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Agrotóxicos y producción hortícola

Mario César Bonillo
La producción hortícola moderna ha ganado en los últimos años importantes crecimientos en cuanto a la tecnología aplicada, cantidad producida por hectárea y rentabilidad. Pero ha crecido a su vez en la cantidad de problemas fitosanitarios (plagas y enfermedades de las plantas) y ligado a ello en la cantidad y frecuencia del uso de agrotóxicos (plaguicidas, pesticidas, agroquímicos, fitosanitarios).
Si bien lo común en la actualidad es referirse a cultivos extensivos (grandes superficies de cultivo) como la soja, donde se pueden encontrar numerosos trabajos denunciando problemáticas asociadas a la contaminación por glifosato y el uso de soja genéticamente modificada (transgénica), se observan a su vez, pocos trabajos sobre la realidad hortícola, cuando debería ser al revés. Para graficar ello, cuando en una hectárea de soja se aplican 4 litros de 1 plaguicida en las hortalizas se aplican 10 veces más y de por lo menos 10 plaguicidas distintos. ¿Por que debería considerarse con más dedicación esta problemática?
Primero, simplemente, por que lo cotidiano en la mesa de los argentinos son los productos hortícolas. En segundo lugar se consumen mayoritariamente frescas. Y tercero, por ser productos rápidamente precederos en su mayoría, lo que hace que se comercialicen en mercados frágiles, generando como consecuencia que los productores, muchas veces no “puedan” respetar el tiempo que debe transcurrir después de una “fumigación con plaguicidas” para cosechar los mismos, enviando el producto antes de tiempo y con altas cantidades de residuos al mercado. Cuarto, en muchos cultivos hortícolas la selección de nuevas variedades (en busca de homogeneidad y producción) ha generado mayor número de plagas y enfermedades y con ello un mayor uso de plaguicidas.
Actualmente en un cultivo de tomate se habla de más de 20 problemas fitosanitarios para los cuales se realizan aplicaciones de agrotóxicos con frecuencias de hasta 3 días, siendo normalmente las aplicaciones semanales de “cócteles” preventivos; utilizándose en estos casos hasta tres productos diferentes. Esto hace que el riesgo para los trabajadores en contraer patologías crónicas asociadas a los plaguicidas, aumente enormemente, siendo además una importante fuente de contaminación de suelos y aguas. A sus vez las hortalizas producidas bajo estos sistemas, son fuente de contaminación para los consumidores, aumentando mucho más el riesgo de acumulación y acción en aquellas personas vegetarianas. Cuando en realidad se debería promocionar el aumento de la cantidad de hortalizas y frutas consumidas a aproximadamente 500 gramos diarios/persona adulta promedio, con el objeto de minimizar y prevenir con ello el desarrollo de diferentes tipos de cáncer y enfermedades cardiovasculares. Pero, nos tenemos que ver en una encrucijada. Puesto que el muy buen efecto de los compuestos “nutracéuticos” de las frutas y hortalizas se pueden ver totalmente oscurecidos por los residuos cancerígenos que los mismos productos hortícolas traen.
Lo que sucede es que el manejo de estos tóxicos se realiza sin mayor control y asignación de responsabilidades para el tipo de intoxicación crónica. Sólo se encuentran desarrollados sistemas de control para la comercialización. Entender la problemática de ingesta o adquisición de los tóxicos a bajas dosis, en forma crónica, y el desarrollo de patologías a largo plazo requiere de un control profesional de los mismos, lo que de alguna manera es un costo que todavía el mercado no quiere asumir.

A qué tipo de toxicidad es la hacemos referencia
La diversidad de sustancias implicadas hace que esta problemática sea muy complicada de abordar completamente pero para graficar lo que hablamos citaremos algunos pocos trabajos en el presente articulo. En 1990, la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer reportaba ya, evidencia suficiente del efecto cancerígeno de 18 pesticidas y evidencia limitada de otros 16 adicionales, basados en estudios en animales (Pimentel et al. 1995). También una preocupación cada vez mayor, por los problemas crónicos asociados a los pesticidas organofosforados, sucesores de los órganoclorados, muy utilizados en la actualidad. Por ejemplo la enfermedad OPIDP (Poli Neuropatía inducida por Fosforados) está bien documentada y se sabe que sus secuelas neurológicas son irreversibles. Otros efectos mencionados son alteraciones en la memoria y en el estado anímico. Efectos neurotóxicos persistentes que pueden aparecer aún mucho tiempo después de haber superado el individuo un cuadro severo de intoxicación aguda (Pimentel et al. 1995).
Nicolás Olea, médico toxicólogo e investigador español, en su trabajo “Más Plaguicidas en Almería”, resume adecuadamente los problemas de disrupción endocrina provocada por la incorporación al organismo de bajas concentraciones durante un tiempo prolongado de ciertos plaguicidas. Se agrava esta problemática cuando dicha exposición se produce en etapas fisiológicas o de desarrollo que de por sí son criticas, como la gestación, las etapas tempranas de la niñez y la adolescencia, lo que a largo plazo está asociado al desarrollo de algunos tipos de cáncer, problemas inmunológicos, alteración en el sistema de defensa del organismo y la mayor predisposición a enfermedades infecciosas. También se asocian a alergias, desarrollo psicomotriz (atraso en la capacidad psicológica y motora) y de fertilidad (aumento de espermatozoides anormales).
El riesgo de muerte por cáncer en la población agrícola es superior a la población general, especialmente en algunas localizaciones tumorales como cerebro, pulmón, ovario, próstata, sarcomas de partes blandas y algunos tipos específicos de leucemia.
En estudios recientes realizados en España, se detectó la presencia de endosulfán, insecticida de uso actual (citado como disruptor endocrino) en placenta, cordón umbilical y leche materna de mujeres del sur oeste de dicho país, (Cerrillo et al. 2005).

¿Cómo abordar este problema?
Muchos productos agrotóxicos se liberaron al mercado en momentos en que no se contaban con técnicas para medir impactos a largo plazo de bajas concentraciones de dichos plaguicidas. Aunque las técnicas actuales no son garantía absoluta, permitirían cuestionar muchos productos peligrosos y dejar en el mercado aquellos que, en principio, serian menos agresivos. También existen limitaciones para controlar los productos hortícolas comercializados, puesto que el costo de análisis es entradamente alto, limitando ello la posibilidad de controlar cada embarque. Otro factor importante es el relacionado a los equipos con que el sistema argentino de contralor cuenta. Siendo de menor capacidad de detección los laboratorios argentinos con respecto a los de la Comunidad Europea o Japón.
Para el cultivo en sí existen propuestas de manejo de problemas sanitarios en forma integral, y con ello reducir el uso de estos agrotóxicos, pero la realidad es que para aplicarlas, implican el desarrollo a nivel local y de finca, de sistemas de monitoreo costosos en equipamiento, acompañamiento técnico y capacitación. Costos que el sistema actualmente no puede pagar sin sacrificar tipologías de productores de menores recursos, como los hoy tan mencionados agricultores familiares o pequeños productores.
Por lo tanto, abordar este problema significa profundizar el análisis del mismo y la acción conjunta tanto de productores, instituciones técnicas y de contralor, comercializadores y consumidores. Estos últimos sobre todo en mayor relevancia ya que, a pesar de ser siempre nombrados al final de la cadena, son quienes tiran primero de la misma y dicen hacia donde irán los sistemas de producción hortícolas en el futuro.






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