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Entrevistas a Marina Vilte,
Gastón Pauls y Larry.

Informe especial (y exclusivo)
sobre la película “La niña y
la estrella”, filmada
en Purmamarca.

Ariadna Tabera

      Durante un mes y medio se rodó en Purmamarca la película La niña y la estrella, dirigida por Alberto Lecchi, con Gastón Pauls y Marina Vilte. La Revista estuvo ahí, conversando con ellos.

-¿Cómo es ser Gastón Pauls?
-Lo que casi seguro sé es que convivo 24 horas por día conmigo. Digo casi, porque hubo épocas de mi vida en que intentaba no convivir conmigo algunas horas. Quizás, en realidad, tenía un poco que ver con eso. Extrañamente, cuando dicen “Gastón Pauls” en algún lugar hasta a mí mismo me suena...

-Qué parte de vos sos vos...
-Claro, hasta a mí mismo me suena como un nombre conocido, y pienso éste es el famoso. Y de hecho cuando lo dicen (cuando me nombran) ya suena como un nombre famoso. En realidad, yo hace unos años, casi medio en joda y un poco en serio, con algo de necesidad, pensé, como mi apellido se dice “Pauls” y en muchos lugares, me dicen “Pols”, me voy a dividir. Que el famoso sea “Pols”. Es más, cuando me llaman y alguien dice “Pauls” me suena más familiar, más cercano, como si me conocieran más, que el popular “Gastónpol”. Igual, a esta altura, hay algo que agradezco a mi familia y a mis amigos cercanos, porque sigo teniendo el mismo grupo de amigos de toda la vida, lo que hace que yo todavía siga siendo “Gastón Pauls”, al que le ocurrió hace once años laburar en un programa de televisión que tuvo popularidad. Ellos saben de dónde vengo, saben lo que me costaba hacer ciertas cosas, y también hacia dónde voy. No perder ese norte –ahora que lo pienso desde el norte y que veo “Norte” (título de una revista sobre la mesa del bar)- hace que ser Gastón Pauls sea todavía un desafío en mi vida. Ser quien quiero ser, quien mis padres trajeron a este mundo y darle forma a ese nombre que me pusieron hace 33 años creo que es el desarrollo y el desafío de mi vida. Todavía no tengo muy claro quién soy, voy entendiéndolo y construyéndolo paso a paso. Hay momentos en que disfruto mucho, hasta de la fama y momentos en que esa fama no se hace fácil. De todas maneras, siempre lo tomé desde el mejor lugar. Hoy fui a Jujuy, a verlo a Tizón y comprar unas cosas que le quería regalar a Marina y se puso denso. Estaba caminando por la calle y el momento del regalo es íntimo, es todo un rito ir a elegir algo para una persona. Y se transformó casi en un trabajo.

-Además, regalar, elegir el regalo es algo que se disfruta...
-Totalmente y fue difícil. Tenía que cruzar la calle, venían cuatro o cinco personas gritando y al final fue “bueno, dame esto”, todo rápido. De todas maneras, lo tomo con respeto, como el devenir de algo que empecé a hacer hace once años, que es laburar en algo que me expone y este es el resultado.

-Me sorprende la naturalidad con la que tratás a la gente. No sé si es algo que te costó o que surgió, que te muestra como  una persona, y no como un personaje.
-Cuando terminé “Montaña rusa” (1994-1995) que fue el programa que me puso en  un determinado lugar, me acuerdo que un día tuve una reunión con un representante, que me dijo: “Gastón, si te empiezo representar no quiero que vos vayas más a pagar cosas al banco, quiero que siempre tengas un remis que te pase a buscar, que te lleve. No tenés que salir mucho a la calle, sos una persona importante en este medio”. Y mientras lo escuchaba, pensaba que eso era todo lo contrario de lo que yo quiero. Así yo mañana sea presidente del mundo, de un país que se llame mundo -que todos los países sean uno solo- ojalá pueda seguir saliendo de mi casa a la calle, comprar el pan y saludar   como saludaba siempre al mismo tipo. Ahora, hay como un juego ahí, cuando recién decías si es un trabajo... Hay una frase de Oscar Wilde que para mí es genial, él dice que ser natural es la más difícil de las poses. Es como decir, qué, ¿estoy actuando la naturalidad? Y a la vez digo “gracias a Dios soy actor”. Es cierto que todos actuamos durante el día, hay momentos en los que nos pasa algo y para no mostrar esa emoción actuamos otra. Somos todos actores, lo que pasa es que yo tengo segmentos, horas; por ejemplo, yo ahora hasta la una de la mañana estoy actuando. Es un trabajo. Y durante el resto del día no tengo ganas de actuar; trato de hacer lo que me salga.  El premio para ese intento mío de ser lo más libre con mis emociones y mis sentimientos es inmenso, con pequeñas cosas. Como que se acerque un nene de tres o cuatro años. Y los nenes si hay un careta lo ven . Creo que hay algo super puro y ojalá yo siga teniendo esa respuesta de ellos, que no lo pierda. Y eso sí que no lo cambiaría. Cuando veo, en este medio sobre todo, donde yo no tengo muchos amigos -son muy pocos y están fuera de esa pose farandulesca- que un actor tiene guardaespaldas, me parece patético. De qué te tiene que cuidar. Me da mucha pena por lo que se pierden, por lo que muestran en un programa de TV pero después no son en la vida.

