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Entrevista a Raquel Gil Montero

Población y familia en la Puna

Ariadna Tabera

      Raquel Gil Montero habla en esta entrevista sobre los ejes de su trabajo Caravaneros y trashumantes en los Andes meridionales. Población y familia indígenas en la Puna de Jujuy (1770-1870), actualmente agotado. Contrariamente a la mayoría de las entrevistas que publicamos, ésta se realizó vía internet, y si bien el registro escrito no ha permitido la frescura del contacto directo, debido al propio estilo de la entrevistada disfrutamos de algunas de las particularidades de la lengua hablada.

-¿Cuál es el interés histórico del estudio sobre la población y la familia indígenas en la Puna en el periodo que elegiste?
-Mis preguntas iniciales estuvieron relacionadas a la transición de la colonia a la independencia. Quería analizar lo que pensaba que podía haber sido el impacto de la llegada de un gobierno que desconoció a los indígenas como grupo y los igualó (en teoría) a los demás ciudadanos. En contraste, durante el periodo colonial los indígenas habían gozado (para bien o para mal) de una legislación que los contemplaba como un colectivo diferenciado, con derechos y deberes especiales. Eso desaparece en la república. Quería analizar lo que pensaba que era una diferencia entre la teórica igualdad republicana ante la ley y la realidad marcada más vale por las diferencias étnicas. La familia me pareció un mirador extraordinario para observar estos procesos. A medida que avanzaba en la investigación me di cuenta de que el siglo XIX había sido clave en el proceso de empobrecimiento de la Puna y entonces encaré otras líneas de investigación. Sintéticamente, hacia fines del siglo XVIII más de un 60% de la población de la actual provincia de Jujuy vivía en la Puna y de allí provenía una porción importante de los ingresos fiscales: los tributos. Hoy, menos de un 6% de la población de Jujuy vive allí, y lejos de aportar en forma significativa como en el pasado a las arcas del Estado, la Puna percibe muchos subsidios porque su población está muy empobrecida. ¿Qué pasó en el medio? ¿Cuándo se dio el principal cambio en esta tendencia? Esas fueron mis principales preguntas. Las respuestas son muchas y sigo todavía intentando entender algunos procesos y evaluando el peso de cada uno de los factores que participaron en su historia. Pero el periodo en el que comienza este proceso es claramente el siglo XIX. Allí cambia la tendencia secular de crecimiento de la población y también la relación de masculinidad, es decir la cantidad de hombres cada 100 mujeres, que es un indicador fundamental para pensar la emigración. El momento más importante, probablemente, fue el de las guerras de independencia (1810-1825) porque allí se nota un impacto fuerte en los totales de población y porque decididamente se invierte la relación de masculinidad: antes siempre había habido más hombres que mujeres; después nunca, salvo eventuales momentos en los que la minería atrajo hombres a algunas localidades en particular (por ejemplo, Mina Pirquita), pero ya estamos hablando del siglo XX. En las guerras la Puna fue campo de batalla, se saqueó a sus habitantes quitándoles principalmente el ganado, pero también se utilizaron los escasos pastos y aguadas hasta agotarlos. Muchos emigraron en forma temporal o para siempre, otros muchos fueron reclutados en las milicias y otros murieron en las guerras. Pero lo principal es que durante quince años la Puna fue el espacio de saqueo de los dos ejércitos. Era parte de las estrategias de lucha: entrar en territorio enemigo, buscar ganado, arrasar los campos y volverse a acantonar en los lugares que estaban más a salvo. Como la Puna era frontera, los saqueos provenían de los dos grupos. Pero además los indígenas eran vistos con mucha desconfianza como milicianos, y con mucho desprecio por algunos militares. Posteriormente hubo otra guerra, en 1836/39, contra la Confederación Peru-boliviana, con características similares en el sentido estratégico. Aquí fue peor porque se los acusó directamente a los puneños de traidores, de querer pasarse a Bolivia, lo cual era relativamente lógico si pensamos que en aquel país sí se les reconocieron algunos derechos a los indígenas con relación a la tierra. Después de esta última guerra el gobierno provincial comenzó a cobrar una capitación indigenal únicamente a los habitantes de la Puna (abolida en 1852). Se fueron sumando a este una serie de impuestos que gravaban la producción de la población local. Se ignoró todo derecho anterior a la tierra a los pocos indígenas que lo tenían (los casabindos y cochinocas) y la enorme mayoría de ellos se convirtió en arrendatario. En 1861 hubo una terrible sequía que asoló la región, cuya principal consecuencia fue que murió mucho ganado. Al poco tiempo y quizás por la carestía generada por esta sequía, hubo una serie de epidemias que diezmaron a la población. Inmediatamente después el Estado jujeño comenzó a cobrar un nuevo impuesto, a los multiplicos de ganado, en 1863, y se organizó el cobro del impuesto territorial, que los propietarios pasaron a los arriendos aumentándolos. Los reclamos de los puneños fueron creciendo, ya que la situación se estaba convirtiendo en insostenible. El momento más álgido de los enfrentamientos fue la batalla de Quera, que ha sido muy estudiada por diferentes investigadores. Esta batalla debió tener consecuencias demográficas muy significativas ya que murió una enorme cantidad de hombres jóvenes en una sola jornada, en una cifra casi equivalente a los muertos de un departamento de la Puna en un año de crisis. Pero la década de 1870 fue además el inicio de un largo periodo de sequía (1874-1894). Una nueva epidemia (todavía más grave que la anterior, esta vez de difteria) asoló la región entre 1882 y 1886. El Estado provincial sólo atinó a convertir a la Puna en un gigantesco lazareto y la gente murió sin ninguna atención. Así finaliza este terrible siglo. Me dediqué entonces a estos hechos por considerarlos centrales para entender la situación actual de la Puna. Si bien mi eje se trasladó un poco a la población, la familia continuó en el centro de los análisis porque es allí donde se define una parte importante de las “estrategias de supervivencia” y donde impactan los cambios.

