La reciente publicación de su libro de memorias Este Otoño es una buena excusa para recorrer fragmentos de la vida del poeta mejor reconocido por sus pares de esta provincia, y también por buena parte del campo literario argentino. Autor de una obra prolÃfica y de algunos libros difÃciles de clasificar como Abierto por balance, Groppa encarna la figura del escritor maduro que, sin prisa, registra la sensibilidad que existe en cada centÃmetro cuadrado de la ciudad que habita.
Osvaldo Aguirre
Reynaldo Castro
-En sus memorias, al hablar de Laborde, su pueblo natal, dice que âaquellos años siguen estando en algún lugar de esta miradaâ. ¿Qué es lo que fue determinante en su infancia respecto de su visión del mundo y de la poesÃa?
-La luz y la sombra. El mundo que se inicia con ellas. Tal como comenzó para todo ser; un mundo que luego poblaron las cosas. Algunas se evaporaron, otras continúan y hacen la particularidad de los ojos en la mirada de cada cual (¿asà el universo?) Cada uno lo es. En mÃ, puedo hablar de la soledad y las distancias (entre éstas: el tiempo).
-Usted comenzó a escribir los poemas de Taller de muestras en Buenos Aires. Cuando llegó a Jujuy, ¿que le pasó con la escritura?
-Cuando vine acá conseguà lo que no habÃa conseguido en Buenos Aires: poder leer. En Buenos Aires hice varios trabajos. La âhistorietaâ es larga. Haciéndola cortita: trabajaba en casa Harrods, en la dirección de personal, era el que controlaba las tarjetas de ingreso. De noche estudiaba Bellas Artes, en la Manuel Belgrano. Ahà los conocà a (Domingo) Onofrio y a (Andrés) Lizarraga. Con Lizarraga nos hicimos grandes amigos. Y Onofrio era compañero de colimba de (José Luis) Mangieri. Entonces andábamos siempre los cuatro juntos. Era estar todos los dÃas juntos. Te estoy hablando de los años 43, 44, 45, 46, hasta que empezó a ponerse un poco pesado polÃticamente. Que fue más o menos ya cerca del 50. Entonces nos rajamos. Con Onofrio nos vinimos para el norte y Mangieri y Lizarraga se fueron para el sur, a Bariloche. Los poemas están fechados en los cafés, âcafé la Facultadâ, en âel viejo hospital de ClÃnicasâ. Uno trabajaba y vivÃa en el café. En ese tiempo, la lecherÃa. Los mozos te conocÃan, sabÃan que vos ibas de 9 a 11 de la mañana y tomabas un café y leÃas. Ahà me acuerdo de haberme entreverado con El ser y la nada, recién aparecido. Y me acuerdo de haber leÃdo a Simone de Beauvoir, todo el existencialismo, que estaba de moda. Pero a los saltos. Y cuando vine acá, con el silencio y la tranquilidad, y el trabajo de maestro, que me dejaba media tarde libre, primero en Purmamarca y después en Tilcara, como decÃamos con Onofrio o con (Jorge) Calvetti, nos hacÃamos una panzada de lecturas. Y ahà leà cosas que me marcaron para siempre: todo AnÃbal Ponce, un escritor injustamente olvidado. ¿Lo conocés?
-Tengo referencias, pero no lo leÃ.
-Ah, ¿ves? (sonrÃe). Yo tengo la colección de la revista Dialéctica, que dirigÃa José Ingenieros. AnÃbal Ponce fue su discÃpulo preferido; murió a los 41 años en un accidente de automóvil, en mayo del â38, en México. Lo persiguieron y expulsaron del paÃs en la época de los âorejudosâ. En el Senado lo defendió Lisandro de la Torre. Leà todo Pablo Rojas Paz, y ¿quién lo conoce hoy a Rojas Paz? En una encuesta que me hicieron sobre literatura regional y literatura nacional, yo digo y lo sigo sosteniendo: ¿Por qué la literatura argentina siempre son los escritores de Buenos Aires? Una cosa es vivir en BahÃa Blanca, en Rosario, en Córdoba, que es el interior y otra cosa es el interior de Tierra del Fuego, de Santa Cruz, de Chaco o de Jujuy. Todo es interior,pero hay interior que está a dos horas de Buenos Aires y hay interior que estaba -en aquel tiempo- a dos dÃas de tren de Buenos Aires. âEn este paÃs, suponiendo que se pueda ser famoso sin Buenos Airesâ¦â, como decÃa Macedonio Fernández, y es la verdad. Si hay un escritor prolÃfico, ése es Juan Filloy, pero Filloy no tiene la trascendencia de cualquier chango que se pone a escribir en Buenos Aires.