-¿Cómo fue hacer Ser urbano, cómo surgió?
-A mí me llamaron en el 2002 de la producción de Ideas del Sur, la productora de Tinelli, para hacer un programa periodístico; no tenían muy claro lo que querían. Cuando tenía 17, 16, no sé, había un programa que me encantaba que hacía Fabián Polosecki, que se llamaba “El otro lado” y después “El visitante”. Me encantaba. Había algo en sus tiempos, en su mirada, en su realización, que me sedujo mucho cuando lo vi. Y muchas veces dije que algún día quería hacer algo como eso. Primero, cuando me llamaron la propuesta no me interesó mucho. Y me llamaron porque me habían visto en algunas marchas; querían a alguien comprometido con ciertas cosas. Yo hice una contrapropuesta, para hacer algo más parecido a lo de Polosecki. Al principio me dijeron que no porque les parecía algo muy oscuro y poco comercial. Y después empezaron a aflojar y a aceptar ciertas propuestas mías y terminó siendo “Ser urbano”. Y fue, primero, encontrar que estaba haciendo lo que quería. De hecho en el ’96 Juan Castro me llamó para hacer “Zoo” y yo le dije que no, pero sentía que evidentemente había algo mío, que otros también habían visto, y empecé a hacer ese programa. Hoy dos años después (fueron dos temporadas) siento que hay cosas que yo ya no miro de la misma manera. Haberme metido en cinco cárceles; haber estado en quince villas; haber visto hambre crudo, extremo; pobrezas económicas extremas; todo eso me hizo un click en la cabeza. No sé si hubo alguien de arriba, Dios, que digitó esto, que me lo puso en el camino, o qué fue, pero siento que me convierte en una persona con un bagaje de emociones y de experiencias bastante importantes y lo agradezco mucho. Lo que sí siempre pienso es qué voy a hacer ahora con todo eso. Una vez lo hablaba con Juan, antes de que hiciera lo que hizo o pasara lo que pasó, él me dijo (tres meses antes de lo que pasó) que nos teníamos que juntar para ver cómo hacíamos para seguir viviendo con lo que veíamos, qué hacer con lo que veíamos. Eso me lo dijo en diciembre y murió en marzo, creo. Y yo lo pensé mucho, porque también pensaba cuando hacía el programa en cómo terminó Fabián Polosecki, que se suicidó. Y no es fácil. Yo el lunes entraba en una cárcel, el martes, estaba en una morgue; el miércoles entraba a una villa, el jueves en un hospital con niños con enfermedades terminales... Llegaba el sábado y pensaba qué hago con todo esto, cómo se sigue. Qué posibilidades hay desde el lugar que uno tiene de ayudar. Yo me había convertido, simplemente, en un observador de la miseria más espantosa o del dolor extremo. Siento que tuve muchas contradicciones haciendo el programa, más allá de que sabía desde dónde lo hacía. Yo llegaba con una cámara, grabábamos con la gente, y a las 10 de la noche estaba en mi casa. Y el programa se vendía, tenía una tanda, a mí me pagaban.

