Ariadna Tabera
En tiempos de El Código Da Vinci, en sus dos âenvasesâ, novela y pelÃcula, ambas de dudosa calidad estética pero, sobre todo la novela, de gran entretenimiento, parecen florecer preguntas, dudas y cuestionamientos sobre el origen de algunas verdades de la fe cristiana, desde planteos de lÃneas de investigación provenientes de la historia del arte y de la cultura, enmarcados en lo que sus detractores han llamado âneognosticisimoâ, ânew ageâ, âneopaganismoâ.
El centro de algunas de las discusiones y de la ficción, es lo sagrado femenino, las persecuciones a la mujer, su denostación, a lo largo de la historia del cristianismo, sobre todo desde el catolicismo. En este sentido, Internet permite una serie de recorridos, casi infinitos, respecto de las repercusiones polÃtico-ideológicas de El Código Da Vinci. Junto a los sitios oficiales, tanto del autor de la novela, Dan Brown, como de la Sony, que produjo el film, conviven páginas y sitios dedicados al desprecio por su contenido, previa lista de errores y enmiendas; todo lo cual contribuyó a la mixturización de viejas etiquetas asentadas, sedimentadas, removidas a partir de la fuerza con la que la lectura de la ficción sin entender el âcontrato de lecturaâ produce. Entre la lista de errores y confusiones, el artÃculo La Estafa del "Código Da Vinciâ: Un best-seller mentiroso de Pablo Ginés RodrÃguez , registra como uno de los asuntos a aclarar âGnosticismo al servicio del feminismo radicalâ, en el que achaca al âfeminismo radicalâ la utilización e interpretación de caracterÃsticas misóginas del cristianismo. Y, a la vez, discute la afirmación de la novela âdurante trescientos años la Iglesia quemó en la estaca la asombrosa cifra de cinco millones de mujeres", que el autor rechaza por ser âuna cifra repetida en la literatura neopagana, wicca, new age y feminista radical, aunque en otras webs y textos de brujerÃa actual se habla de 9 millones. Los neopaganos necesitan una shoah propiaâ. Y luego, âCuando acudimos a historiadores serios se calcula que entre 1400 y 1800 se ejecutaron en Europa entre 30.000 y 80.000 personas por brujerÃaâ.
Es interesante plantear algunos recorridos para mirar desde el siglo XXI la imagen de aquellas mujeres acusadas de brujerÃa. En el Tratado de las supersticiones y hechicerÃas de Fray MartÃn de Castañega (1529) , publicado con el propósito de âque todos sepan y entiendan la manera y posibilidad de los engaños del demonio y conozcan las supersticiones y vanas curiosidades que entre los simples y curiosos pasanâ, se explican las razones por las que âdestos ministros diabólicos hay más mujeres que hombresâ. La enumeración es una larga lista de generalizaciones misóginas en relación a capacidad intelectual, curiosidad, indiscreción, ira y vengatividad, etc. En primer lugar, âporque Cristo las apartó de la administración de los sacramentos, por esto el demonio les da esa autoridad más a ellasâ, lo que se suma a una inferioridad intelectual, âmás ligeramente son engañadas del demonioâ, âporque son más curiosas en saber y escudriñar las cosas ocultas, y desean ser singulares en el saber, como su naturaleza se lo niegueâ, âporque son más sujetas a ira y más vengativasâ, âson más parleras que los hombres y no guardan tanto secreto, y asà se engañan unas a otrasâ, âe más son de las mujeres viejas y pobres, que de las mozas y ricas, porque como después de viejas los hombres no hacen caso de ellas, tienen recurso al demonioâ¦â. Además, Fray Castañega distingue entre el accionar de hombres y mujeres, explicando âlos hechizos que los hombres hacen atribúyense a alguna ciencia o arte, y llámalos el vulgo nigrománticos, y no los llama brujos (â¦) Mas las mujeres como no tienen excusa por alguna arte o ciencia, nunca las llaman nigrománticas (â¦) salvo megas, brujas, hechiceras, jorguinas o adevinasâ¦â.
Casi un siglo antes, en el texto Melleus Malificarum (1486) se sentencia: âMuchas más razones deberÃan presentarse, pero para el entendimiento está claro que no es de extrañar que existan más mujeres que hombres infectadas por la herejÃa de la brujerÃa. Y a consecuencia de ello, es mejor llamarla la herejÃa de las brujas que de los brujos, ya que el nombre deriva del grupo más poderoso. Y bendito sea el AltÃsimo, quien hasta hoy protegió al sexo masculino de tan gran delitoâ¦â .
