A esta altura del partido todos sabemos que los mercados rigen nuestras vidas ¿todos lo sabemos? Son los mercados los que le aceleraron el crecimiento a nuestros pibes, por ejemplo cada vez, hay menos infancia. Ahora los niños nacen y viven con celulares bajo el brazo, el tradicional pan de los pobres, ya se sabe, fue robado en el camino por un hambriento. Los mercados te hablan, te dicen con exactitud pasmosa lo que necesitás, ni siquiera tenés que ponerte a pensar en cuáles con o cuáles serían los objetos que le faltan a tu vida pobremente burguesa.
      Los mercados tallan tu vida, te quitan la plata desde una pantalla, desde una radio, desde carteles y radios, te hacen los ejercicios para que no te muevas ni te preocupes, te ponen audífonos ultrasensoriales para que desde su inmovilidad escuches lo que se dice en el cuarto de al lado (¿tenés cuarto de al lado?).
      Digámoslo con todas las letras: los mercados nos aman, nos miman, buscan desesperadamente iluminarnos el camino.
      Me imagino a uno cualquiera: la cosmética, culo pa’rriba, buscando caracoles para sacarles la baba salvadora, esa que elimina arrugas y manchas de la piel, aunque tengas 250 años. La cosmética ¡qué gran negocio! A la misma crema, le cambiamos el color, el olor y la etiqueta y ahí va. Vendela diciendo que te estira hasta los pliegues del alma y verás si no hay alguno que la compre y que hasta la recomiende.
      Mercados, mercados llevando a tu hogar mejoría, bienestar, con poco y hasta con nada.
      Otro mercado descomunal es el de la alimentación, leches que son fortificadas con trillones de microorganismos, sacados de no sé dónde que aportan vitalidad, energía, comprobada en laboratorios propios. ¿Viste que la flora intestinal a veces se queda sin hojas? bueno, tomando estas leches y/o yogures durantes siete días, a la flora le crecen hojas, tallos, pistilos y hasta nuevos perfumes.
      Â¡Ah, los  mercados! con sus ejércitos de publicistas, pensando y repensando cómo engatuzar a más gente. Gente desesperada que necesita que le inventen nuevos modos, nuevos métodos para adelgazar, para no envejecer, para hacer gimnasia sin moverse, para que le saquen manchas de la piel. A esto agrego los pañales que hasta ahora son casi inteligentes, quizás, dentro de poco hasta sean musicales, para adormecer a los niños de noche. Los mercados desenfrenadamente buscan y encuentran y hasta inventan un sinnúmero de tentaciones para la gran masa consumista que no siempre incluye a los de menores recursos.
      En televisión, en radio, en revistas (que manos anónimos tiran por debajo de las puertas) cual bombardeo de guerra moviéndose en una realidad incongruente porque convengamos en que millones de pibes jamás tomarán esas leches y yogures fortificados, millones no sabrán nunca qué es hacer gimnasia, salvo, la de correr, estresadísimos un colectivo; muchísimos los que no serán abrasados por una tecnología que les promete un bienestar de artificios que obviamente hay que pagar en pequeñísimas cuotas durante mil años.
      Así es, señoras y señores, compren o sueñen con adquirir espejitos de colores que nos hagan salir, por un ratito, del pantano en que vivimos que a veces no queremos ver, sencillamente porque nos cansamos, nos hartamos de ser pobres.