-¿A partir de qué material realizaste la investigación y cuánto tiempo te llevó?
-La verdad, me llevó mucho tiempo escribir este libro. Cinco años dedicados a mi tesis doctoral, dos años destinados a convertir la tesis en libro y luego unos meses más corrigiendo los originales una vez que el Instituto de Estudios Peruanos lo evaluó y aceptó para publicar. Las fuentes principales fueron los registros parroquiales (libros de bautismos, defunciones y matrimonios), todos los censos, padrones de tributarios, visitas y revisitas tanto de tributarios como eclesiásticas, juicios criminales, correspondencia oficial y eclesiástica, relatos de viajeros, estadísticas oficiales y escritos de la época, crónicas tempranas, relatos etnográficos y lo que llamo trabajo de campo, que es básicamente conocer lo mejor posible la geografía del periodo de estudio. Trabajé en el Archivo General de la Nación (Buenos Aires), en los archivos de los obispados de Córdoba y de Jujuy, en los archivos históricos de Jujuy, Salta y Tucumán, en el Archivo Judicial de Jujuy. En este proceso fue muy importante el diálogo con otros investigadores. Yo había sido alumna en Jujuy de muchos de mis colegas de la Unidad de Investigación en Historia Regional, con quienes continué dialogando y quienes me ayudaron mucho sobre todo en la reconstrucción del contexto local y regional. También fue muy importante en la escritura del trabajo el intercambio con diferentes colegas en los congresos, y los varios cursos de posgrado que hice con especialistas en Los Andes. La guía de mi director en las lecturas y en la forma de abordar los documentos fue indispensable, así como la orientación temprana que tuve de dos profesoras de Córdoba, quienes me plantearon preguntas, me ayudaron en la redacción y me orientaron con las fuentes. Como muchas veces se dice y con razón, la investigación es en gran medida una obra colectiva y se fue haciendo con todos estos aportes.

-¿Cuáles serían las similitudes y diferencias de la vida en la Puna entre el periodo que tomaste para la investigación y el presente?
-Aunque hay cosas que podrían parecer muy semejantes en la actualidad, sobre todo si uno se interna un poco en los poblados más aislados de la Puna, en realidad lo que más encuentro son diferencias. Lo principal es la geografía. En el pasado las aguadas situadas al pie de las sierras marcaban los caminos y la localización de los poblados. Ahora el camino y las vías del tren atraviesan la planicie central, antes casi desocupada. Las ciudades de hoy eran inexistentes en el periodo que estudio. El poder reorganizador del ferrocarril en el siglo XX temprano y de las ciudades como La Quiaca y Abra Pampa son entonces una marca diferenciadora del presente. La población estaba muy dispersa en el pasado y en las cabeceras de los curatos vivían unos pocos residentes permanentes. El campo, en cambio, era la residencia principal de casi toda la población. La movilidad en el pasado estaba vinculada fuertemente al abastecimiento de productos que no se podían conseguir localmente, y que en cambio sí abundaban en los valles de Tarija y de Sud Chichas. Me refiero sobre todo al maíz, el ají, la coca. El tránsito hacia la actual Bolivia era constante y el medio de transporte de los productos eran las llamas o las mulas. El idioma era otra diferencia. Todavía en el siglo XVIII tardío la gran mayoría de los juicios se realizaban con intérpretes porque mucha gente hablaba quechua, la lingua franca colonial. Las quejas de las autoridades, sobre todo de las eclesiásticas, hacen pensar en una población más independiente y con más capacidad de decisión, aun en la situación de dominación colonial. El Estado tiene hoy una presencia incuestionable en cada rincón, ya sea a través de la escuela, de los gendarmes, de los subsidios. En el pasado, en cambio, la permanencia de las autoridades era relativa porque se la consideraba una región muy dura por lo extremo de su clima y por el aislamiento.
Algunas características del manejo del ganado, en cambio, parecen haber tenido continuidad en el tiempo, sobre todo la trashumancia. Lo mismo ocurre con algunos patrones de residencia, como la existencia de casas y puestos de pastoreo.