-¿Cuál era el ambiente literario en Jujuy en el momento en que usted llegó a la provincia?
-En el ochenta y pico hice un censo de la literatura en Jujuy, (donde discriminaba) los que firmaron y ya no firman, es decir, los que desaparecieron y los actuales. Los autores clásicos y los escritores ocasionalesâ¦
-¿Se refiere al libro Abierto por balance (de la literatura en Jujuy y otras existencias), que apareció en 1987?
-SÃ. En ese libro están clásicos como (Daniel) Ovejero y otros que no eran literatos sino gente que se acercaba a la literatura de una manera muy particular: eran poetas o escritores alusivos; se manifestaban con respecto al aniversario del Ãxodo jujeño, la bandera, etcétera. HacÃan discursos escolares con mentalidad adulta. Pero eran cosas que no tenÃan ninguna trascendencia ni estaban empalmadas con la actualidad literaria, no habÃa una búsqueda. En realidad, la literatura empezó mucho después con Libertad (Demitrópulos), con (Raúl) Galán, con (Jorge) Calvetti pero no con Calvetti acá precisamente porque Calvetti inició su obra en Buenos Aires. (Tito) Maggi, que fue un excelente escritor, dividÃa el escritor ocasional del escritor vocacional. Los que eran escritores ocasionales hacÃan su discurso con motivo de tal festividad, siempre âtocaban de oÃdoâ. Y después estaba el vocacional, que se inicia con Libertad, el caso de Galán, el de Calvetti. También estaba Miguel Ãngel Pereyra, narrador; Carlos Figueroa, sonetista, el caso de Rubén Alejo Barros. Nadie se acuerda de Rubén Alejo Barros. Yo lo conocÃ, presidiendo una sociedad de escritores que venÃa a ser un sucedáneo de la Sade. Pero se llamaba Asociación de Escritores Jujeños. Cuando llegamos nosotros, dio la coincidencia que nos hicimos grandes amigos con Calvetti en Tilcara, amigos de convivir diariamente con (el artista pintor) Medardo Pantoja, y ahà tuvimos la idea de hacer una revista.
-Hubo alguien que decÃa, refiriéndose a usted cuando daba clase: âEn Tilcara hay un maestro que escribe versos en secretoâ.
-SÃ. âUn maistroâ, decÃa. Era Donato Peloc, un personaje extraordinario. Donato era el asistente de Calvetti, que vivÃa en Maimará y se venÃa todos los dÃas a trabajar vestido de gaucho, con bombachas y botas, al centro de salud de Tilcara. Dejaba el caballo atado, sacaba la corralera, se ponÃa el guardapolvo blanco y ejercÃa sus funciones administrativas. A mediodÃa, cuando él terminaba y yo salÃa de la escuela, nos encontrábamos a tomar un vino, con alguna otra cosita en el mercado.
-¿Cómo llegaron a hacer Tarja a partir de aquella idea de publicar una revista?
