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Martín Sánchez

Reconstruir la calidad institucional

Martín Sánchez

      En estos tiempos que corren, los niveles de prestación de servicios de todo tipo, y,  en las diferentes formas que el Estado en su conjunto debe acometer, como así también los requerimientos a que se ve sometido por parte de la comunidad, han generado que, con creciente expectativa y en distintos estadios del ámbito público y  privado, comencemos a prestarle atención especial a esta problemática.
      En el sentido preapuntado, desde la experiencia, y con algunos años de transitar el a veces difícil sendero de la función pública, desde una humilde asesoría letrada, hasta elevados niveles de protagonismo, es que pienso con cada vez más convencimiento que la denominada calidad institucional , no va de la mano de una norma ISO 9.000 o de la que fuere aceptada en el mundo como de máximo nivel de prestación para el empresariado privado, sino que, fundamentalmente, tiene que ver con un severo, profundo y honesto planteo de la ética y la moral, que debe regir en general a nuestra vida, pero, y muy especialmente, la de quienes se convierten en dirigentes o sea supuestamente aptos para ponerse al frente de quienes nos rodean, y, sobre todo, de emitir normas e instrucciones que habrán de regir a una comunidad.
      Visto así el problema, es posible entonces trasladarnos en un rápido ejercicio mental, a la vida de la Grecia democrática, donde en el ágora y en la plaza pública, se debía demostrar el cumplimiento de estas virtudes máximas a tener en cuenta por quienes gobernaban.
      Va de suyo acotar que, quienes ameritaban estas condiciones a poseer para  recién considerarse con las debidas condiciones mínimas para erigirse en pretendientes al gobierno, no era precisamente un “órgano de contralor de virtudes”, era justamente el mismo pueblo, que quizás para otras consideraciones no estuviese calificado, pero sí, para evaluar estos requerimientos básicos a integrar en un futuro gobernante.
      Y esto era así por cuanto para el pueblo era inescindible y conformaba un todo, el modo y la forma en que éste llevaba su vida  particular, para de allí, determinar lo que sería este individuo en alguna función de relevancia pública; no estaban tan equivocados en este aspecto, pues esto obligaba a quienes se imaginaban ubicarse en sitios de privilegio a llevar una vida coherente con lo que luego él mismo exigiría a la gente común.
      Cuán importante es esta palabreja llamada coherencia, y curiosamente no es tenida en cuenta, salvo en los momentos como los mencionados, de juzgamiento de una conducta y es allí en donde toma la exacta dimensión de su significado.
      Luego, con el correr de los tiempos, este método de elección digamos a sido “perfeccionado” hasta llegar al que usamos en nuestros días, donde “el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes”, esquema con  el que, obviamente estamos de acuerdo, pero también coincidimos en que debemos elevar los niveles de exigencia de esos representantes, tratando de parecernos a esos antiguos maestros y seguir sus enseñanzas.
      Y es que por aquí pasa el planteo filosófico que no reconoce por cierto antigüedad o modernidad, y, a mi criterio, ésta debe ser la  guía que habrá de tenerse en cuenta para avizorar la posibilidad de un futuro del cual seamos merecedores.
      Todo lo demás son meras articulaciones más o menos profundas, puestas de manifiesto en innumerables escritos, trabajos y consultorías; de llevar adelante la vida en comunidad, para esto, y si hablamos de una reconstrucción de la calidad institucional, obviamente quiere decir que hemos conocido mejores épocas, y, sinceramente creo que así fue. Nuestras últimas actuaciones como seres políticos han sido lamentables, cunde por doquier el oportunismo y el sálvese quien pueda; el egoísmo y la ambición desmedida marcan las pautas morales de esta nueva era, y estas palabras no llevan la intención de apostrofar en contra de alguien en especial, sino de todos en su conjunto.
      Debemos asumirnos con estos defectos y, a partir de ahí, comenzar nuestra recuperación como país y como nación. Pero los responsables máximos somos desde luego quienes estamos inmersos en esa organización que llamamos Estado, allí debemos dar la verdadera batalla y hacia allí deben encaminarse los esfuerzos de toda la sociedad, que es la verdadera destinataria final del comportamiento estatal, como estructura jurídica y administrativa.
      Ha existido una terrible degradación en nuestra sociedad pero, especialmente en sus expectativas respecto de su clase dirigente, estos -nosotros- , por cierto no hemos estado a la altura de las circunstancias, y esto no es mera retórica, ha sido exactamente así.