-Y vos lo veías directamente, me pregunto hasta qué punto el que está del otro lado del televisor,  hasta adormecido de ver tanta miseria y dolor, se da cuenta, toma conciencia de que eso es la realidad de alguien. Porque cambiás de canal o apagás el tele cuando no aguantás más.
-A mí me daba mucho miedo y pasa que la pobreza y el dolor se convierten como en modas que dan raiting, que la gente durante una hora tiene para decir “puta, qué mal está todo”, “algo habría que hacer”. Y al otro día me agradecían por mostrar esto, pero todo seguía igual. Para mí la llave para pasar esa sensación de culpa y esa contradicción que sentía que tenía, fue tratar de hacer algo y una de las cosas que hice fue empezar a preguntarles a todos los entrevistados para qué me contaban lo que me contaban. Si entraba en un hospital y un tipo me contaba cómo estaba muriéndose de cáncer y cómo vivía sus últimos días, le preguntaba para qué me lo contaba. Eso me tranquilizaba mucho porque sabía desde dónde lo estaba haciendo y porque esa persona me decía “porque siento que va a servir”. Por ejemplo, dos hermanas, cuya madre se había suicidado, un día me dijeron “porque sé de dónde venís”, cosa que para mí fue darme cuenta de que había algo puro en esto más allá de todo el negocio. Y también pasaba con los chicos que hacían cámaras. A veces estaba hablando con una persona y miraba dos segundos al cameraman que lloraba, eso me daba la pauta de que había algo muy humano desde donde lo estábamos haciendo.

-De los programas que hiciste, la verdad es que para mí muchos eran muy difíciles de ver, pero hubo uno, el de Juan Cabandié –el último nieto recuperado por Abuelas- que me mostró que había una persona haciendo la entrevista, alguien que compartía el dolor del otro, que se emocionaba, que es algo que no se ve en TV.
-Qué bueno. Con Juan hace un año que somos íntimos amigos. Para mí fue uno de los programas más conmovedores porque Juan hacía muy poco tiempo que se había enterado que era Juan Cabandié. Y él aún hoy está con una crisis de identidad muy grande. Hubo muchas cosas que salieron y otras que no porque se editaba mucho, pero en esa charla hasta hablamos de mis viejos.   Fue una conversación y eso es lo que más amo de ese programa, que eran conversaciones a veces durante horas.

-¿Cómo es trabajar en una filmación, la relación con la gente del equipo, porque escuchaba a alguien decir que es poco el tiempo y las relaciones son muy fuertes?
-Es maravilloso y muy extraño. Esta película tuvo un rodaje corto, hay otras que son dos meses y medio, diez semanas, doce semanas. En ese tiempo, un grupo de cincuenta personas está contando lo que se va a ver en pantalla en una hora y media. Yo como actor, hoy voy a hacer una escena que me lleva todo el día; después en pantalla es un minuto. Y es tan intenso como eso, porque potencia las emociones y, a la vez, cuando vos tenés que transmitir una emoción te ayudan cinco personas: el cameraman, el iluminador, el sonidista, tus compañeros. Tiene que ver con las propias emociones condensadas y con transmitir.  Por eso todos se enamoran, después todo termina, es como una pequeña vida -en este caso- de un mes y medio. Es increíble y muy intenso. No fue tanto para mí en esta película porque el tiempo de rodaje fue más corto, porque conozco al director, conocía a la actriz y me gustaba la idea de venir un mes y medio acá, muchísimo. Salí de Buenos Aires y manejé sin parar, sacado, hasta acá, como si me atrajera un imán. Y después se termina. Es tan intenso, que en las últimas películas pensaba, cuando estaba por empezar, el primer día de rodaje, que no iba a llegar al final, que me iba a dar un infarto antes. Después no ocurre y no sé cómo uno termina las cosas. En esta no fue así porque me resultó más relajada y ya conocía al director.

-¿Y eso es muy importante?
-Sí. Antes trabajé tres veces con el mismo director español, pero en este caso, comparto más lo que hace Lecchi. Y ayuda porque ya sabe que vos tocás ciertas notas musicales y no te pide cosas que vos por ahí todavía no tenés. Y las cosas van más fácil, fluyen.

-¿Cómo es para vos estar en Purmamarca filmando?
-Para mí las películas en general, salvo casos muy puntuales, son experiencias de vida. Y sobre todo en los últimos años me tocó laburar en Bulgaria, Croacia, Perú. Lugares muy extraños. O con el programa mismo, me tocó ir a la Antártida. Con esta peli, yo sabía que me venía un mes a laburar  en un lugar donde ya había estado y que me parece increíble. Me lo tomé como una experiencia, venir un mes y pico acá, relajado. Sabía que no iba a tener televisión ni teléfono en el cuarto y me seducía mucho la idea.
Y hoy pienso que este es un viaje muchísimo más importante de lo que yo creo, por muchas que me han pasado en los últimos dos años en mi vida, por la paz y la tranquilidad que siento que tengo ahora. Siento que no la tenía hace un año y medio y descubrí que la tengo hoy; es valiosísimo. Creo que todavía no soy conciente de la importancia de este viaje en mi vida.

