El autor de este texto se propuso editar un libro con poemas de Andrés Fidalgo escritos en servilletas mientras el escritor estuvo detenido en cárceles de la última dictadura. Mientras trabajaba en la edición, nuestro columnista detectó algo que ya habÃa experimentado con otros libros: entre las lÃneas de los versos existÃa una historia que esperaba ser contada. Ni lerdo ni perezoso, él se puso a narrar una biografÃa intelectual del escritor más lúcido y comprometido de nuestra provincia. A continuación, la primer parte de un libro que saldrá en los próximos meses.
                                                                                                             Reynaldo Castro
Un niño nace. Andrés Francisco Fidalgo es registrado el 7 de marzo de 1919, en una oficina del Registro Civil de Buenos Aires. DÃas después, el niño nace. Su padre, la persona que lo habÃa registrado con anticipación, utilizó la siguiente lógica: si existen sanciones para aquellos progenitores que se demoran en inscribir a los hijos, deberÃan existir recompensas para los que se anticipan; el razonamiento no prospera. Sin embargo, una temprana lección se puede sacar de aquella acción: el nombre precede al hombre, las palabras cambian la existencia y algunas personas conocen ?de manera consciente o no? la realidad antes de que ésta ocurra.
Setenta y dos años después, ya con una presencia en la literatura nacional y en la vida intelectual, el escritor rememora, en tercera persona, los distintos nacimientos de los que fue protagonista:
[A] la niñez en Buenos Aires, a la juventud en Córdoba, a la madurez en Chubut, a la abogacÃa en Jujuy, al exilio en Venezuela y, de nuevo en Jujuy, a la fruticultura. Ahora acaba de nacer como jubilado, lo cual le permite atender mejor sus úlceras y la literatulitis que lo aqueja con variadas alternativas de poesÃa o ensayo [...]. Deben imputársele además, cuentos, notas, traducciones y muy abundante producción oral (excepto a la siesta). Entretanto, irrumpió en el matrimonio (una señora) y en la paternidad (dos hijas). Tan ingente labor, en un sólo siglo: el XX, aunque ya tiene material inédito para el próximo.
En rigor, a Córdoba llega en la adolescencia. AllÃ, en un pueblo a orillas del RÃo Segundo, termina la escuela primaria. Al año siguiente, ingresa al tradicional Colegio Nacional Monserrat. Cuando cursa el tercer año, un acontecimiento lo empuja a nacer de nuevo: sus padres, por razones de trabajo, deben regresar a Buenos Aires. En consecuencia, se queda solo. Hace de mandadero en una pensión donde se hospeda (el dueño es un portero del colegio) y completa el bachillerato.
Dado que la pensión estaba en el barrio Alberdi, a dos cuadras del hospital ClÃnicas, el joven piensa que lo más conveniente es estudiar una carrera universitaria ligada a las ciencias de la salud. Otros jóvenes, ya estudiantes de medicina y también alojados en la misma pensión, en no pocas oportunidades lo llevan a comer al hospital de colado: esto termina por decidirlo y se anota en OdontologÃa.
Buscando al soldado Andrés. Tiene dieciocho años, está en primer año, y su situación económica no es buena. Un aviso que solicita practicantes para el hospital militar parece ser la solución y allà va el estudiante que habÃa heredado el carácter previsor de su padre; como él, se equivoca: la convocatoria es para alumnos avanzados. No obstante, el acto fallido le permite conocer a un teniente que busca voluntarios para tareas administrativas. La búsqueda ofrece, a cambio, un lugar para dormir y asegura la comida, junto a los soldados rasos. El ofrecimiento se completa con la posibilidad de hacer carrera militar como suboficial o, pasado un año, renunciar y obtener el reconocimiento del servicio militar obligatorio. Sin nadie a quien consultar, el joven acepta, abandona sus estudios y al otro dÃa nace como soldado.
En 1938 [â¦] ingresé como soldado voluntario oficinista en el hospital militar de esa ciudad. Mis tareas como tal se desarrollaban en la administración, a órdenes directas de un oficial de esa especialidad. El hospital estaba a cargo de un oficial médico, lo mismo que las salas para internados y otros servicios, de manera que âel ambienteâ tenÃa poco y nada de lo que ahora entendemos como militar.