-Tarja fue algo especial. Te estaba contando que éramos tres los que tenÃamos la idea de la revista, en Tilcara: Calvetti, Pantoja y yo. No sabÃamos cómo y dónde imprimirla. Bajábamos seguido desde Tilcara a Jujuy, nos alojábamos en una fonda cerca de la estación, La Estrella, ya desaparecida. Ahà tomábamos unos vinos mansos, como decÃamos, tranquilos. Y un dÃa Calvetti avisa âhay un doctor, un abogado, que escribe, y creo que es bueno. ¿Por qué no le hablamos?â Dice âUn tal (Mario) Busignaniâ. Y yo me acordé de Mario De Lellis. Ãl me publicó el primer poema, âLos molinerosâ, en Buenos Aires. En ese tiempo Mario de Lellis estaba con Nyra Etchenique y alguien que habÃa sido profesor mÃo en el secundario, creo que apellidado Lara. Y Mario De Lellis una vez me dijo: âMirá, yo sé que andás por Tucumán, si llegás a Jujuy tratá de ver a un abogado que conozco que es buen tipo y escribe. Se llama (Andrés) Fidalgoâ. Entoncesdijimos âveamos a esta gente, que está radicada acá y conoce bien el ambiente. Nos guiarán, les puede interesarâ. Busignani se entusiasmó y casualmente tenÃa como cliente de su estudio jurÃdico al único âimprenteroâ que se animó a poner el pecho, (José Francisco) Ortiz. Por medio de âKachorroâ (Modesta Ãlvarez Soto) conocimos a Fidalgo. âFidalgoâ, alertó Kachorro, âtrabaja en un estudio de abogados con el âLocoâ (Esteban) Rey y âVinchucaâ (Hugo Genero) Brizuelaâ.
-¿Tarja fue un punto de relación con escritores de otras regiones?
-SÃ. Me acuerdo, y tengo las cartas por ahÃ, que yo lo refloté a León Benarós. Porque cuando vino la Libertadora a León Benarós poco menos que lo proscribieron y no publicó en ningún lado. Me mandó esas décimas encadenadas que tenÃa él y se las publiqué. (Carlos) Mastronardi era muy amigo de Calvetti. Después habÃa gente amiga de (Luis) Pellegrini âun artista de Buenos Aires que vivÃa aquà y se sumó a nuestro entusiasmoâ, como Castagnino, Policastro, Soldi, Pons, Rebuffo. Por medio de Pantoja, vinieron más artistas. Es una cadena de historia tan larga y llena de detalles. Tengo el número 17 armado, que no llegó a salir.
-¿En ese momento seguÃa viviendo en Tilcara?
de Artes que recién se habÃa creado. Mientras tanto seguÃa laburando en la revista. Porque la revista-No, ya estaba en Jujuy. Me trasladaron como secretario de escuela primaria. El primer lugar al que fui a rebotar fue a la Escuela Experimental, frente al Parque San MartÃn, que era el antiguo y lujoso Hogar Evita. Y, además, vine porque me mandó a llamar el rector del Colegio Nacional para que organizara la biblioteca, que estuvo cerrada como diez años, ahà trabajaba a la mañana. A la tarde, en la Escuela Experimental. Después, podÃa seguir trabajando en la imprenta y haciendo la revista. De la escuela me trasladaron, porque yo tenÃa fama de la zurda y habÃa entrado un monaguillo, Filiberto Carrizo, en el Consejo de Educación. Filiberto Carrizo no me pidió la renuncia pero me revoleó de frente del Parque a la Escuela Alberdi, en San Pedrito. En ese tiempo habÃa una sola lÃnea de ómnibus que salÃa para San Pedrito. Y yo tenÃa que trabajar de 8 a 12.30 en el Colegio Nacional y a la una de la tarde entrar en la otra punta de la ciudad, en el âgran Jujuyâ; tenÃa que tomar el ómnibus que pasaba a la una menos cuarto indefectiblemente por Lavalle y Belgrano. En aquel portafolios, que todavÃa lo tengo (lo señala, sobre una mesa con libros y recortes), llevaba una petaquita con un cuarto de vino y un sandwich de milanesa. Durante dos años estuve almorzando eso, en la última hora de la biblioteca del Nacional. Entonces la tranquilidad que tenÃa para leer desapareció, porque salÃa de San Pedrito a las seis de la tarde y me enganchaba en la imprenta hasta las ocho. De la Escuela Alberdi, al tercer año me rebotaron a Villa San MartÃn. Allá era más jodido todavÃa, porque del Nacional a Villa San MartÃn no tenÃa en qué ir, tenÃa que ir a pata. Voy al Consejo de Educación y estaba Raúl Galán como presidente. âMirá lo que me pasa -le digo-, ¿qué quieren, que renuncie?â. Para sorpresa mÃa, me dice: âY sÃ, renunciáâ. Galán era poeta, yo lo respeto como poeta, pero como ser humano... Ahora, ¿cómo se diferencia el ser humano del poeta? No sé. Y renuncié. Me quedé con la biblioteca del Nacional y me tiró un salvavidas Pantoja, con unas horas de Historia del Arte en la escuela de Artes. A la revistala armaba yo. Me encargaba de controlar los pliegos, diagramar, hacer âlos monosâ, etc.
