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Ernesto Altea

Se atascó el embudo

      Siempre escuchamos sobre "los modelos económicos y sociales" que predominan en el país, según el período de que se trate. En términos generales nos referimos a ellos como nacionalistas o nacionales versus liberales o neoliberales. Y a partir de esos paradigmas se desarrollan los análisis o discusiones, convencidos que allí encontraremos las causas de los males o las razones de la superación nacional.
      Sin embargo,  a pesar de esta notable dicotomía que caracteriza nuestra historia desde su inicio en 1810 y continúa con Rosas, Urquiza, Sarmiento, Mitre, Roca, Irigoyen, Uriburu, Perón, etc. encuentro que en todo ese tiempo hubo un único modelo dominante en nuestro país, que fijó sus valores transversales a toda circunstancia política, que fue y sigue siendo el modelo de acumulación centralista basado principalmente en la producción agroganadera antes, y agroindustrial ahora.
      El proceso de acumulación está basado en el círculo virtuoso de poner infraestructura y subsidios donde está la gente, lo que atrae más gente que genera la necesidad de más infraestructura y subsidios. Y así sucesivamente. Este pernicioso mayorazgo ejercido sin excepción por los gobiernos de todo signo ideológico desde hace 200 años, nos trajo hasta las circunstancias actuales de un país conformado como un embudo que todo lo controla y digita, pero que mirado desaprensivamente desde las provincias o el extranjero, deslumbra por el éxito en recursos acumulados, cultura viva, oportunidades de desarrollo y calidad de vida. En la Capital, por supuesto.
      Entonces vemos que si lo que el estado nacional eroga en sueldos y honorarios son unos 30.000 millones por año, el 90% se paga en un solo espacio territorial: Buenos Aires. Si multiplicamos esa cifra por décadas, hasta completar los dos siglos de nuestra joven historia, obtenemos esa ciudad desproporcionadamente rica como cabeza de un país injustamente pobre. Los resultados hubieran sido bien diferentes si los recursos se hubiesen distribuido un poco más equitativamente entre todas las provincias. Este es el verdadero modelo argentino: un embudo.
      Hasta ahora funcionó con más o menos éxito, pero la cosa empieza a complicarse. Como cada día se hace más difícil acumular infraestructura de servicios a un ritmo que responda a la acumulación de personas (cuando se hicieron los subtes eran los únicos de Latinoamérica, ahora son los más obsoletos, por ejemplo) ocurre que todos los sistemas están colapsando: subtes, trenes, aviones, accesos, salud, educación, seguridad, etc.. Y si eso afectase sólo a la cabeza del enano no sería tan grave. La cuestión es que parece que el embudo se atascó y por ratos no sólo no sirve para solventar su propio esquema, sino que está afectando al conjunto del país. Así vemos que si hay neblina o paro de valijeros en Aeroparque, se paralizan los vuelos al resto de las provincias afectando seriamente la vida de miles de argentinos y otros tantos turistas. Si los usuarios hartos queman una formación del FFCC cada dos meses, el gobierno nacional hecha mano a recursos de las provincias para subvencionarlos y así evitar que arda Troya. 
      Si al Presidente de turno se le antoja, sólo distribuye por coparticipación la mitad de los recursos nacionales, reservándose para sí el derecho de disponer graciosamente de la otra mitad. Y esto no es cosa de éste, sino de todos los gobiernos, aunque ahora la desproporción sea escandalosa.
      Seguramente ni las monarquías más despóticas pudieron disponer discrecionalmente de tantos recursos.
      Durante los últimos 50 años la creciente acumulación de problemas de difícil solución  demuestran que el sostenimiento del modelo crea serias dificultades de gobernabilidad, que se manifiestan  en una gran inestabilidad. A tal punto que, sea resultado de un período de políticas  liberales o nacionales, cada diez años todo se desmorona arrastrando al conjunto de la sociedad, afectando muy especialmente a los que menos tienen. Realmente es tan inestable como un embudo parado sobre su boca de salida. Hagan la prueba y verán.  
      Si este es el modelo ¿queremos sostenerlo discutiendo sólo ideologías o podríamos contribuir a cambiarlo?. Por supuesto, deberíamos trabajar para que cambie. Tanto los que vivimos acá como los que viven allá, puesto que todos los argentinos sufrimos las nefastas consecuencias del esquema perverso. Porque aunque se desarrolló y consolidó durante 200 años, el resultado no es el que queremos ni nos merecemos, ya que aunque los pueblos tienen los gobiernos que se le parecen, considero que no somos tan estúpidos como para merecer esto.
      Desde mi punto de vista, el esfuerzo hay que hacerlo desde todo el país con el objetivo de fortalecer las regiones para que manejen los recursos destinados a infraestructura, investigación, desarrollo de la economía, acción social, impuestos al trabajo, preservación del ambiente, subsidios, etc.. En una democracia madura los gestores naturales de este cambio de modelo deberían ser los diputados y senadores que representan a las provincias, pero salvo honrosas excepciones, la gran mayoría no tiene pensamiento propio y se limita a seguir la corriente desde la ideología a la que, literalmente, pertenece.
      Â¿Cómo hacer entonces para que cambie el modelo y consecuentemente, las decisiones  y el uso de los recursos beneficie a la nación toda? Creo que hay que aprovechar la nueva visión del país que tiene mucha gente de la Capital y de las provincias, especialmente después de la guerra de Malvinas y de los sucesivos fracasos que nos abruman durante estas últimas décadas. Hay que poner énfasis en un mensaje clarificador para que los representantes nos representen realmente y actúen defendiendo nuestros intereses, y no sólo los de su partido.
      También debemos utilizar esa nueva forma de poder que son las ongs para ayudar a crear conciencia en las regiones, pero especialmente en Buenos Aires, mostrando las ventajas de un desarrollo más armónico. Y dado que todo pasa y se mueve desde allá, no sólo las decisiones sino también los recursos, hay que hacer pie en la Capital con una estrategia que no sea declamativa, sino que  trabaje sobre proyectos concretos que signifiquen pasos adelante, por ejemplo un sistema ferroviario y de autopistas moderno que esté proyectado para 30 años, la regionalización de recursos para preservación del medio ambiente mediante el pago de servicios ambientales, el concepto diferencial por región para los impuestos al trabajo, los costos de la energía para fomentar las inversiones en las provincias rezagadas, como otras tantas medidas que pueden hacer más equitativo el desarrollo de la Argentina.
      El embudo se atascó. Es nuestra oportunidad histórica de cambiar en serio el modelo. No la dejemos pasar.






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