Un año más tarde, la tranquilidad del trabajo le da razones para continuar en el ejército: Llegó el primer año, no tenÃa otras disyuntivas, ni otras posibilidades o variantes. Más o menos me sentÃa bien. Estaba ducho en el trabajo, un trabajo para el que hacÃa falta sexto grado; yo ya tenÃa el Nacional hecho y ellos tenÃan interés, les salÃa barato. Asà que al terminar el año no me dejaron renunciar: âNo, pibe, cómo te vas a ir. Te vamos a aumentar el sueldo, a mejorar la categorÃaâ. Qué sé yo, ganaba quince pesos, pasaba a ganar treinta o cuarenta [...]. Era el último orejón, pero fui aprendiendo y haciéndome. Y ahà me dejé estar, fui mejorando de categorÃa, ya habÃa que firmar contratos por tres años, cada vuelta, y yo mientras, iba ascendiendo como suboficial oficinista.
El extraño caso del Dr. Jekill y Mr. Hyde. Tres años después, con un sueldo que le permite alquilar una pieza, vuelve a nacer. Para entonces, la dictadura de Franco ya está instalada y muchos españoles marchan al exilio; varios llegan a Córdoba y junto a un grupo destacado de intelectuales y polÃticos locales organizan actos de denuncias. No son pocos los exiliados que se alojan en la casa de Deodoro Roca, referente intelectual con gran protagonismo en el Comité de Ayuda a la España Republicana.
Amadeo Sabattini gobierna la provincia y desarrolla una gestión de mucho interés en lo que refiere a los derechos ciudadanos. También hay que destacar que Manuel de Falla se instala en Alta Gracia; la presencia del músico motiva a que se radiquen más intelectuales exiliados, entre otros Rafael Alberti. Ãste vive largos perÃodos en forma semiclandestina porque tanto él y varios autores de la época se manifiestan como algo más que republicanos; algunos son decididamente militantes comunistas. Existe, además, una larga lista de escritores argentinos que manifiestan su solidaridad con la República española; el que más se destaca es Raúl González Tuñón, quien subtitula su libro La Rosa Blindada (1936) como âHomenaje a la Insurrección de Asturias y otros poemas revolucionariosâ.
El joven Fidalgo hace nuevas amistades. Entre ellas hay una que será decisiva en su formación: Guillermo Daza, estudiante de Derecho y colaborador de Arturo Orgaz ?un destacado socialista muy ligado a Alfredo Palacios. Junto a sus nuevos amigos, pasa a integrar equipos de protestas creativas (una variante local inspirada en las corrientes alemanas de la literatura de agitación y propaganda).
Daza impulsa la creación de una cooperativa de publicaciones dedicada a apuntes universitarios. Claro está que, por encima de esa actividad editorial, existe un plan polÃtico que intenta romper el monopolio de apuntes detentado por aparatos económicos cuyo fin es exclusivamente lucrativo. Fidalgo es decisivo en esta tarea ya que él es un dactilógrafo rápido, conoce taquigrafÃa y está lo suficientemente veloz para las tareas administrativas.
Los dos hacen los apuntes para la cátedra de MicrobiologÃa de Medicina, otros para asignaturas de IngenierÃa y uno de Introducción al Derecho (el profesor es nada menos que Arturo Orgaz). Para esto, los jóvenes tienen que asistir a clases. Este ejercicio le permite decidir a Fidalgo su futura profesión. Se anota en la carrera de Derecho y, aunque él no lo sabe, su vida está a punto de dividirse en dos.
Cuando estaba en cuarto año habÃa conflictos en la universidad y yo estaba en el filo de la navaja. Era como el hombre y la bestia: hasta media tarde en el hospital -y a veces en la guardia y todo lo demás- y luego iba para mi refugio, me cambiaba y al zafarrancho de la lucha estudiantil.
Ese caldo de cultivo, además, incluye reuniones en una librerÃa del Pasaje Muñoz , allà se organizan presentaciones de Nicolás Guillén, León Felipe, el mismo Alberti y otros escritores que definen un corte tajante en la sociedad cordobesa: o se está a favor de la República, o en contra de ella.
En agosto de 1944, la liberación de ParÃs produce manifestaciones callejeras por el centro de Córdoba. En ese momento, Fidalgo deja salir la bestia de libertad que lleva adentro y, junto a un grupo juvenil, arranca la bandera franquista del consulado español de la calle 9 de Julio.