-Estas condiciones, en este lugar, sin teléfono, etc., te dan más “espacio interior”...
-A la fuerza. Te encontrás sin la droga que es el botoncito que se enciende y te transporta, y te colgás escuchando cómo un  boludo dice boludeces. Gracias a Dios no estoy escuchando ciertas cosas. En Buenos Aires a veces lo hago, por ahí estoy en casa y a las tres de la tarde veo una manga de pelotudos hablando de la vida de otro.

-Parece que todo eso deja de existir cuando estás lejos.
-Claro. Y te das cuenta de la relativa importancia de todo, de lo realmente poco importante, poco valiosa que es cierta gente o cierto mundo. Vas caminando, mirando un cerro, y qué otra cosa hay. Algunas otras veces me pasó tener esta misma sensación, viajar y ver a la distancia cómo ciertas cosas pierden la importancia cuando hacés tres pasos para el costado y cómo empezás a valorar otras.

-¿Cómo fue trabajar con Marina?
-Marina. Hoy fui a la casa a comer y la escuché cantar y me enamoré más. Ya Marina me gusta desde muchos lugares: cómo es, cómo piensa, cómo se ríe de ciertas cosas, la pila que pone, la inteligencia y la sensibilidad que tiene. Tiene una carga...que le va a dar muchos placeres y dolores en la vida. Y me parece que lo va a tener que agradecer siempre porque no todo el mundo tiene esa sensibilidad y esa pureza.
Yo no dudaba, cuando Alberto Lecchi me dijo “a los minutos la vas a amar”. Confiaba en la visión de Alberto y confío en cómo me comunico con la gente con la que laburo, sobre todo si viene bien recomendada. Si Alberto me hubiese dicho lo contrario, seguramente hubiera venido con otra onda. Sé desde dónde hago lo que hago y veo que Marina está jugando. Hay algo que yo le agradezco a mi vieja, porque cuando era más chico, iba a filmar películas y realmente la pasaba muy mal, terminaba escenas que no me gustaban y golpeaba las paredes, puteaba...Un día mi vieja, no me acuerdo en qué película, estaba en la noche previa, muy nervioso, y ella me dijo “andá a jugar”.

-Y te abrió la puerta.
-Sí, y se puede. Yo con esto no le estoy dando de comer a un pibe en Africa y si encima la paso mal, haciendo lo que yo elijo hacer. Y hoy disfruto. Disfruto con Marina muchísimo, de hecho hasta un segundo antes de que digan “acción” estamos hablando de fútbol. Ya a esta altura de mi vida es la única forma que tengo de hacerlo, y, gracias a Dios, Marina también porque es una nena de doce años, que está viviendo y disfrutando lo que pasa. La presión es un bajón y eso se ve después en la película.

-¿De qué trata la película?
-Para mí es el nacimiento del amor en una chica. Para mí es la película de ella, de Marina, del personaje de Marina, Estela. Es cómo nace un amor y muere otro. Y acabo de entender, en las estrellas ocurre lo mismo, nacen y mueren. La película habla sobre cómo nacen y mueren las cosas y cómo después de una muerte viene un nacimiento, cómo todo sigue. En realidad, nunca sé bien de qué tratan las películas hasta que terminan y las veo.

-¿La fragmentación de las escenas  te complejizan la visión del todo?
-Es como si tuviera que decir de qué trata mi vida, la de Gastón, no sé. Es complejo. Quizá dentro de unos años te digo “de esto hablaba”, o quizá, después, del otro lado. Me cuesta porque estoy totalmente metido en un personaje que está caminando hacia un lugar y le cuesta ver el afuera. La película habla de vida y muerte de los amores.

-Quería preguntarte algo más y no sé si tenés que ir a filmar.
-Dale.