-¿En qué aspectos de la vida de los pobladores de la Puna hubo modificaciones palpables a partir de la organización colonial?
-La sociedad colonial se metió en todos los aspectos de la vida de los pobladores de la Puna. Comenzando por la introducción de ganado que no existía, que con el tiempo fue apropiado por los mismos puneños (ovejas, vacas, burros). Aparentemente hubo un cambio en la economía en este sentido: en el pasado prehispanico la agricultura parece haber sido mas importante. Debido al descalabro de la conquista, a la dramática disminución de la población y a los intereses españoles, la Puna se convirtió principalmente en productora de ganado y en espacio minero. La distribución en el espacio de la población también cambió con la reorganización que hicieron los hacendados de la población indígena para que les sirviera. La economía se orientó en gran medida a los mercados coloniales, ya que los indígenas no vivían aislados sino por el contrario, profundamente integrados a diferentes circuitos comerciales ya sea en forma obligada o voluntaria. La iglesia en particular quiso meterse también en lo más privado de la vida de los seres humanos: en sus creencias y en la conformación de la familia. Se impusieron rituales cristianos de matrimonio, se obligó a la formación cristiana de los pobladores, se intentó modificar su moral, desmantelar su universo de creencias, etc. Mi impresión es que muchas cosas lograron imponerse en parte porque coincidían o podían tener una relectura desde la propia cultura. Pero siempre sufriendo modificaciones.

-La distribución sexual del trabajo es uno de los temas que me resultó más fascinante de tu libro ¿ con qué tiene que ver en esta zona y qué consecuencias produjo a tu entender?
-Esta es una pregunta muy interesante y seguramente polémica. No sé si lo que encontré es la real distribución sexual del trabajo, porque todos los documentos que analicé fueron producidos por los españoles o por los criollos. Sin embargo, hay algunos juicios que muestran lo que en forma algo esquemática te describo. La trashumancia y la frecuente movilidad les exigía a todos los miembros de una unidad doméstica desarrollar determinadas actividades, como cocinar, buscar leña, buscar los animales, llevarlos a las aguadas, etc. No encontré una división sexual marcada del trabajo, aunque sí lo que describí como una responsabilidad diferente de algunas actividades específicas. Por ejemplo, la organización de los viajes de intercambio. Aunque hombres y mujeres podían ir en los viajes, la decisión de cuándo salir, dónde ir, qué llevar parece haber recaído en los hombres. Hombres y mujeres eran dueños de ganado y lo cuidaban, aunque con más frecuencia se encuentran mujeres a cargo del ganado menor (ovejas) y hombres a cargo de las llamas. Las mujeres participaban también en las tareas de minería, aunque ninguna de ellas se declaró minera en los censos. El hilado era mayormente femenino, pero también había hombres dedicados a esa actividad. Muchos de los tejedores eran hombres, prácticamente la mayoría. Los niños se dedicaban principalmente a buscar leña y pastorear, aunque hay algunos hilanderos también y con mucha frecuencia acompañaban a los padres en los viajes o en las demás actividades. Esto no quiere decir que todos eran iguales y que hacían todo, sino que con mucha frecuencia la distribución de las tareas era flexible porque dependía de la composición de la unidad doméstica y del momento (porque a veces una parte de sus miembros se iba de viaje y las tareas se repartían entre los que quedaban). Pero sí parece haber habido una suerte de responsabilidad diferente en algunas tareas y en la toma de decisiones.