Yo no habÃa ocultado mi interés por conocer otras propuestas de carácter polÃtico y económico. Lo que venÃa del campo socialista a mà me interesaba. Yo buscaba material, leÃa, estaba más o menos al tanto, pero nunca me torearon de frente, cosa que es muy propia de los Servicios [de Inteligencia] o de esos aparatos [represivos]; esa actitud forma parte de su modus operandi.
El interés de Fidalgo va más allá de las propuestas polÃticas y económicas. Ãl ya manifiesta interés por la literatura. No tiene posibilidades de hacer estudios metódicos pero sà una pasión que lo convierte en autodidacta. El precio que paga es muy alto porque esa exaltación implica un esfuerzo y un tiempo superior al que demanda una carrera en la academia, esa máquina que concede legitimidad y autoridad a los saberes y que también dictamina cuáles son literariamente correctos.
La literatura, el arte en general, para Fidalgo es un acto de amor y no una obligación para dar cuentas en un examen. Ese postulado lo comparte con sus amigos escritores: Jorge Vocos Lescano, Godofredo Lazcano Colodrero (h), Julio Galer, Carlos E. Fantini, Félix Gabriel Flores, Cristóbal de Guevara y también lo comparte con una joven que milita en la juventud del Partido Comunista: Nélida del Carmen Pizarro.
La maldita costumbre de escribir versos. Un diario reseña la aparición de Serenata (Córdoba, 1943), libro de poemas de un autor que utiliza como seudónimo Nardes Dofigal, un anagrama de su propio nombre.
El autor de este libro no es uno de esos cantores que se encierran en un cuarto oscuro para elaborar sus versos. Forjados a plena luz, tienen la buena intención de agradar, aunque su dejo amargo se advierte apenas uno asoma la curiosidad en los primeros cánticos de su sinfonÃa, para pasar después a las penas de amor. Escuchémoslo cuando dice: âNo me quejo de nada ni de nadie;/ sólo pido al final de cada dÃa,/ para poder sobrellevarlo todo,/ un poco de poesÃa.â
El libro está dividido en tres partes: âSinfonÃaâ, âPenas de amorâ y âRomanceroâ. Son poemas de iniciación, pero no son poemas malos; nunca Fidalgo escribió poemas malos. En el âFalso prólogoâ dos rasgos se perfilan como una constante de su escritura: el humor y la decisión de ubicarse en un lugar modesto dentro del campo literario:
Sin duda alguna, es tarea gratÃsima la de prologar el primer libro de versos de un âaprendiz de poetaâ. Y denomino asà a Dofigal, porque él mismo me ha manifestado en repetidas ocasiones: â¿Cómo voy a permitir que me llamen poeta, si ese es el tÃtulo con que se designa a Arturo Capdevila, a Pablo Neruda, a Leopoldo Lugones, a GarcÃa Lorca y a tantos maestros?â.
Cierta vez, al preguntarle qué caracterizaba al poeta, me contestó:
âCon muy ligeros matices/se encuentra en todo poeta,/a un dueño del espacio,/a un músico de ideas./Ãl es quién ve en las cosas más comunes,/en todo esto que a diario nos rodea,/lo que pueden ver todos, y además.../su parte de bellezaâ.
Y luego aclaró que llamaba a los poetas âMúsicos de Ideasâ, porque sienten la necesidad de emitirlas con cierto sonido que es la rima y con cierto compás que integran la métrica, el ritmo, la cadencia. Por eso opina también que, en todo poeta, duerme un músico en potencia y viceversa. La historia de ambas ramas del arte, confirman ampliamente su aseveración.
Con las lÃneas que anteceden, se justifica el nombre del libro: breve, emotivo, melodioso, como la inmortal Serenata de Schubert y como ella, producto de la vida bohemia de un joven artista que sufre siempre al final de cada poesÃa, la terrible amargura de comprobar el abismo que media entre la emoción sentida y la forma en que pudo expresarla. Asà se explica que, desalentado al leer poetas que salvaron esa dificultad, haya querido quemar su producción como Gogol deslumbrado ante la obra Puchkin. Bastante trabajo me costó lograr que no lo hiciera, siendo su última palabra âque espera los latigazos de la crÃtica para ver si pierde definitivamente la maldita costumbre de escribir versosâ.
De cualquier forma, pido para él un poco de benevolencia, porque si bien no está a la altura de los maestros sobrepasa con sus primeros ensayos a otros âaprendicesâ.
