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Ariadna Tabera

Rituales de Carnaval

Ariadna Tabera

      El final del Carnaval en esta parte del mundo dejó en el aire un perfume del albahaca y la sensación de que los cuerpos laten al son de la tierra un año más. Para algunos, de impronta apolínea, la fiesta carnvalesca es un goce que nos está vedado por alguna extraña fuerza que tristemente nos aleja de estas pasiones, que logran limpiar cuerpo y alma, bailando con frenesí, iluminados por el alcohol y el deseo, en una vuelta al eterno presente que dura varios días de éxtasis y borrachera.
      La recuperación por parte del gobierno nacional del feriado de Carnaval, eliminado en la última dictadura en Argentina, dio aval para que en muchos lugares se "abriera la puerta para ir a jugar" con autorización; en otros el espíritu de la fiesta es más fuerte y no deja que lo encierren así nomás, se otorguen o no los asuetos.
      El Carnaval forma parte de un ciclo anual de periodos de fiesta y abstinencia, que se producen alternadamente cada cuarenta días. La díada Carnaval-Cuaresma es una muestra de ello, aunque a diferencia de otros periodos, con fiestas en días fijos, mantienen una cierta oscilación en el calendario de acuerdo a las fases lunares, lo cual muestra un fuerte vínculo con la antigüedad de este periodo .
      El Calendario ritual agrario jujeño recoge la estructuración del Carnaval en esta región, con un inicio diez días antes del comienzo propiamente dicho, el jueves del Topamiento de Compadres, cuando "los compadres invitan a las comadres a una determinada casa o fortín para dar inicio a las fiestas carnestolendas. Tres días antes del Carnaval, el Topamiento de Comadres, que se realiza en toda la zona rural andina, tiene por objeto formular augurios para las participantes. En ambas celebraciones se realizan contrapuntos entre copleras, con caja, bailes, comidas con abundantes libaciones" . El principio y el final de la fiesta, que en los últimos años tiende a alargarse en el tiempo hacia los dos fines de semana siguientes al Miércoles de Ceniza, y que se suele extender en su inicio con el Carnaval de Ablande (unos 30 días antes de la fecha), está relacionado con las ceremonias de entierro y desentierro del diablo, símbolo del frenesí "permitido", pero con fecha de vencimiento. Para los campesinos de esta parte del mundo la festividad está asociada a la fertilidad de la tierra, en relación al ganado y al cultivo, lo que se traduce en la realización de señaladas y corpachadas en los campos. En Europa, de acuerdo a lo consignado en La rama dorada por James Frazer, su celebración tiene que ver con la llegada de la primavera y el verano, lo que se puede deducir de una variedad de ritos que acompañan al Carnaval en distintas regiones, en las que luego de los tres días de festejo, como en Suabia, la figura que lo representa -un hombre que se finge muerto- es resucitada con una ceremonia de expulsión de la muerte, "acompañada de una declaración para atraer el verano, la primavera, la vida" . Frazer también recoge en su libro el relato de un viajero inglés que en 1877 presencia el Carnaval de Lérida (España) en el que luego de los festejos, del "gran jolgorio" con una "procesión de infantería, caballería y máscaras en carruajes acompañan a su Gracia Pau Pi", la comitiva se convierte en una procesión enlutada, el último día de antruejo, con los participantes vestidos de "sacerdotes y obispos", cantando réquiem, y llevando a Pau Pi a la plaza, "donde recitaban una oración funeral burlesca, luego de lo cual el demonio y sus diablos llegaban y se llevaban el cadáver", que luego era rescatado y enterrado .