      Pero lo afirmado no sirve como una somera explicación de lo acontecido, sino que debe convertirse en una profunda autocrítica, actitud por cierto aun no efectuada por la clase política o más bien dirigencial del país; se debe producir, se debe generar más bien, una  contundente demostración por parte de la dirigencia de un gesto de humildad, un sinceramiento por el pasado aunque no nos involucre totalmente, y un compromiso para el presente y el futuro, esto aun falta en el país.
      Moralmente, de nada valen los mejores planes sociales que se articulan en beneficio de los más necesitados, lo correcto hubiera sido que la gente no tuviese esos problemas, y esto obviamente tiene una larga historia, no es de ahora claro, de poco vale acudir en pos de quienes claman por ayuda, si con determinadas medidas es el mismo Estado quien ha causado el mal que luego pretende aliviar.
Por eso reitero, que, desde una óptica ética  y moral, las cosas hay que hacerlas antes y bien, y no de forma quizá hasta maquiavélica, (práctica por suerte ya no actuada en nuestros días) cuando se generaba el estado de necesidad, para luego darle la ayuda, y encima, producir así hasta el agradecimiento de quien recibe estos supuestos dones o prebendas.
      Como lo expresado se torna desde luego bastante difícil de cambiar de un día para otro, por lo menos se está comenzando a generar una toma de conciencia, que los tiempos de la irresponsabilidad se han acabado, que quien mal gobierna debe pagar de la forma más dura, y no nos estamos refiriendo a la justicia popular ejercida en Ayo- Ayo y otros sitios de países hermanos, sino a que el mismo pueblo les de la espalda con su voto negativo y el olvido.
      Esta toma de conciencia ha surgido como lógica resultante de años y años de espera inútil, ya lo decía el General Perón que el pueblo hará tronar el escarmiento, y eso, justamente ha hecho, si recordamos tantas asonadas populares a lo largo de nuestra historia cercana; no debe olvidarse que, aun continúa en la misma actitud aunque un poco adormecida, pero esta vigilia es tensa y expectante.
Nuestro país ha sufrido las más terribles dictaduras y presenciado los más horribles crímenes de lesa humanidad, empero, curiosamente, en esas oscuras épocas, era cuando la referida norma de calidad estaba bien implementada, había un Estado -digamos- que funcionaba como una estructura bien aceitada; era una máquina de cumplimiento efectivo, de hacer obras y emprendimientos. Pero a qué costo tremendo de vidas y esperanzas, por ello, nuestra aun joven democracia está obligada a demostrar que podemos ser sumamente efectivos en realizaciones, pero con un Estado solidario, transparente, honesto y participativo.
      En esta búsqueda de la calidad, debemos apelar fundamentalmente a la única vía que nos garantizará el poder seguir siendo libres en el futuro, y es la EDUCACIÓN, dicho esto con mayúsculas.
Nuestra formación deberá ser cada vez más competente y exigente, pero con una absoluta igualdad de oportunidades y garantizando la más amplia posibilidad de participación popular, nada significa que unos pocos sean libres, todos somos merecedores de este don divino.
      No debemos, en estos tiempos que van más rápido que nuestra capacidad de entendimiento, continuar con posturas minúsculas, de encerramiento egoísta y en la pequeña conveniencia personal o inclusive partidaria.
      Se debe dar la cara al debate y frente a la sociedad, explicar las razones de cada actitud, debemos darnos cuenta que el desafío está entre nosotros, se ha instalado y espera a que recojamos el guante; no queda tiempo para demoras especulativas, debemos avanzar, en nuestra provincia, por ejemplo, hacia una reforma constitucional y política que contenga nuestro tiempo y el que vendrá, todo lo demás es una lamentable pérdida de oportunidades.
      En definitiva, la tan preciada calidad debe estar en quienes asumimos un papel de partes interesadas  en algún engranaje político -en los términos de Aristóteles- o  institucional ; ésa es la clave, tender hacia un perfeccionamiento de los cuadros dirigenciales, en el lugar que fuere, apelando sobre todo y desde ya, a la preparación de nuestra juventud, en todos los aspectos que el mundo de hoy exige, pero, dentro de un modelo nacional y popular, respetando nuestra esencia y tradición y generando la formación de un nuevo molde americano en sintonía con nuestros hermanos de esta parte del hemisferio.
      Por último, y habiendo citado a los geniales griegos, no puedo menos que recordar que aquí, donde estamos, en una provincia eminentemente aborigen, siempre debemos tener presente lo que los maestros incas referían para tener presencia en la vida, “no seas flojo, no seas mentiroso, no seas ladrón”, esto debemos tenerlo como máxima para nosotros mismos.





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