Quizás la variedad de temas, de metros y de rimas utilizadas atente contra la homogeneidad del libro, pero ello se debe a que Dofigal no se ha embanderado todavÃa en ningún âismoâ. (¡Y ojalá no se embandere nunca!)
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Lector: Me imagino la pregunta que te formulas: âMuy bien, pero... ¿Quién es el señor éste que nos presenta a Dofigal y que parece estar tan al tanto de su obra?â
¡Quién habrÃa de ser, sino el propio autor!
Los amigos que deseaban escribir el prólogo son también legÃtimos desconocidos y, además, corrÃa el riesgo de que me presentaran mal, porque (¡oh Sócrates eterno!) nadie me conoce tan bien como yo mismo.
Como muchos escritores, Fidalgo reniega su primer libro. No figura en la lista de publicaciones que generalmente aparecen en contratapas o solapas de sus libros. Además, no lo conocen la mayorÃa de los comentaristas o crÃticos que analizan su obra. Resulta curioso que no se conozca la bibliografÃa completa de este autor, cuando él se ocupó (en varias oportunidades) de registrar la totalidad de los libros de literatura de Jujuy.
Por lo demás, no es necesario que espere los latigazos de la crÃtica: él sabe que tiene un don y un látigo, y ese látigo ?como escribió Truman Capote? es para flagelarse. Esa decisión lo convierte en un escritor lúcido y un intelectual sólido. No se cree merecedor de una ubicación similar a las de grandes escritores y sabe que su deber es criticar y, a la vez, criticarse. Prefiere ser escéptico y no integrar ningún coro de adulones. Elige la irreverencia antes que sumarse a las filas de los complacientes (que casi siempre son autocomplacientes). Su obra ?desde Serenata a Escritos casi póstumos? es uno de los grandes momentos de la literatura jujeña; aunque él jamás lo acepte.
El sur también existe. A fines de 1947, la orden de traslado para el sargento oficinista Fidalgo lo lleva a trabajar en Trelew. Al año siguiente, solicita unos dÃas de licencia y se casa, en Córdoba, con Nélida (quien por entonces era menor de edad y, gracias a los oficios de un amigo que trabajaba en el Registro Civil, se agrega un par de años). Ambos conviven en el sur. El todavÃa estudiante aprovecha aquella estadÃa para rendir, como alumno libre, las materias que le faltan para obtener el tÃtulolo.
A pesar de la distancia, la costumbre de escribir versos no deja de florecer. Un diario cordobés publica una noticia en la que el poeta ya firma con su verdadero nombre:
Hoy es la fiesta de los Juegos Florales
Ha de tener proyecciones realmente interesantes y extraordinarias la fiesta que esta noche se llevará a cabo en el Teatro Rivera Indarte, con motivo de la entrega de premios de los Juegos Florales, organizados por la Asociación de Lucha contra la Parálisis Infantil y auspiciados por la Comisión Provincial de Cultura.
Comenzará a las 21.30, siendo numerosas las localidades que han sido retiradas, por lo que puede adelantarse que el éxito está plenamente asegurado. En esa oportunidad ha de ser coronada la reina de la fiesta y entregados los premios a los poetas y escritores [â¦] vencedores. Como hemos indicado en otras oportunidades, la fiesta será de etiqueta, pero los caballeros podrán también concurrir con traje oscuro y las damas con vestido de reunión, sin sombrero.
Ha sido designada la Reina
El poeta laureado, señor Andrés Fidalgo, ha dirigido una nota al presidente de la Comisión Provincial de Cultura, haciéndole saber que en razón de haber sido trasladado a la ciudad de Trelew, no podrá concurrir a la fiesta de los Juegos Florales y que designa reina de los mismos a la señorita Silvia Parera.
En la misma nota expresa que desea ser representado en el acto de entrega del premio, por el señor EfraÃn U. Bischoff, secretario de la Comisión Provincial de Cultura de Córdoba.
En 1949, nace la primera de las dos hijas del matrimonio. La vida no es fácil para ellos. Durante sus primeros dÃas de vida, Alcira duerme en un cajón de la cómoda. Pero no hay quejas por parte de los progenitores. Es más, el padre escribe una canción de cuna en la que un hecho cotidiano (amamantar) coexiste con lo prodigioso.
Nana de la teta/lozana y repleta/Esta negra chiquita/llorona y fea,/tiene una sola amiga/que la desvela/En cuanto abre los ojos/clama por ella./¡Qué alegrÃa al besarla,/qué amiga buena!/El licor que le brinda,/harta la deja,/borrachita y sonriendo,/ya no es tan fea./Nana de la teta/lozana y repleta.