-El nombre de la revista alude al trabajo del peón, a la faena concluida. Las alusiones al trabajo campesino son asimismo frecuentes en su poesÃa. Usted habla de escribir como cultivar, e incluso dice que a los poetas les vendrÃa bien un poco de trabajo fÃsico con la tierra.
-Contesto con un párrafo de Este Otoño: âSiempre pensé que a nuestros poetas habrÃa que obligarlos a tomar una pala, proveerlos de una lonja de tierra y que cultiven. Trabajar la tierra enseña mucho; lo que nace gracias a nuestras manos, purifica y es una gran sensación de utilidad regar con acequia, dar de comer a la semilla en el surco, hecho que nos pule de ripios interiores y por tanto de ripios poéticos. Yo no sé qué pasarÃa en Literatura el dÃa en que los campesinos llegaran como creadores, como llegaron Jules Renard y Miguel Hernández. Toda la ciencia natural está en ellos. Todo el misterio y gozo de la vida y también los conocimientos de la muerteâ. El trabajo manual -especialmente el campesino- purifica más que demasiadas lecturas. âDesintelectualizaâ. Asà lo sostienen desde los clásicos hasta Pablo Rojas Paz y Draghi Lucero.
-¿El hecho de estar en el grupo editor de Tarja determinó en algo su propia obra?
-Yo siempre fui un poco renuente a las charlas, a los debates. Cada uno respetaba su manera de componer, de ser. VivÃamos en esferas diferentes. Busignani era un profesional acomodado, abogado de la mina Aguilar, del Ingenio Ledesma. Fidalgo, en ese tiempo, llegó a ser juez, incluso del Superior Tribunal. Calvetti siguió siendo empleado del Centro de Salud Pública y después se fue a trabajar a La Prensa, a Buenos Aires. Medardo fue director de la Escuela de Bellas Artes, y yo seguà como bibliotecario nomás. Entonces te das cuenta que a pesar de ser chico Jujuy y ser amigos y estar unidos por esa vocación común todos actuábamos en niveles distintos, corrÃamos en pistas diferentes. Las amistades de Busignani no eran las mismas que podÃa tener yo, por ejemplo. Ninguno incidÃa sobre los conceptos literarios del otro, trabajábamos mancomunados en hacer la revista.
-¿Cómo se fueron definiendo sus ideas con respecto a la poesÃa?
-Hay un dicho latino: âArs longa, vita brevisâ. Conrado Nalé Roxlo lo habÃa traducido asÃ: âLa vida es corta, el arte es largo⦠y además no importaâ. Más que la tecnocracia que hay en toda literatura, en todo arte, está lo existencial, la vida. Ahora, cómo te manifestás, cómo le das forma a esa vida. Está en tu origen, en la formación tuya, en tu conformación, en la información que hayas acumulado. Pero esencialmente tenés que ser o seguir siendo vos. Imitaciones o influencias todos pueden tener, decir me ha gustado tal poeta o tal cosa, e inconscientemente uno puede estar escribiendo y tratar de no imitar pero influenciado por el ritmo, por las imágenes, por el tipo de creación de tal autor. Pero lo fundamental es la vivencia de uno, lo intransferible que hay en uno, desinfectado de las influencias de los demás. A eso hay que agregarle el puente, que lo de uno sea de interés, sea accesible y compartible con el probable lector. Yo no puedo ser hermético; para ser hermético me guardo lo que tengo para decir. Tengo que ser completamente accesible. De ahà lo que admiro, como decÃamos siempre con el viejo (Carlos) Giambiagi: âAmo la claridad y busco la claridadâ. ¿Por qué no se puede ser claro? ¿Por qué ser hermético y raro? Hoy encontrás poetas a los que les tapás la firma y no sabés quién es quién. Pero tomás un poema de Ortiz, te das cuenta que es Ortiz; si tomás un Tuñón, un Rega Molina, un Manuel Castilla, lo mismo.