-¿Qué pasa con el cine argentino, existe?
-Hay de todo, como en todo cine en cualquier lugar del mundo. Es extraño, viajé muchísmo por cine a festivales, estrenos, rodajes. Y el cine argentino, en cualquier lugar del mundo es uno de los cinco más importantes. Es muy respetado porque es muy difícil filmar y aún así se hacen 70 películas por año y el porcentaje de películas buenas para los festivales es mayor que el de las películas yanquis. Se filman 700 por año y para ellos, buenas, hay cinco, que es 1%. En Argentina, de las que se consideran buenas, es el 10%. Creo que hay de todo y hay un cine que yo respeto mucho, que está en una real búsqueda, otro que me parece que se está repitiendo un poco, aunque quiera ser nuevo, “Nuevo cine argentino”. Es un rótulo que condiciona. No hay casi nada nuevo en ningún lado. Es un lugar que yo respeto, no sé si es porque participo de él. También, yo durante años no respetaba la televisión y me fui. No me gustaba lo que se hacía ni la gente que laburaba. Si no respetara el cine podría decidir no hacerlo más.

-¿Y qué harías?
-Ahora quiero producir una película sobre el padre Mujica, pero si no hiciera eso, no hiciera tv., quizá haría teatro que hace años que no hago. Y si no, me dedicaría a cualquier cosa. No bastardearía mi laburo sólo por el hecho de hacerlo, de decir “soy actor, sigo actuando”.

-De algo hay que vivir...
-Una vez leí una entrevista a Pompeyo Audivert, que me gustó mucho, donde contaba que tenía una imprenta en un momento y decía que si no le gustaba lo que le proponían se volvía a la imprenta y sólo haría como actor lo que le gustara.    Haría cualquier otra cosa, hay muchas para hacer y no le tengo miedo a ninguna.

 

“Creo que la película es sobre Alberto y yo”

 

      Marina Vilte es purmamarqueña, tiene 12 años y ha participado en dos películas del director argentino Alberto Lecchi. Para ella “La niña y la estrella” es una experiencia única “sobre todo porque estaba Gastón”.

-¿Por qué te convocaron a actuar en “La niña y la estrella”?
-Todo empezó el año pasado, cuando Alberto se cruzó conmigo mientras yo jugaba a las bolillas, él me miró y yo lo miré, como diciendo “y qué, soy una chica y juego a las bolillas”. Después me preguntó si yo quería participar de “18 J”, un corto sobre la AMIA. Ellos ya habían convocado a otra chica, pero cuando me vio a mí le pareció que debía ser yo. Y entonces empezó una amistad muy grande con Alberto, lo quiero mucho, lo quiero como si fuera mi tío.

-¿Y después?
-Me dijo que estaba trabajando en una nueva película y que quería que yo estuviera ahí, que yo haga el personaje. Y yo misma estaba con dudas, por la escuela. No sabía qué hacer. Y me insistió porque no le respondía, me dijo que si no aceptaba ese papel, no era que no se iba a ser sino que no tendría mucho sentido la peli.

-Porque él la había pensado para vos.
-Claro, es lo que entendí. Y dije que sí.

-¿Y tus viejos qué te decían?
-Que sí, y los amigos de mi mamá, también, que aunque me quedara de grado, la hiciera.

-¿Cómo te resultó hacerla?
-Hermoso, fue una experiencia única. Conocí gente, aprendí mucho. Y más, trabajar con Gastón, una persona hermosa.

-¿Cómo hiciste con la escuela durante el mes de filmación?
-A veces iba, cuando tenía días libres. Pero cuando el día anterior había trabajado mucho y estaba mal, prefería no ir. Igual iba copiando todas las tareas y ahora en estas vacaciones completé y me puse al día.

-¿Qué hacías todos los días, cómo era el laburo, a qué hora te levantabas?
-Me levantaba 7.30 o antes, dependía de lo que había que hacer, de los días. Hubo días que ellos venían acá a filmar, en mi casa, a eso de las 6 de la mañana. Y todo el mundo en camisón se iba para la otra pieza para seguir durmiendo. Y yo descansaba un poquito ahí, pero igual cuando me despertaba ya no me podía dormir, con el entusiasmo que tenía. Pasaba la filmación de las secuencias y en las más cortitas, en esas que vos decías esto es una huevada, eran más largas que las que tenían tres hojas, dependía de las luces, todo.

-¿Cómo hiciste con el texto, tenías escenas con mucho para decir?
-Sí, hubo un par de escenas muy largas. Las leía la noche anterior, las repasaba y las volvía a repasar con mi mamá.