Con el tÃtulo de abogado bajo el brazo, en 1950, el jefe de familia hace los trámites para retirarse del ejército pero la respuesta ?un modo indirecto de sanción? fue el traslado a Jujuy.
Un âineptoâ en el âparaÃsoâ. No bien llega, Fidalgo se siente cómodo. âAcá, nos quedamos, esto es el paraÃsoâ, le dice a su mujer. Ãl está destinado en el Distrito Militar Jujuy (ahà se hace amigo de Vicente Cosentini, un soldado que estudia Ciencias Económicas). Su desempeño en el ejército no tiene objeciones. Conoce el manejo de claves por medio de la criptografÃa. Todas sus calificaciones son excelentes (recordemos que las competencias exigidas para su cargo exigÃan sólo tener estudios primarios). Pero ya está harto. Quiere nacer como abogado.
Una de las primeras acciones que realiza es buscar, en la guÃa de teléfonos, algún nombre conocido de su época de estudiante. La búsqueda es efectiva porque reconoce el nombre de Esteban Rey ?el popular âLocoâ?, éste ya estaba en quinto año cuando Fidalgo empezaba la carrera. Los dos habÃan vivido en el barrio Alberdi, asà que el todavÃa suboficial decide visitarlo.
?Che, âLocoâ, qué posibilidad hay de que yo trabaje...
?Ya, petiso, mañana si querés estás acá.
Rey trabaja con Hugo Genaro Brizuela, âVinchucaâ (los apodos están a la orden del dÃa), en un estudio ubicado en la calle Lamadrid. Tienen mucho trabajo, en especial casos referidos al derecho laboral, pero ambos quieren dedicarse a actividades polÃticas por lo que el ingreso de Fidalgo es bienvenido.
Los abogados ya instalados militan en el socialismo y planifican crear la filial del partido en la provincia. Rey es dirigente de mucho peso y uno de los iniciadores del trotskismo en el paÃs; es más: él mantiene una constante comunicación epistolar con su lÃder, quien ?en no pocas veces? intenta tenerlo como colaborador directo en su exilio de México. Por su parte, Brizuela tiene familiares ligados al peronismo y pronto pasará a engrosar las filas de este partido.
Fidalgo no se termina de acomodar y le llega el traslado (motivado por sus nuevas relaciones laborales que, sin duda, sus superiores identificaban con el enemigo interno) a Concordia, Entre RÃos. Está en aquella provincia casi un año y nuevamente es trasladado a Buenos Aires.
El novel abogado insiste con el pedido de retiro hasta que, en 1953, un tribunal militar de calificaciones decide que es âinepto para las funciones del gradoâ. Años después, conocerá las verdaderas causas de la incompetencia: âsustentar ideas disolventes, vinculaciones con el medio civil y oposición al régimen gobernanteâ.
Finalmente, me dieron la baja y volvà de inmediato aquà a conseguir vivienda, a ubicarme. Y ya vino Nélida con las dos pibas, en ese interÃn habÃa nacido Estela en Jujuy. VivÃamos al fondo de Ciudad de Nieva, a la par de un tambo. Aquà habÃa muy poco, casi nada de edificación. Entonces recién se empezaban a edificar casitas muy modestas, casi no habÃa tráfico porque las subidas eran muy malas, la subida de la calle Independencia era prácticamente piedra bola... Cada vez que llovÃa en verano se hacÃan zanjones o canaletas por donde corrÃa el agua y los taxis no subÃan o no querÃan subir. Nosotros vivimos un tiempo ahà en el fondo, sin luz ni agua corriente.
Ya instalado, casi definitivamente, en su âparaÃsoâ, Fidalgo llega al estudio jurÃdico y, unos dÃas después, vuelven Rey y Brizuela. Los dos habÃan estado detenidos (junto a otro abogado de la Democracia Cristiana, Manuel Colina, y dos trabajadores de apellidos Hidalgo y Rearte que trabajaban en la empresa Ledesma) por su participación ?como asesores y motores polÃticos? en una huelga azucarera. El 29 marzo de 1954, el gobernador Jorge Villafañe encabeza un acto en el parque San MartÃn. Desde ese dÃa, frente al Hogar Escuela y sobre la avenida Juan Perón (actual España), una escultura de Eva Perón esperará la ira desatada de sus enemigos.
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