-¿Cómo entiende el dar forma a eso intransferible? A lo mejor lo intransferible también está en la forma en que se escribe. Un poema suyo también se distingue de inmediato.
-Creo que lo principal de un poema es la imagen en sÃ, la imagen total (la sorprendente observación que puede tener un niño, por ejemplo o la vigencia Walt Whitman), no la metáfora que es otra cosa, y tratar de utilizar las palabras corrientes, las palabras del habla común, no buscar tecnicismos ni rebuscamientos. Simplemente hablar como se está hablando, con toda la claridad, naturalidad. No creo que haya otra forma de comunicarse. Lo demás es estar en el lugar común de la moda. ¿Cómo sigue? ¿Cómo tiene vigencia Antonio Machado? ¿Por qué? Y no hablemos de los anteriores, ni de la Edad Media. (Toma un libro de la biblioteca) Mirá lo que descubro: la edición original de Los lanzallamas, y Los siete locos. Esperá que te muestro una especie de incunable (sigue buscando). Guardando cosas siempre aparecen otras raras. Uno va guardando y no sabe por qué. Y me gustan las sorpresas que se reciben.
-Ese material que usted guarda aparece luego en los libros. Por ejemplo los recortes o sueltos periodÃsticos que inserta en AbacerÃa y que son sorprendentes para una idea convencional de lo que es un libro de poesÃa. Parece que no le diera demasiada importancia a la distinción de poesÃa y de prosa, y sobre todo a la vieja concepción del poeta como un ser iluminado. Es significativo lo que dice en el colofón de AbacerÃa: âel hombre poeta/ resulta sólo un operario másâ. El taller, el obrador, el almacén, términos que aluden al trabajo duro, son los que utiliza para hablar de poesÃa.
-La poesÃa no sólo es aligerar el polvillo de las alas en las mariposas. La poesÃa nace también de la dureza y diversidad del vivir, âel estarâ. Cuando tengo que transmitir algo no pienso si lo hago en poesÃa o en prosa, simplemente lo escribo. A veces toma el camino de la poesÃa y otras, el de la prosa, convencionalmente hablando. En esto existen muchos imponderables que dificultan separar (formas y reglas clásicas) a uno del otro (propósitos, sentimientos, etc.). También se dice lÃneas antes que: âEl poeta es secretario del Tiempoâ (...) âY el hombre poeta / resulta sólo un operario másâ... en este Obrador del mundo. Cualquier trabajo a conciencia, siempre es duro. Y en este caso a veces resulta como caminar la cuerda floja sin red debajo
-¿Cómo publicó su primer libro?
-Por medio de Pompeyo Audivert. Porque Audivert iba a Tilcara con el grupo de grabadoras que tenÃa y nos hicimos muy amigos. âPues hombre, me dice âcomo hablaban los catalanes (imita el acento)-, yo tengo unos amigos en Buenos Aires, les voy a hacer unas lÃneas y te voy a dar una presentación para que los veas a ellosâ. Y le digo: â¿Quiénes son? Yo no conozco, hace cuatro o cinco años que me fui de Buenos Aires y nunca frecuenté los cÃrculos literarios ni nada por el estiloâ. Eran Arturo Cuadrado y Luis Seoane, de la colección Botella al Mar.
-¿Por qué lo firmó como Néstor Groppa?
-Audivert decÃa âbueno, qué nombre le pondremosâ. Y le digo, âLeandro Néstor Ãlvarez, es mi nombreâ. âNo, es muy largo: Néstor Ãlvarezâ, decÃa Audivert. Pero no me gustaba. Pensé: de mi madre no hay familia, no hay descendencia. El único hijo fui yo. â¿Y si como homenaje a mi madre pongo mi apellido materno, Groppa?â, le digo. âPues sÃ, suena, hombre, suenaâ. Y de ahà salió Néstor Groppa.