La posibilidad de los vuelos nocturnos de mujeres, brujas o damas de la noche, ha estado en la imaginación popular desde la Antigüedad. Los antiguos romanos conocÃan una criatura nocturna, voladora, que se alimentaba de carne y sangre humanas. La literatura romana, a través de obras de autores como Plinio El Viejo, Ovidio, Apuleyo, entre otros, habla de este personaje llamado âstrixâ, imaginada como una especie de lechuza, aunque no pertenecÃa a ninguna especie de pájaros conocida; se suponÃa que podrÃan ser viejas que de noche se transformaban mágicamente, para comerse las entrañas de recién nacidos, pero también de adultos, que no necesariamente morÃan sino que perdÃan sus fuerzas. En el Asno de oro, Apuleyo, describe a la bruja Pánfila, que se transforma de noche en pájaro, a partir de beber una poción de laurel y eneldo y frotarse el cuerpo con ella, por lo cual le crecen plumas, la nariz se transforma en pico y las manos en garras. A pesar de que las leyes no reconocÃan la existencia de estas criaturas, las striges, sà lo hacÃa respecto de la hechicerÃa con fines maléficos . Antes de ser influidos por la cultura romana y cristiana, los pueblos germánicos ya reconocÃan la existencia de la bruja, mujer antropófaga, de acuerdo a la Lex Sálica (siglo VI), que refleja creencias y actitudes mucho más antiguas. Allà no sólo se asegura la existencia de las striges, sino también de las reuniones de brujas con caldero. Una serie de textos citados por Norman Cohn en Los demonios familiares de Europa, demuestran que la idea de brujas antropófagas era también conocida para los pueblos germanos de la Alta Edad Media, ya que formaba parte de las creencias populares tradicionales, confirmando el contenido de la Lex Sálica, siglos antes.
Otras viajeras de la noche que vivÃan en la creencia popular, registrada su acción por primera vez en el año 906 en el Canon Episcopi de Regino de Prüm, eran las seguidoras de Diana, la diosa pagana, también llamada Herodias, Holda, que continuó siendo objeto de culto popular en la Alta Edad Media. Era identificada con Hécate, diosa de la magia, que se pensaba salÃa de noche, acompañada por mujeres o almas con forma de mujer. Holda, otro de los nombres de Diana, cuyo culto se puede rastrear en Hesse (Alemania) hasta el siglo XIX, âes un ser sobrenatural, de carácter maternal, que vive en el aire y circula alrededor de la tierra (â¦) viaja sobre todo en invierno: los copos de nieve son las plumas que caen cuando prepara su cama. Viaja durantes los doce dÃas entre Navidad y Reyes, y su viaje trae fertilidad a la tierra durante el año siguiente⦠â. Se trataba de una diosa pagana asociada al solsticio de invierno y el comienzo del nuevo año, con las actividades agrarias, con la abundancia de las cosechas y la fertilidad femenina. En el actual territorio de Francia también se registra el culto a una diosa pagana de la abundancia, Abundia o Satia, acompañada de un séquito de mujeres. Cohn cita las palabras de Guillaume dâAuvergne, obispo de ParÃs fallecido en 1249, quien afirma haber oÃdo hablar de espÃritus que tomaban forma de muchachas vestidas brillantemente, frecuentaban los bosques, aparecÃan en los establos. Eran llamadas âdamas de la nocheâ y los campesinos las recibÃan en sus casas de noche con hospitalidad, dejándoles abundante comida y bebida. Se trata de espÃritus protectores, benéficos, cuyos orÃgenes se remontan a épocas precristianas y cuyo culto se mantuvo durante más de mil años en parte de Europa occidental. Ante estas creencias populares, la actitud oficial de la Iglesia era negar las diferencias con el accionar de las brujas, por lo que condenaba tanto uno como otro vuelo nocturno como superstición pagana.
Muchas mujeres fueron acusadas de uno u otro cargo a lo largo de la historia. En el siglo XIII la mirada comenzaba a cambiar, mientras que ya un siglo después la noción tradicional de los visitantes nocturnos se modificó completamente, dejó de considerarse una superstición pagana y se la entendió como la acción de demonios, desde ese momento esta idea comenzó a fundirse con la nueva fantasÃa del sabbat , que dio lugar a las sangrientas cazas de brujas, que se produjeron con mayor intensidad a partir del siglo XV.
Según el Diccionario crÃtico-etimológico de la lengua castellana (1953) de J. Corominas (publicada por Gredos), la palabra âbrujaâ es de origen desconocido, probablemente prerromano. Se halla documentada en castellano desde el Glosario del Escorial (alrededor de 1400), mientras que en 1396 en el Ordinario de Barbastro aparece âbroxaâ, en aragonés. En catalán, âbruixaâ puede leerse desde el siglo XIII. La hipótesis de Corominas, partiendo de que el vocablo es común a las tres lenguas romance hispánicas, en los dialectos gascones y languedocianos, que las formas occitanas podrÃan señalar una base en âbroxaâ, mientras que la base de la palabra hispano-portuguesa es âbruxaâ y la catalana podrÃa tener que ver con cualquiera de las dos anteriores. Para el filólogo, la existencia de estas variantes permitirÃa postular una base común, con diptongo: âbrouxaâ, que al romanizarse se fue simplificando. Por otra parte, Corominas cita algunas antiguas designaciones de la palabra en tanto indicaba un fenómeno atmosférico, borrascoso, de acuerdo a la serie âbruixóâ, âbruixinaâ, âcalabruixâ (del catalán) que significan viento frÃo, llovizna y granizo, respectivamente. Esta serie de vocablo podrÃa derivar del celta âbruskjaâ.
En la página www.aciprensa.com.
Teólogo y filósofo de la Orden de San Francisco de la provincia de Burgos (España).
Publicado por EUDEBA (1997) en la Colección de libros raros, olvidados y curiosos.
Kramer, Heinrich y Jacobus Sprenger, pág. 82.
Cohn, Norman (1987). Los demonios familiares de Europa. Madrid. Alianza Editorial.
Cohn, op.cit., pág.276-277.
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