-¿Y ellos te hablan sobre cómo eran las escenas?
-Al principio, antes de comenzar la película, Alberto vino para hablar conmigo, para que la leamos juntos y saber de qué se trataba. A mí me encantó. Entonces, la leía con mi vieja y la sabía al otro día. No es que la tenía que decir exacta punto y coma, como estaba. Tenía que tener la idea y que saliera de una, eso es lo mejor.

-¿Y en eso te ayudó Gastón?
-Sí, estábamos en pleno vestuario e íbamos repasando la letra.

-¿Cómo fue trabajar con él?
-Se me hace que acepté también porque estaba él. Porque todo el mundo lo admira y a mí siempre me cayó bien por su manera de pensar, por los comentarios que hacen en mi casa, que les cae muy bien por su forma de pensar, por cómo es. Entonces, a mí ya me caía bien de antes. Y pensé que trabajar con Gastón Pauls no es lo mismo que trabajar con otro, con Pablo Echarri, ponele. Lo volvería a elegir.

-¿Justo antes de que te dijeran “acción”, qué hacías vos, te daba miedo, nervios?
-La primera semana, sí, apretaba mis manos y cuando decían “acción” salía dos segundos después. Y primero respiraba profundo. Me ponía muy nerviosa y se me corría la letra. Después me fui acostumbrando, respiraba hondo y salía.

-Gastón me contó que hablaban de fútbol antes de salir.
-De todo, sí. Lo que pasa es que él es de Boca y yo, de River a muerte.

-Ahora entiendo.
-Hay un montón de bosteros en esa peli, pero aguante River. Todos son hermosas personas; los utileros, Pedrito, los que trabajaban en carga, todos me cuidaron, nos hicimos amigos. Eso estuvo bueno, hablábamos de todo.

-¿De qué trata la peli para vos?
-Creo que de la historia que vivió Alberto conmigo y yo con él. Le cambió algunas cosas, obviamente, las edades...Es la relación nuestra, todo, cuando llega a la plaza, que me ve jugando a la pelota, todo eso fueron escenas que vivimos. Se muestra mi vida, si alguien la ve dirá “cómo una nenita va a jugar al fútbol”. No, yo juego fútbol y juego bolillas, esa es la verdad.

-¿Haber hecho estas dos películas te hace pensar en ser actriz, en seguir? ¿ O hay otras cosas que te gustaría hacer?
-Me gustan otras cosas aparte de esto. Pero pienso, por ahí si estoy en 3º del secundario y alguien me ofrece hacer otra película, diría que sí, por la experiencia que tuve en esta, que la pasé bien, que me dan ganas de seguir. Aparte me gusta la música, el arte.
Igual quiero esperar un poco, ver qué pasa, si hay otra chance o algún número escolar, y me va bien. Y si me animo a un poco más, me meto a alguna clase de teatro. Si no, haría  música que me gusta más. Me gustaría entrar en un coro, el año que viene que me voy a estudiar a Jujuy el secundario y al Conservatorio.

-¿Te dan ganas de irte de Purma a la ciudad?
-Un poco sí, este último tiempo a mí Purma me desilusionó por el problema de los turistas, las peatonales, los cambios. No me quejo de ellos quieran ver esto, pero estamos invadidos. No es así, tienen que respetar un poco porque la cultura se pierde. No sé qué se puede hacer. En cinco años más esto va a ser Carlos Paz. Seguro que voy a volver siempre, cuando tenga un mísero feriado voy a estar acá, porque está mi casa y mi familia, con eso basta y sobra.

La niña y la estrella

 

      Durante el mes de junio se realizó en Purmamarca el rodaje de la película argentina “La niña y la estrella”, dirigida por Alberto Lecchi, con las actuaciones de Gastón Pauls junto a la purmamarqueña Marina Vilte y con música de Tukuta Gordillo.
      Ya es larga la lista de películas y publicidades filmadas en el norte jujeño, producciones argentinas y extranjeras, que aprovechan los hermosos paisajes naturales y culturales, las Salinas Grandes, la inmensidad de la Puna y de los cielos norteños.
      La Revista entrevistó a Marina Vilte -protagonista e inspiradora del guión-, a Gastón Pauls, un tipo como cualquiera y al utilero del film, Jorge de Larreta, con 20 años de trayectoria en la industria del cine, para conocer la visión de detrás de cámara.






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