Disculpe este atropello, Leandro. Discúlpelo. A mi se me da mejor el reportaje que la crónica. Pero hace tiempo, tanto tiempo, que quiero decirle algunas cosas. La primera, que cuando llegué a Jujuy a principios de los â70 (por ese entonces habÃa elegido donde vivir y morir) caminaba una ciudad que miraba, y veÃa, con avidez; calles con menos ruido, con más encanto y en la que todo estaba definido en sus singularidades: las gentes y las cosas. Pero empecé a leer en ¡Pregón!, los domingos, las notas de n.g., a veces de g., (más adelante vi alguna N., o N.G. a veces un GROPPA) y la novedad del arraigo, otra vida que empezaba, tenÃan el condimento inesperado, casi como un regalo, de que alguien estaba contándome tantas cosas, mostrándomelas bajo una luz descriptiva a veces, fantástica otras, socarrona con frecuencia, poética siempre.
La dos ciudades, la que estaba conociendo y la de las notas dominicales, muchas veces se cruzaban en aquellos primeros tiempos, por ejemplo un dÃa de semana por la tarde encontraba una vidriera, un letrero o un volante (de Melinas o carreras o del Circo de la Luna), un personaje del que habÃa tenido mentas el domingo anterior, buscaba alguna señal de Ricardito (o Huguito) en el Mercado de Abasto. O empezaba a advertir cómo habÃa que ver a la noche bajando de Los Perales a Villa San MartÃn, o cómo se presentaban ese otoño las estrellas federales. Historias de picolés y plomadas desmentidoras. O sobre las 5304 posibles reinas de otoño de Irbid y de Ammán, tanto más regias que nuestras inocuas reinitas.
Empecé a mirar con afán los cartelitos de los vendedores de yuyos, escudriñando las delicias que habÃa visto que Ud. descubrÃa. Averigüé que Lavalle era un club y busqué libros para saber si la piedra bezoar era la que yo pensaba y quiénes habÃan sido Luca Paccioli di Borgo y Jacopo di Barbaro y si era cierto que existÃa y dónde quedaba dónde quedaba el Templo de Boruboudour. Inventé cien vidas para la corta existencia del aficionado boliviano que se llamaba Silva y mis mapas también tuvieron una tercera dimensión. E imaginé un Hermógenes Cayo que sólo otro imaginero podÃa ubicar a la oración, con sus botellas de colores.
Después, cuando ya sabÃa lo qué eran un acullico y el Pin Pin, un Misa Chico y el api, y el encanto del extrañamiento se habÃa convertido en hogar, con curiosa simultaneidad, los domingos en Pregón las notas eran cada vez más poesÃa y varias veces en el correr de los años me fui a su Puente Lavalle que, aún más que una aldea, contenÃa al mundo entero
Nunca guardé las páginas literarias y de cuando en cuando me decÃa ¡qué bárbara, cómo no guardo esas notas! ... Hasta que un dÃa, supongo hoy que en agosto o setiembre del â98, Ud. me regaló, en el mostrador del diario El Jujeño, el primer tomo de anuarios del tiempo y sentà la tranquilidad del avaro que comprende que sus pérdidas no sólo no fueron castigadas, sino que el destino se encargó, vaya a saber porqué, de premiarlo.
Al final, esta crónica resultó una carta abierta, por eso, para el lector al que le resulte con demasiadas sombras, le quiero decir que Groppa es el hombre que escribió, por ejemplo âCuando pienso en gente como Uccello, tiemblo. Uno no sabe qué buscó ese hombre por la vida. Si una remota definición esclarecedora, una respuesta a tanto interrogatorio, o una absurda perfección, o una simple justificación-explicación a su estado de materia viva./El hombre se buscó a si mismo, dicen./¿Y el hombre se encontró?/¿Algún hombre supo qué era?/¿El hombre comprende que es un paso de algo hacia otro algo, que es una duración, la más rica floración de la materia, cómo si de pronto floreciera un listón de carpinterÃa?â O que dijo, en una nota del 13 de octubre de 1975 â... Recuerdo, y que por mi lo repitan los canarios de la retama, cuando sentÃamos retornar las cenizas de las auroras como a un único y leve y antiguo vegetal por estas calles recientes. Si comparamos los pocos años de estas calles con la edad real de las cenizas de la aurora.â Y que el 7 de septiembre del mismo año escribió âEstamos oyendo este trozo de tierra. Tratando de entenderlo. Lo pensamos remoto a sus meses, a su persistente bruma de sonidos con que crecen vertientes de pueblos y ciudades. Lo imaginamos en sus fundamentos, y luego, ya cuando el humo y las sombras de las tolderÃas no hallaban obstáculos hacia nacientes y ponientes. Mientras los yermos de la tierra navegaban estelares como hojas secas. Y cada yuyo, cada ambay y ruibarbo, guardaba su secreto en zócalos a la entrada de descubrimientos y bautismos. Esta tierra era árbol continente. Arbol poblado que se derramó en este mar de cruces con encuentros de pájaros y yacimientos de flores, armaduras y demás reparaciones guerreras e infolios de huesosâ.
(los nombres del tiempo siempre continúan) y es por eso, Leandro, que creo que pasa con la palabra, con sus palabras, como en aquél proverbio que dice âComo en el agua la faz responde a la faz, asà el corazón del hombre, al hombreâ. (L.B.)
LO QUE DECIA LUIS WAYAR
(Por si nunca se lo dijo, lo quiero consignar)
         Aún aquellos que no lo han leÃdo coinciden en que Groppa es un gran poeta.
         El preciosismo de sus publicaciones habla de un alma de editor.
         El sentido del humor planea constante, pero como la gratia, en la obra de Groppa.
        Se lo puede encontrar por Gorriti o en la puerta de Pregón (la casa vieja, por supuesto) a las 11 de la mañana, entre el bullicio de los autos y de la gente apurada, en estado poético; en perfecto estado poético.
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