-Ese homenaje parece recorrer su obra. A propósito de la muerte de su madre, en Este Otoño usted dice: âY yo escribo sobre el paño velado que deja la muerte. Sobre el polvo definitivo que nace ese dÃa. Sobre mi madre y mi casa que ya no estánâ. A la vez recuerdo un verso del Libro de Ondas: âHacia el pasado vamosâ, dice.
-Un universo en blanco que pretendo llenar. Lo hago de acuerdo a âla gramática de los sentimientosâ. Y con la conciencia de que me espera un futuro que también (ya lo está siendo) será pasado.
-¿Su experiencia como docente tuvo incidencia en su escritura?
-Tuvo mucha influencia, porque traté de adaptar la enseñanza de la poesÃa a âlo que pide el programaâ, como dicen las maestras y las directoras, con los chicos de la escuela primaria. De ahà saqué los poemas infantiles que publicamos en Tarja más todos los que tengo. Y dibujos, también. Yo tenÃa que enseñar lengua, matemáticas, historia, ciencias naturales. Al mismo tiempo habÃa ideado, en el armario donde se guardaba la regla, la escuadra, las pizarritas y las tizas de colores, que cada uno tuviera un cuadernillo. Y les hablaba a los chicos de otra cosa que no fuera la materia. Les daba la materia en quince o veinte minutos, y el resto les hablaba de otras cosas, les iba creando un clima y les decÃa que al que se le ocurriera algo, y en el momento que se le ocurriera, que no me pidiera permiso, que se levantara del banco, fuera al armario, sacara el cuadernito y escribiera lo que se le ocurrÃa. Fue un poco sorprendente porque estuvieron Manél Bernardo y Sara Bianchi, que eran los titiriteros de esa época, se asombraron de todo eso y pidieron hacer una separata en Tarja, con los poemas infantiles y las ilustraciones de los niños. Fue por primera vez que se hizo, en Jujuy, una exposición de poemas y dibujos infantiles. La organizó Kachorro, legendaria maestra de la Normal de Jujuy y no recuerdo quién más.
-Leyendo Libro de Ondas pensé en la primera parte de Taller de muestras. Quiero decir, la ciudad vuelve a aparecer como tema de su poesÃa, pero en este caso se trata de Jujuy. Un recorrido que va del café La Facultad al café Los Dos Chinos, âun cómodo exilio donde se puede escribirâ. Tengo entendido que hizo entrevistas y grabaciones de conversaciones en la calle en función de escribir algunos textos.
-Las usaba para el libro (busca en la biblioteca) Abierto por balance. Yo siempre digo: orden y progreso (sigue buscando en la biblioteca, toma un libro). Acá está (lo hojea). Por ejemplo, Barbarita Cruz, ollera de Purmamarca; se acuerda poco de mÃ, porque es famosa. Félix de Balois Leaño, guitarrero y pintor. Este es una joya, fue el primer luthier que tuvo Jujuy, primer premio nacional de lutherÃa. HacÃa guitarras y charangos, y en ese tiempo le hizo guitarra y el charango a Jaime Torres. Después está Ortiz, el impresor. José Amador, el primer chofer que tuvo Salvador Mazza, sabio que estudió el mal de Chagas y que originariamente en su honor se llamó mal de Chagas-Mazza (sigue hojeando el libro). Y los viboreros (vendedores ambulantes).
-¿Qué le atraÃa de los viboreros?
