por nuestros votos, los que aplicaron esas políticas que nosotros apoyamos en su momento. Dicho de otra forma, somos nosotros los que decidimos votar a tal o cual político que dispuso que nuestro país debía aplicar tal o cual política impulsada por tal o cual organismo multilateral de crédito. Esta postura puede sonar ingenua al extremo de ser absurda, sin embargo, considero que asumir esto, dejar de buscar culpas externas a nuestros propios padecimientos -actitud compartida por prácticamente todos los latinoamericanos-, nos puede ayudar a encontrar la solución. Si nuestros actos nos depositaron donde estamos, nuestros actos nos pueden ayudar a salir. He aquí nuestro gran desafío, nuestra gran oportunidad: Son las personas reales, de carne y hueso, somos nosotros los que vamos a lograr cambiar la situación o vamos a seguir perpetuando este statu quo de atraso, sub desarrollo o periferia (como más les guste nombrarlo). Ahora más que nunca necesitamos de voluntades creadoras; de capacidades productivas; de ideas innovadoras; de imaginación y esfuerzo; de trabajo duro.
      Siguiendo en esta línea es bueno preguntarse entonces:  ¿Qué camino deberán adoptar las economías emergentes -léase latinoamericanas- para alcanzar un desarrollo sólido y sostenible? Para continuar con este intento de análisis que perfectamente puede ser tildado de simplista y reduccionista creo poder decir que la respuesta no puede ser tan compleja, o por lo menos, creo que podemos ensayar una respuesta bastante sencilla: en una región en donde todavía tiene vigencia la ya obsoleta discusión sobre las ideologías y los “ismos”, y en la que, por lo tanto, cabria decir que hay una multiplicidad de respuestas a la pregunta, creo que hay algo en lo que todos, desde las derechas más reaccionarias hasta las izquierdas más revolucionarias (si es que todavía existe una u otra cosa), estarán de acuerdo: El primer paso al desarrollo es la generación de riquezas. Como pueden ver no es nada original; no es nada nuevo; no es nada revolucionario. Los grandes problemas de América Latina son los altos niveles de pobreza y de desigualdad social, en este contexto el crecimiento económico es un paso fundamental y previo. Si queremos ser más igualitarios debemos redistribuir nuestras riquezas, ahora bien, si no hay riquezas ¿qué vamos a distribuir?
      Si algo debemos aprender de esta crisis es que la especulación financiera no es un mecanismo valido de generación de riquezas. Como dijo hace unos días un periodista: “necesitamos dejar de pensar en hacer plata manejando plata y volcarnos al sector productivo.” Es ahí en donde debemos centrar nuestros esfuerzos, es en el sector real de la economía en donde debemos buscar nuestras soluciones. Debemos usar nuestra imaginación y nuestros esfuerzos en crear organizaciones productivas que sean capaces de dar soluciones creativas e innovadoras; que sean competitivas; que sean sustentables; que generen genuinos puestos de trabajo y que, además de buscar el lucro, tengan un impacto positivo en su entorno. Esto es importante, debemos fomentar el desarrollo de este tipo de organizaciones que no se manejan con una lógica de mercado, propia de un capitalismo salvaje, buscando más y más lucro, sino que pretenden devolver algo a la comunidad a la cual pertenecen, buscan generar un cambio en la sociedad, cumpliendo muchas veces un rol redistributivo.  Son las llamadas empresas sociales y es a lo que creo debemos apuntar (entre otras miles de posibilidades) para poder contribuir al desarrollo de nuestra región.
      Reconocer nuestros errores; aceptar nuestras carencias; potenciar nuestras capacidades; apostar por la producción; generar riquezas; redistribuir nuestras ganancias. He aquí nuestro desafío. No es el capitalismo; no es la economía; no es el sistema. Son las personas, o mejor todavía, somos nosotros. He aquí nuestra oportunidad.


STRANGE, Susan. El Capitalismo Casino. Versión en castellano: http://www.hartza.com/naredo.htm

Frase del periodista Ernesto Tenembaum en el programa periodístico Palabras más, palabras menos del canal de televisión Todo Noticias.  05/05/2009






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