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Alberto Alabí

El bosque sigue tragando árboles

Alberto Alabí


      Este texto fue escrito con anterioridad a la reedición de las novelas de la escritora jujeña Leonor Picchetti, que fueran presentadas en Jujuy el pasado de mes de abril y que significan el inicio de un reconocimiento merecido.


      En unas pasadas jornadas de la Universidad de Jujuy he manifestado mi reconocimiento como Profesor de Letras a la comprovinciana Leonor Picchetti por sus novelas Los Pájaros del Bosque (1964) y La Palabra Mágica (1966) y reclamar su justa ración como escritora en salario de gloria (o al menos de lectura de su obra). Aquel homenaje tardío rápidamente fue desatendido y Picchetti continúa ignorada por las mujeres jujeñas que escriben y que hacen crítica. Una voluntad de olvido así confiesa cierta extraña pertinacia por hacer exhibición de apatía estética y no deja de ser una vigorosa advertencia dirigida a los creadores que procuren traspasar el alambrado del engreimiento literario regional. Así es que en esta reunión propiciada por el Instituto que dirige otra ilustre comprovinciana, la Doctora Juana Arancibia y que lleva una denominación tan editorial: Crear, Publicar y Vivir, digo nuevamente que insisto con mi reclamo por el olvido de Picchetti en jornadas estudiantiles como esta, simposios, páginas literarias y programas escolares; lo hago en procura de que esa voluntad de omisión no termine por hacernos olvidar que Jujuy tuvo tres miembros en la Academia Argentina de Letras (Groppa, Tizón y Calvetti) o que aún cuando las revistas de la farándula literaria no los conozca Ovejero, Galán, Murillo, Demitrópulos, Zerpa, Fidalgo y Busignani son parte del fundamento de la literatura nacional y que se haya postulado al paisano Héctor Tizón para el Premio Nobel de Literatura.
      No es necesario ser especialmente creativo para editar y se puede vivir sin publicar ni crear. Si uno invierte unos pesos es posible hacer libros, recibir premios y difundir la obra sólo merced a contactos editoriales. Muchos artistas maravillosos no han publicado nada y hay conocidos impostores que viven muy bien de las obras robadas con protección legal. Álvaro Cormenzana no tiene publicado ningún libro, Leonor Picchetti, sí; ambos son importantísimos creadores jujeños aunque no  vivan de la literatura. Sólo hablaré de Picchetti, por ahora.
      Un indicio palmario respecto de la personalidad de las sociedades no es tanto lo que recuerdan y celebran sino lo que olvidan o quisieran olvidar. Leonor Picchetti entre 1964 y 1966 dijo cosas que nadie hubiese querido que dijera y mucho menos de la forma en que las dijo. No sé si hoy somos capaces de escuchar [de soportar] la bizarría de aquellos maravillosos textos. Lo que Picchetti puso en novela polifónica, con la sencilla lozanía de los buenos escritores y anticipándose a los conceptos de la narratología diegética, fue la epopeya interior de una mujer en el tránsito hacia la construcción de su propio Superyo y, tras de ello, la deriva exploratoria por distintas figuras masculinas. Nada es azaroso en Leonor Picchetti, ni la elección del fluir de pensamiento ni el ingreso a los nichos sociales vedados ni la puesta en intemperie de las zonas femeninas más clausuradas.  La técnica que ya había sido usada por Wolf y Joyce y que no tuvo mayor difusión en los circuitos de la Literatura argentina (aun hoy sigue repugnando al lector indolente) sirve a la escritora para dar cuenta de un tema cuya complejidad no puede desarrollarse mediante una voz única y con una línea discursiva homogénea. La construcción de la mirada-ley paterna exige una gramática de muchos repliegues constituida por voces múltiples: la voz del cuerpo, la del deseo, la del miedo, la de la prohibición, la del otro y la de Dios. Esto respecto de la polifonía de sus novelas. Junto a todas estas voces también el silencio de Leonor Picchetti dice cosas; pero básicamente el largo silenciamiento de la escritora jujeña Picchetti es lo que más dice. En la omisión de ambas novelas dentro de los circuitos literarios formales y no formales se advierte el trazo social que destaca el perfil rústico y simple en extremo de los lectores locales y nacionales de los ‘60; acentúa el puritanismo de la crítica, revela la ojeriza provinciana y habla muy mal de las mujeres intelectuales opinando sobre mujeres intelectuales. La mujer que prologa el libro se afana por descubrir a Joyce y se olvida de Picchetti. Los pájaros del bosque es casi contemporánea de Rayuela; La Palabra Mágica se edita el mismo año que Cien Años de Soledad. Las dos novelas de Leonor Picchetti son calificadas frugalmente como (…) “originales y controvertidas para la crítica”, a noticia de Groppa (1987: 27). Claro, en 1964 ni siquiera se soñaba con el video clip, Cortázar era sistemáticamente ignorado, pocos leían a César Vallejo y no eran muchas las mujeres que se animaran a franquear el estereotipo de Ibarbourou, Mistral o de Sor Juana. La novela jujeña Los Pájaros del Bosque debió contender en un escenario diseñado para hombres, confrontar con la autocensura y la censura de las mujeres y todo esto montada sobre un programa narrativo desarrollado a partir de una estrategia en verdad muy temeraria: el fluir de conciencia. Para hablar de su proyecto narrativo no podemos continuar insistiendo en la errónea concepción de la escritura como un avance lineal que atraviesa un sistema de exclusas y cuyo trazado ya existe de antemano. El programa