-Ah, el lenguaje. Este es un libro que no circuló, se hicieron pocos ejemplares. Acá están los horóscopos populares, las catitas. Y esto, mirá, âEn la calle que no engañaâ. Te lo leo tal como hablaban ellos para ofrecerte el producto: âLlegados a los 45, 50 años señores, empezamos a sentir señores debilidad por ese pedacito de carne que vemos acá (muestra una lámina de álbum manoseado) a la que justamente no la cuidamos que nosotros la conocemos señores con el nombre de próstata. Alguna vez han escuchado hablar señores de la próstata hay cosas que muchos saben y otros no, por eso señores yo les voy a explicar para su conocimiento señores el niño que se orina en la cama se piensa que está completamente enfermo y la señora tiene que cuidar en la casa señores lavar a cada rato señores no hay que darle señores solamente que tome vino para su cumpleaños, a la señora hay que atenderla o la va a llevar el médico para que le haga el papanicolau a la mujer hay que cuidarla si bien no tiene próstata tiene su matriz y sus ovarios que deben ser observados y regulados convenientemente asà señores tiene que cuidarse porque la mujer más pura llega cierta edad señores donde va al sanatorio a ver al médico para que le haga el papanicolau...â. Es una joya porque está la venta del âpela-papas sin peligro de dedoâ, porque están âlos hermanos que buscaban a Dios los domingos a las 7 de la tarde desde un altoparlante en la capota de un cocheâ y están los que vendÃan âla quiterÃaâ para quitar âla lombriceraâ, y los inefables cánticos de los de âla Sanidad Divinaâ, la barra de âsoldarÃnâ para las chapas del techo⦠y el que vendrÃa âgrasa de caimán, mezclada con grasa de boa para curar la artritis, la tos, el catarro, las quemaduras, los golpes, los riñones, el mal de las articularesâ¦
-¿Cómo tomaba esos registros?
-Yo iba con mi grabador dentro de mi cartera. La llevaba asà (se incorpora, algo rÃgido, y coloca la cartera bajo su axila). Me paraba, entre toda la gente, y cuando empezaba a laburar el tipo, yo prendÃa el grabador. Y grababa todo. Después desgrababa tal cual decÃan ellos sin agregar absolutamente nada.
-¿Cómo se va dando la publicación de los Anuarios? Da una idea de mucha escritura.
-Mirá, yo inicié la página literaria o el suplemento cultural del Pregón en el año 60. Trabajé en el diario cuarenta y un años. HacÃa una nota todos los domingos. Algunos dicen que me daba el lujo de escribir un poema todos los domingos (sonrÃe). Un dÃa decidà recopilarlo, lo fui pasando a máquina y lo publiqué de esta manera. Año por año, desde el 60. Hacen diez volúmenes de 200 páginas cada uno. Me faltan sólo tres. Llegan hasta el año â96. Estos Anuarios del tiempo resultan una historia âafectivaâ de San Salvador de Jujuy
-En âDe una ciudad de la poesÃaâ dice: âYo soy uno que pasa, como pasa cualquiera,/ acaso con distinta ventura en la mirada;/ que se va como hablando con sus cosas notables/ aunque piense en aquellas que viven olvidadasâ. ¿Qué es esa âdistinta venturaâ?
-Ventura: dicha, fortuna, felicidad, suerte. Pienso en la gente que â...mira, mira y no ve. Y yo no sé cómo otros no ven. Yo veoâ. Explicaba un rastreador, creo que en Facundo.
-Usted le da a la poesÃa, me parece, un sentido mucho más profundo que el que se entiende habitualmente. Por ejemplo cuando habla de la poesÃa como un lugar y una compañÃa, y también como un ángel de la guarda. ¿Cómo lo explicarÃa?
-Sencillo:
âHabré sido la vida
en la incontable vida,
en la muerte incontable.
Con una presencia insospechada
nos sobreviven los mundos infinitamente pequeños
e infinitamente grandes.
Todo es sencillo
en la interminable armonÃa que nos asombra y comprende.
En algún interÃn estamosââ¦
(Fragmento del Colofón de En el tiempo labrador, 1966. ng.)
Pienso que no hay que complicarse. Siempre huà de las âbiopsiasâ (llamadas análisis) de la imagen para diagnosticar la anatomopatologÃa del poema. De ahà que amo la claridad y busco la claridad. âDi, nóâ (como dice el criollo de aquÃ), se cae en la tediosa disputa casi judicial de la âintertextualidadâ, lo bizantino, (lo banal y de nunca acabar...) para explicar la âpresuntaâ composición del agua o del aire. Te lo digo en terminologÃa legal: jurÃdica-policÃaca.
Y por fin: âHablar del oficio trae malasuerte y espanta a las musasâ (Albert Camus).
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