Ernesto Aguirre
Que Luis me enviara durante la pasada década de los noventa estas pequeñas crónicas de su sensibilidad que ahora comparto con los lectores de La Revista (habrá más en próximas ediciones) para mà fue, y seguirá siendo, un privilegio que nunca creà merecer. Digo privilegio porque cualquiera de los que conocimos a Luis (cualquiera de los que fuimos testigos de su paso por la vida) compartirá conmigo que él fue una persona de aquellas que (quizás por comodidad) definimos como talentosas, esperando, por supuesto, que esta sola palabra abarque todas las virtudes con las que supo enriquecernos.
A Luis lo conocà en el año 1980, más exactamente en calle Belgrano al 600, donde funcionaba la primera redacción de El Tribuno de Jujuy, que yo integraba y que Luis dirigÃa como su secretario. Que compartiéramos el mismo interés por la actividad literaria (tanto escritura como lectura) hizo posible que consolidáramos una amistad alimentada en horas de conversaciones que se prolongaban luego del cierre de la edición diaria.
En el mejor sentido, y significado, de la palabra personaje, Luis fue un personaje lúcido y curioso lector omnÃvoro, dotado de una meticulosa memoria capaz de repetir párrafos completos de prosa borgeana sin titubeos (y mucho menos errores). Borges fue uno de sus autores preferidos a pesar de una militancia peronista que lo llevarÃa a sufrir cárcel y tortura durante el proceso militar iniciado en marzo del â76.
Perteneciente a la generación de los â60 en nuestra provincia, tuvo activa participación en la edición de la histórica revista Piedra que supo abrir, a pesar de los pocos cuatro números de existencia, los cauces por los que transcurrirÃa la poesÃa jujeña posterior (onda que alcanzarÃa a contagiar, por supuesto, toda la generación a la que yo pertenezco).
QuerÃa contarles sobre los libros publicados por Luis (pocos en realidad, considerando su creatividad) pero no, no los entretengo más (veo a Luis desesperado haciéndome señas para que la corte, porque no aguanta más la incomodidad de que se hable de él). La última (te juro Luis) y me callo. Queridos lectores, lo que mi vanidad quiere que sepan es que yo, asà como me ven, fui amigo de un ser humano.
ERNESTO:
Uno de los poemas que publicaste en la última edici6n de la revista, habla sobre un sordo y su percepción del silbido que hace música en el aire. Me trajo a la memoria una frase de Lanza del Vasto (un mÃstico devaluado) que dice más o menos:
âNunca silbes, porque cuando lo haces
tu boca se parece extrañamente a un ano".
Debemos deducir que era un fanático del silencio. Pero ¿acaso el silencio no merece, mejor dicho no suscita, el acompañamiento de la música? Como tu poema nos enseña, no son incompatibles.
ERNESTO:
Te cuento algo para tu imaginario poético. Hace poco estuve en Tarija, y observé un fenómeno por demás curioso. Se trata de una ciudad, como muchas de las nuestras en el norte argentino, que tiene dos tipos de población: la "blanca" (que tiene el poder polÃtico y económico) y la autóctona, la india. De dÃa la ciudad es un pulular de ventas callejeras, ferias y todas las manifestaciones de vida social que se pueda imaginar. Los "blancos", encerrados en sus oficinas y casas, brillan por su ausencia. Cuando el âmúsculo duerme", es decir, con las primeras horas de la noche, aparecen para dar la vuelta a la plaza en lujosos automóviles, y recalar después en las confiterÃas y restaurantes.
Es posible que esto ya lo haya advertido Galeano, pero de todos modos lo digo: se trata de una nueva reedición de Drácula. ¡Los vampiros están entre nosotros!.
Un abrazo
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