novelístico de Los Pájaros se instala sobre un cedazo narrativo que se suspende de forma intermitente y que regresa en looping sobre su propio trazado. El juego intertextual sirve para la cesión de voces desde la autodiégesis hacia la heterodiégesis, cuyo indicio de superficie son canciones populares infantiles. La intromisión solapada de voces se emplea para eyectarse a un tiempo previo o posterior al de la  enunciación mediante incisos textuales oníricos sin que el sujeto del decir abandone su voz. De esta manera se logra un eje narrativo muy estable enriquecido por asociaciones laterales, o por derivaciones radiculares que aclaran, anticipan o retrotraen a instancias que se anudan con la secuencia por la que el lector transita en ese momento. Esta deriva textual por una secuencia narrada en tres tiempos simultáneos mantiene en vigencia las visiones que tienen de un mismo evento las voces narrativas que Picchetti distribuye en las tres jóvenes que forman la voz narratológica principal. Con este proyecto, es claro que la obediencia estricta al sistema canónico de códigos no puede soportar esta forma de escritura. La escritura de esta jujeña tiene que ver con la competencia para actualizar códigos culturales de épocas diversas pero también con conductas literarias de base lúdica; esto junto a la destreza para poner en texto lo que el propio texto es como complejo lingüístico, estético y pragmático. Podríamos representar metafóricamente la escritura de Los Pájaros del Bosque como un itinerario cercano al video clip;  no en el sentido de ruta trazada y consolidada por otros, sino como esas picadas que abren en el monte los contrabandistas, sendas paralelas a la brújula del camino principal. Como una ruta de avance tortuoso, solapado y silencioso; un sendero que copia la dirección del camino que parcialmente se atisba desde el follaje. Esa es la macro estrategia de Picchetti; la tracción temporo-lineal del programa narrativo. Pero junto a lo anterior, y en ello veo en esta escritora una de las figuras insoslayables de la narrativa argentina moderna, la revelación de la forma del fantasma que controla toda escritura. Digo que en la rutina de la producción de un texto el que manda es el fantasma. No hay metáfora en ello. Se escribe mientras se es rigurosamente observado por espectros que desde la propia razón están mirando lo que se  escribe. El ojo extraño (que vive en uno mismo aunque adopte diversos rostros) insta o reprime la vulgaridad, impone abundancias explicativas, estandariza el léxico, controla el desborde y fuerza a contraer responsabilidades y compromisos en el sistema textual de relaciones de la tríada escritor / texto / lector. Distinto de lo que se sospecha, los textos no se construyen a la manera de una deriva lingüística enajenada y caótica sino desde el marco de una producción por camino crítico. Y es el ojo del fantasma , en definitiva, el que fiscaliza esa producción porque instaura el origen de la escritura, acota límites, regula y controla previsibilidades o alcances textuales, sugiere tipologías, jerarquiza estructuras y es el natural instructor y represor discursivo. Previo al texto hay una sucesión de miradas coercitivas que el propio escritor anticipa o construye y que se editan sobre la base de sus presunciones o miedos. Unas y otros son reinterpretados por el propio escritor como marcos de encajes en un sistema de cinco ventanas pragmáticas inclusivas. Este sistema presenta en sus extremos una ventana externa que procesa lo general/universal (es el Universo lector)  y una interna que opera con lo particular/local (que podemos llamar  Ojo-destino). La zona intermedia a su vez está ocupada por tres ventanas que tienen en cuenta la Comunidad de Habla, las Variedades diatópicas, diastráticas y diafásicas y el Grupo Específico de Pertenencia con quien se identifica el productor-escritor. Es decir que el escritor debe operar mediante una neutralización de fuerzas de origen interno y externo para obtener cierto equilibrio. Y cuando menciono el equilibrio lo hago en la porfía de que no sea considerado un punto de reposo sino ejercicio pendular entre la sumisión y la rebeldía.
      Pareciera que la obra de Leonor Picchetti ha sido declarada en rebeldía y por ello maltratada o ignorada. Para Marta Teglia, prologuista de Los Pájaros… que la compara con Joyce, la novela (…) “sin llegar a decir que es perfecta (…) está en la buena senda”. La escuela media la ignoró sistemáticamente; no he asistido a ningún congreso en el que se la haya mencionado; Augusto Monterroso le robó un título  y algunas mujeres jujeñas todavía siguen molestas con Leonor Picchetti.
      Se escribe para conquistar, delimitar y garantizar un nicho en el edificio social. El murmullo es social y la escritura individual. Los textos escritos son como un ariete que perfora la cutícula de los cantones de murmuración; abren una grieta por entre el cuchicheo –o el silencio- de la oralidad e instalan una cuña en la herida social abierta. Cuando se restituye el orden, la murmuración ya ha desaparecido; ahora la sustituye un texto que la ha desplazado hasta el olvido. No hay retorno del murmullo.

      Ya no hay como suturar el canal que ha abierto Leonor Picchetti con sus obras. Ahora es necesario decir que sus novelas son un orgullo para la narrativa regional y nacional; que Monterroso tendrá que dar algunas explicaciones y que los alumnos (y profesores) jujeños  no pueden ignorar su obra.






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