      La discusión etimológica sobre la palabra "Carnaval" es larga y compleja. Para Philippe Walter se trata de un típico fenómeno de confusión etimológica durante la Edad Media, a través de procedimientos particulares de esta ciencia medieval, tendientes a ocultar el significado de las palabras, por tabú, buscando relacionarlas con otros distintos y hasta opuestos.  La palabra "carnelevare" aparece en un texto del Lacio en el 965 y también está atestiguado en el norte del Italia durante el siglo XII, con el significado de "quitar" la carne, abstenerse de la carne. Sin embargo, este vocablo no designaba -como sucede aún hoy- solamente el periodo que comienza el Miércoles de Ceniza, que es cuando comienza el periodo de abstinencia, sino que paradójicamente también alude al ciclo anterior, donde se come carne en abundancia. Una práctica etimológica medieval era el recorte de las palabras en sílabas y la búsqueda de explicaciones lingúísticas en relación a significados por sílaba, referidos a homónimos atestiguados en la época. Llama la atención que otros vocablos que designan la fiesta poseen la misma raíz carn(e), como "carnelevamine", "carnestolendas", "carnelevare"; todos ellos presentes en textos eclesiásticos o con esta orientación. Podría tratarse de un fenómeno de reinterpretación de desinencias buscando camuflar una palabra tabú "que remitía a realidades demasiado impías e inconfesables (...). El término carnaval pudo cristianizarse en "carne levare" y pudo significar 'quitar la carne' pues la Iglesia, que combatía las creencias y ritos paganos, quería justificar a los ojos de los fieles el ayuno de la Cuaresma . Al enmascarar el nombre se buscaba quitarle el poder sobre el hombre y su mundo.
      Para el investigador, la relación entre "Carnaval" y "Carna", diosa de las calendas romanas de junio, es indudable. No descarta que se trate de una derivación directa o préstamo por parte del Medioevo de algún texto antiguo, pero se inclina por la hipótesis de que ambos vocablos comparten una raíz indoeuropea común, por lo que se dedica a investigar el contexto mitológico de Carna. En los Fastos de Ovidio, la alusión a esta diosa despeja los problemas temporales que pudieran surgir: es la hija de Helerno, dios de las calendas de febrero; los sacrificios a este dios proporcionaban para los romanos protección al cultivo de determinadas hortalizas y en particular, a las habas. Carna era la diosa de las habas y el tocino. Su culto, en junio, se realizaba en torno a la ceremonia de colocar ramas de espino blanco en las ventanas de las casas para espantar a las lechuzas, que se creía carcomían las entrañas de los bebés hasta matarlos. El mito cuenta que un bebé fue atacado por una de ellas y murió ante la mirada de su nodriza, pidiendo auxilio. Allí apareció Grane , quien curó al niño manipulando la rama del espino contra la ventana, arrojando agua y sosteniendo las entrañas crudas de una cerda de dos meses, invocando al ave y pidiéndole que tome las entrañas de la cerda por las del niño. No extraña que para los antiguos romanos Carna presidiera la salud de los órganos vitales, hígado, corazón y vísceras. En su honor se ofrecían sacrificios de puré de habas y tocino. En los Fastos, se explica que quien consuma los alimentos agradables a esta "diosa antigua", como las habas, el cerdo y el trigo candeal, estaba protegido contra los males de las entrañas. No es casualidad que en Europa tradicionalmente el carnaval sea un periodo donde se ingieran todo tipo de embutidos, jamones y carnes grasas en grandes comilonas; los festines en relación al ritual de la carne también indican, para Walter, un parentesco entre la palabra italiana "caro" (carne) y la francesa antigua "carnage" (matanza).
      Los grandes festines cárnicos de la antigüedad, se sumaban al apetito de la carne que en la Edad Media (y hasta hoy) la Iglesia buscaba reprimir y renombrar, para diluirlo y cristianizarlo, como fue su objetivo con tantas otras manifestaciones festivas paganas que quedaron prisioneras de acontecimientos cristianizados, pero que siguen latiendo como los cuerpos extasiados en Carnaval.

Walter, Philippe. (2005) Mitología cristiana. Fiestas, ritos y mitos de la Edad Media. Buenos Aires. Paidós.

Escrito por los ingenieros agrónomos Juan Bárbarich, Dante Aramayo y Ramón Morales y publicado  por la dirección provincial de Desarrollo Agropecuario.

Op. Cit., pág. 6.

Frazer, James George. La rama dorada. Magia y religión. (1986). México. Fondo de Cultura Económica. (1ª ed. 1890); pág. 358.

Op. Cit., pág. 354-355.

Op. Cit., pág. 31-32.

Repertorio de ritos y mitos según su orden calendario antiguo en la religión romana arcaica.

Personaje mitológico que se asocia con Carna, según Dumezil en Idées romaines (1969), citado por Walter.






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