Hoy
Mónica Undiano
Caminaba por la subida de Ciudad de Nieva, la del Parque, la de los autos, iba concentrada, mandando un mensajito. Tecleaba como podÃa mientras trataba de no tropezarse en los desniveles de las baldosas que apuntaban para arriba como si pidieran socorro, la mujer ni siquiera era conciente de todo esto, abstraÃda como estaba. Cuando por fin terminó cerró la tapa del celular y lo apretó en la mano, se fijó distraÃdamente por donde iba, le preocupaba su hija, que estaba en otro lugar, lejos y le habÃa mandado un mensaje desesperado, presintió que era un grito, no, un alarido, y ella allà caminando por esa pendiente tan empinada que hacÃa que el corazón se le quisiera salir por la boca, por los ojos, no sabÃa cómo calmar a la joven que desde tan allá acudÃa a su voz, a su amparo, sabÃa que como siempre, su niña confiaba en lo que le dirÃa, cualquier cosa que saliera de ella la ayudarÃa, la salvarÃa. Pero la mujer tenÃa dudas, no era salvar no más, estaban lejos y lo que le hubiera gustado era hablar, mimar, cuidar con un postre, con una prenda tejida, algo que le hiciera sentir a la joven su contención. No existÃa, en ese momento, nada que pudiera hacer desde ese teléfono, sólo preocuparse, aunque no se podÃa quejar, al menos lo usarÃa para tratar de sacar a su hija del pozo.
Justo en ese instante la musiquita le indica que tiene respuesta, lo abre para leer el resultado de sus palabras, mientras sigue caminando fuera del mundo, absorta en las palabras de la joven que la convoca sólo para pedirle consejo, lee y a medida que lee se va dando cuenta de que su hija
alguien pasa corriendo y le arrebata el celular
la mujer queda como congelada pensando en su hija, pensando en el joven ladrón, pensando
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