-¿Hay algún aspecto en el que encontraste una fuerte división del trabajo?
-En el único rubro que encuentro una marcada división de tareas es en las actividades relacionadas con el “español” (en la colonia se llamaba español tanto a los oriundos de la metrópoli, como a sus descendientes aunque hubieran nacido en América). La arriería, los oficios relacionados con la iglesia (sacristanes, cantores), los cargos de las autoridades, todos eran desempeñados por hombres. A las mujeres se les pedía tareas relacionadas a la comida, el cuidado de la ropa y la limpieza, así como otras que se exigían como pago de los arriendos (derretir sebo, tejer medias, etc.). El mundo español no era homogéneo, pero se puede decir, generalizando, que había una mayor división de las tareas por sexo. Eso se refleja en la relación de los dos mundos.

-Otro de los temas que investigaste se relaciona al periodo de las independencias de los países andinos ¿podrías marcar diferencias y similitudes en los cambios que produjo en el espacio que investigás?
-Creo que la principal diferencia que encuentro, si comparo los procesos de independencia de otros países andinos y Argentina, se refiere a la legislación relacionada a los indígenas. Voy a limitarme a Bolivia, en particular a la región que linda con la Puna, es decir Sud Chichas. Hacia fines del siglo XVIII la proporción de indígenas clasificados como “originarios con tierra” de la Puna de Jujuy y de Sud Chichas era semejante: entre un 30 y un 35%. El resto había sido clasificado como “forastero sin tierra”, es decir vivían en tierras ajenas pagando arriendo ya sea a las comunidades de originarios o a los hacendados. Un siglo más tarde, en torno a 1870, todos los indígenas de la Puna eran arrenderos, con escasísimas excepciones, mientras que un 70% de los tributarios de Sud Chichas tenía derechos sobre la tierra. No pasó lo mismo en toda Bolivia, porque la evolución de los originarios y de los forasteros dependió de muchos factores, entre otros del interés de los hacendados por las tierras de comunidad, la cercanía a los centros urbanos o a los caminos principales, etc. Pero lo cierto es que en cierto modo y en algunos espacios los indígenas se vieron favorecidos por la continuidad del tributo y su relación con los derechos sobre la tierra. No es que los gobiernos bolivianos hayan sido pro-indígenas, todo lo contrario. Pero como la población indígena era mayoritaria, llevaba adelante la principal parte de la actividad económica del país. Fueron los soldados en la Guerra del Pacífico, eran los principales contribuyentes del Estado con sus tributos, y además realizaban servicios personales obligatorios (eran postillones, colocaban los postes para telégrafos, mantenían los caminos, etc.), los gobiernos no tuvieron más remedio que considerarlos. En Argentina, en cambio, la población indígena era menos significativa en promedio, y fue ignorada e invisibilizada en las estadísticas y en las políticas. No se los consideró en la planificación ni en las políticas. Las enormes transformaciones económicas de la segunda mitad del siglo XIX ocurrieron lejos de la Puna (en los valles subtropicales) y si bien incluyeron a muchos indígenas como mano de obra, la consigna fue “civilizarlos”, convertirlos en trabajadores e integrarlos a la sociedad “blanca”. Los indígenas de la Puna han sido particularmente más invisibles que otros, porque todavía durante el siglo XIX continuaba el problema de la presencia de indígenas no controlados en el Chaco y la Patagonia. Ese conjunto pasó a ser el de los “indios”. Los demás prácticamente desaparecieron de las fuentes históricas. Recién ahora, y en parte como consecuencia de la reforma constitucional de 1994, se los está considerando como parte de nuestra historia. Integran el conjunto de habitantes más pobres de nuestro país y han sido ignorados no sólo por los políticos sino también por la historia. Han perdido en gran medida su identidad, sus lenguas, sus derechos, sus diferencias internas como naciones, sus religiones, sus sistemas políticos. No creo que la situación de los indígenas en Bolivia haya sido mucho mejor, pero lo cierto es que muchos han podido transitar el periodo republicano sin desaparecer, manteniendo sus idiomas, sus sistemas de autoridades y sus tierras.

Gil Montero abreviada Es historiadora doctorada en la Universidad Nacional de Córdoba, investigadora del CONICET y de las universidades de Tucumán, Jujuy y Buenos Aires. Ha publicado varios artículos, sobre temas de género, familia, tributos y demografía indígena del norte argentino, y compilado varios libros. Actualmente, investiga sobre economía, población y medio ambiente en la Cuenca Alta del Río Bermejo.






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